Miguel Hernández: el poeta que hacía juguetes. Ausencias y últimos cuentos para su hijo
Entrada gratuita.
Público individual, hasta 5 personas: entrada libre y gratuita hasta completar aforo. No se requiere reserva.
Grupos a partir de 5 personas (con o sin guía propio), imprescindible inscripción previa en la web.
Visitas con guía de la BNE: martes a las 16h, miércoles a las 11h y jueves a las 11h. Imprescindible inscripción previa. Hay plazas reservadas para los amigos de la BNE.
Antesala salón de lectura María Moliner
De lunes a viernes, de 09:30 a 20:00 h.
Sábados, de 9:30 a 14:00 h.
Domingos y festivos cerrado.
Entre los tesoros que la Biblioteca Nacional de España conserva, hay un manuscrito compuesto por trece carillas de papel, con dibujos del autor en el reverso de una de ellas, que están cosidas por un hilo de color ocre en la parte superior y tienen el tamaño de 12x19 cm: son hojitas de papel higiénico con las que se formó un pequeño cuaderno que tiene al final varias hojas en blanco, después de las trece paginitas escritas a lápiz.
Es el material sobre el que vamos a centrar esta exposición: se trata de cuatro relatos infantiles que el poeta Miguel Hernández escribió, posiblemente en la cárcel de Alicante, su última cárcel, entre julio y noviembre de 1941, dedicados a su hijo Manuel Miguel Hernández Manresa.
El texto tiene por su cronología posible la condición de ser los últimos escritos del poeta, que había llegado al Reformatorio de Adultos de Alicante, desde el penal de Ocaña, a fines de junio de 1941. Es el último viaje de Miguel Hernández quien, en sus cartas de este período, tiene dos obsesiones claras: el reencuentro con su mujer y poder ver a su hijo de dos años y medio, al que lleva año y medio sin haber podido abrazar a causa de su periplo por varias cárceles de España.
Son cuatro relatos infantiles los que contiene el cuaderno con los títulos de “El potro oscuro”, “El conejillo”, “Un hogar en el árbol” y “La gatita Mancha”. Son cuentos muy sencillos que en algunos casos ha llenado de versos, como en el primero en el que dos niños, un perro blanco, una gatita negra y una ardilla gris, quieren ir a lomos del potro obscuro a “La gran ciudad del sueño”, y le dicen cosas como:
Llévame caballo pequeño
a la gran ciudad del sueño;
hasta que, al final del cuento, “Todos estaban dormidos al llegar el potro obscuro a la gran ciudad del sueño” por lo que, aparte de cuento para dormir a un niño, había en esa ciudad un espacio liberador que nos recordará seguramente al intenso momento de “Las nanas de la cebolla” —también un poema carcelario anterior para dormir a su hijo—, en el que le responde al niño, en diálogo de gran belleza e intensidad:
Desperté de ser niño.
Nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Un padre, en la cárcel, tras una guerra terrible en la que estuvo con los que la perdieron, los defensores de la República frente al golpe militar, pide a su hijo que siga durmiendo, que no vea la realidad, por lo que finalmente le dice:
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
Ni lo que ocurre.
“Un hogar en el árbol” es la historia de una familia de pájaros observada por dos niños, desde la incubación hasta que nacen cuatro pequeñuelos, que quieren volar muy pronto y caen al suelo, de donde los salvan los niños, hasta que ya mayores mamá y papá pájaro se los llevan a volar, mientras los niños les despiden gritando:
Hasta la vuelta, pequeñuelos
Y que no os vayáis a perder
en las estrellas de los cielos.
Venid siempre al atardecer.
“El conejito” es la historia de un animal que se mete en un cercado, se harta de comer hortalizas y, al engordar el estómago, no puede ya salir del encierro y es amenazado por un perro, hasta que consigue salir por otro agujero mayor.
“La gatita Mancha” es una traviesa gatita que se mete en un costurero donde ha visto un “ovillo muy grande y muy rojo”, y cae al suelo con el costurero y se enreda con el ovillo cada vez más al intentar liberarse, hasta que la familia en cuya casa está, tras reír porque cada vez se enreda más, la libera, y la gatita sale corriendo asustada, hasta que una moraleja, versillo con el que recrea un refrán, cierra el relato:
Porque el gato más valiente,
si sale escaldado un día,
huye del agua caliente,
pero también de la fría.
Por tanto, hay metáforas de encierro y libertad en los cuatro breves relatos, como juegos para su hijo, en los que ha querido plasmar una metáfora de liberación, una metáfora infantil de libertad, y esa trascendencia está en la última escritura de Miguel Hernández.
Dos de los cuentos fueron convertidos, en aquellos meses finales, en un libro artesanal para su hijo y este libro es otra referencia de la exposición.
