A partir del siglo XVII, las nuevas ediciones del Orlando van espaciándose en el tiempo, no tanto por la competencia de la Gerusalemme de Tasso o por el espíritu de la Contrarreforma, como por la evolución del gusto. Sin embargo, el siglo XVII y, sobre todo, el XVIII descubren en él un filón extraordinario de teatralidad que inspirará a compositores como Francesca Caccini, Scarlatti, Lully, Wagenseil, Albinoni, Vivaldi, Händel, Piccinni, Haydn, etc.
A pesar de su pervivencia en las artes escénicas y figurativas y de aislados destellos editoriales en los siglos XVIII y XIX, hacia el XX el influjo del Orlando entra en un declive del cual las obras de Virginia Woolf, Jorge Luis Borges o Italo Calvino se dirían cantos de cisne. Son por ello cada vez más necesarios volúmenes conmemorativos como L’Orlando nello Specchio delle immagini (Roma 2015) o exposiciones como esta que cierra con un broche de Elisa Pellacani que nos devuelve a los orígenes del poema, al Orlando innamorato.
* Ilustración de Lorenzo Mattotti.