Desde junio de 1941 al 28 de marzo de 1942, cuando muere Hernández, pasan casi ocho meses en los que sabemos que a fines de noviembre inicia un combate final e imposible por la supervivencia, alojado en la enfermería de la cárcel, con tuberculosis. En esta situación, el poeta ya no escribe, su estado físico lo mantiene postrado en una cama y, sin embargo, prepara con la ayuda de alguien el libro de cuentos para su hijo. Lo anticipa en una carta sin fecha, que supongo de diciembre de 1941 o enero de 1942, donde tras pedirle a su mujer que le haga llegar alimentos —éste es el sentido principal de la correspondencia última de un hombre que sabe que está muy enfermo— le dice:
Si hace mal día no vengas, que el médico me ha dicho ayer que debiera esperar dos o tres días. Pero yo quiero ver a mi hijo y a mi hija y dar al primero un caballo y un libro con dos cuentos que le he traducido del inglés. Bueno, nena, hasta luego. Está haciéndose de día, y creo que hará sol. Besos para mi niño. Te abraza, Miguel.
La carta contiene dos elementos a comentar: por “mi hija” se refiere a su mujer, Josefina Manresa; por “dos cuentos que le he traducido del inglés”, aunque sabemos que el poeta estudiaba inglés en la cárcel por testimonio él mismo y de Antonio Buero Vallejo, no hemos encontrado la fuente original, por lo que pienso que el poeta está afirmando esto para evitar los controles que sus papeles soportaban de los funcionarios de la cárcel.
Josefina Manresa contó el mismo episodio en sus Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández:
Transcurrió un mes así hasta que por fin lo pude ver. Lo sacaban entre dos personas, que no sé si serían presos, cogido del brazo y lo dejaron agarrado a la reja. Llevaba un libro en la mano, eran dos cuentos para su hijo que él había traducido del inglés. Al terminarse la comunicación quiso darle él por su mano el libro al niño y no lo dejaron, como era su deseo. Así me lo decía en una esquela. Un guardia se lo tomó y me lo dio a mí.
Edité en facsímil aquellos cuentos en 1988, hace 35 años, por tanto. Los acompañaba un pequeño volumen en donde, entre otras reflexiones, supuse la paternidad hernandiana de la confección material del libro, mediando su relación con el dibujo a lo largo de su obra. La caligrafía se me resistía por lo que dejé abiertas varias posibilidades, pero en 2009 supe que me equivoqué en 1988: Hernández estaba lo suficientemente enfermo para que no pudiera hacer un trabajo que es muy bello en su factura material, una encuadernación y unos dibujos. Lo hizo un compañero que estaba en la enfermería, llamado Eusebio Oca Pérez, maestro nacional y buen dibujante que, por aquellos días, preparaba un volumen similar, con otros relatos, para su hijo, llamado Julio Oca. que tenía un mes menos que Manuel Miguel, el hijo de Hernández.
La prueba me la mostró Julio Oca en 2009: el primer relato de los que había editado, “El potro obscuro”, con sus dibujos y su letra, y un librito “Petete Pintor” que se diferencia del otro en que los dibujos están repetidos para ser coloreados, pero el trazo, los personajes y sobre todo la letra los hacen producto de la misma mano. Eusebio Oca Pérez construyó aquel libro y recibió en regalo aquel humilde conjunto de hojas que contenían los dos cuentos que convirtió en un librito, titulados “El potro obscuro” y “El conejillo”, más otros dos que están en el conjunto de hojas manuscritas, “Un hogar en el árbol” y “La gatita Mancha”.
El poeta, condenado a muerte, confeccionaba juguetes para su hijo
Tuvo continuidad desde 1940 el envío a su hijo de juguetes que le iba haciendo desde diferentes cárceles. Sabemos que, pasado el año 1939, con traslados carcelarios, incertidumbres, breve libertad en septiembre y realidades imprevisibles, Hernández vive en enero de 1940 el peor momento que un ser humano puede vivir, la condena a muerte en un Sumarísimo realizado por el Consejo de Guerra Permanente nº 5. De los veintiocho presos juzgados en el mismo procedimiento, la mitad fueron condenados a la pena capital, entre ellos Miguel Hernández. El delito principal de “adhesión a la rebelión” era sancionado el 18 de enero así por los rebeldes al orden constitucional y aquella sentencia se cumplió para la casi totalidad de los condenados.
Imaginamos su angustia, que sólo se aliviará bastantes meses después por la conmutación de la condena a muerte por treinta años y un día, seguramente por la actuación de José María de Cossio y Dionisio Ridruejo, en un episodio en el que confluyeron más nombres, pero que fue efectivo el 9 de julio, cuando se le comunica la conmutación de la pena de muerte por la pena de prisión máxima, hecho que el general Varela, artífice último con Rafael Sánchez Mazas de la petición directa al dictador de que no se le ejecutase, comunicó el 24 de junio al jefe falangista que, a su vez, informó el 27 de junio a Cossío. Hay casi quince días de silencio atronador para el poeta que, en su correspondencia, no comunicó nunca a Josefina Manresa su condena, sino que le informaba de que estaba condenado a doce años.
En la prisión Conde de Toreno —donde un compañero, Antonio Buero Vallejo, le había pintado el famoso retrato el 25 de enero— Hernández realiza una actividad nueva con un destinatario, su hijo. Hay una correspondencia que da cuenta de los juguetes que está confeccionando para el niño, de la que informó Josefina Manresa en Recuerdos de la viuda de Miguel Hernández:
Estoy haciendo para ti un perro que anda como los de verdad. En cuanto lo termine te lo mandaré, pero has de cuidar de que no te muerda. No ladra ni come, morder y andar, sí. Y lo estoy haciendo de los más rabiosos para que tú lo ates en el patio y guarde la casa de los ladrones. Tiene las orejas muy largas para que le des tirones y es de madera. (Madrid, 22 de abril de 1940).
El 6 de mayo, desde la misma prisión, le ratifica a Josefina:
Sabrás que el perro ya va de camino en busca de su querido amo. Lo he hecho yo y por eso me parece mejor juguete para Manolillo. Anda, pero en piso fino y sobre maderas inclinadas anda solo.
Hay un objeto de estos envíos, que todavía se conserva, complementario a un caballo que repite varias veces en sucesivas comunicaciones:
Hoy he acabado el carro y el caballo: un juguete muy bonito para mi Manolillo. ¿Y tú, qué dices, hijo? Me dirás si te gusta ese caballo, y eso que te digo para tu cumpleaños. Pero te gustará muchísimo más el carro con el caballo de serrín que voy a enviarte dentro de poco, si no se pierde en el camino, como el perro. (Prisión de Ocaña, 1 de enero de 1940).
Hay varias cartas de este tipo, y la exposición densifica la línea temporal con sus fragmentos, en los que un hombre, condenado a muerte y luego conmutada la pena por treinta años, lega a su hijo un caballo. En otra carta, de comienzos de febrero de 1941, crea una incógnita sobre el interior del animal, que no podemos resolver: “Al caballo le metí en la barriga una sorpresa que saldrá en cuanto lo rompas si no se pierde en el camino”.
En el Cancionero y romancero de ausencias, la obra final e inacabada del poeta, aparece un poema cuya escritura, acompañada por un dibujo que reproduciremos, le dice a su hijo por las mismas fechas:
(…)
Pasión del movimiento,
la tierra es tu caballo.
Cabálgala. Domínala.
Y brotará en su casco
su piel de vida y muerte,
de sombra y luz, piafando.
Asciende. Rueda. Vuela,
creador de alba y mayo.
Galopa. Ven. Y colma
el fondo de mis brazos.
Entre el juego y la trascendencia poética, Hernández está realizando un ejercicio de salvación del niño, que en el resto del poema es el mañana, “mi ser que vuelve”, el universo que guía con esperanza. El niño, de un año y cuatro meses, será un destinatario principal de la actividad del padre, y de la posibilidad del futuro.
Cuando el niño esté próximo a los tres años, los juguetes se cambiarán por unos cuentos que, convertidos en un libro encuadernado, serán aún “para cuando sepa leer”. En los cuentos, como ya he dicho, hay metáforas de libertad repletas de ternura, como en los objetos que durante poco más de un año le había estado enviando.
Un manuscrito del Cancionero y romancero de ausencias
Otro manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, muy deteriorado, abre una reflexión que vamos a encontrar vinculada a los primeros cuentos autógrafos con los que iniciamos: contiene dos sonetos en alejandrinos que proceden también del período carcelario, “El hombre no reposa, quien reposa es su traje” y “Sigo en la sombra ¿Lleno de luz? ¿Existe el día?”. Quizá se trata de alguno de los poemas y cartas que el poeta hizo llegar a Josefina Manresa en el interior de la lechera en la que ella le llevaba alimento, al devolvérsela con versos y cartas, según testimonio de esta mujer que supo conservar centenares de papeles del poeta.
Los de este manuscrito son poemas que forman parte de aquel esfuerzo de escritura que, a fines de la Guerra Civil y en el período de las cárceles, construyó un libro inacabado, disperso en sus documentos, casi imposible en su resultado: el Cancionero y romancero de ausencias, un libro póstumo que los estudiosos de su obra han tenido que reconstruir con conjeturas ecdóticas. A la relación de este manuscrito con otros poemas, a la integración en el ámbito del Cancionero y romancero de ausencias de toda su escritura poética final, a las variadas ediciones de esta obra en su orden y sus variaciones y variantes, está dedicada otra parte de la exposición. Definitivamente, aunque los cuentos sean un registro textual diferente al de los poemas, forman parte de un sentido que el poeta está construyendo; por ejemplo, en el poema del Cancionero titulado “Antes del odio”, cuando dice:
No, no hay cárcel para el hombre.
No podrán atarme, no.
Este mundo de cadenas
me es pequeño y exterior.
¿Quién encierra una sonrisa?
¿Quién amuralla una voz?
A lo lejos tú, más sola
que la muerte, la una y yo.
A lo lejos tú, sintiendo
en tus brazos mi prisión,
en tus brazos donde late
la libertad de los dos.
Libre soy. Siénteme libre.
Sólo por amor.
Aportaciones críticas sobre este momento final de su obra, pinturas de quienes le acompañaban en sus días finales, contribuciones de quienes han estudiado este ejemplo de la literatura universal, recorren otros momentos de la muestra que estamos preparando
Comisario: José Carlos Rovira