En 1902 se instaló en Madrid para proseguir sus estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En la capital también mostró un gran interés por la literatura, reuniendo una colección que incluía tanto clásicos y títulos del Siglo de Oro como obras de autores contemporáneos, como Blasco Ibáñez. Aficionado a las tertulias, uno de sus primeros cuadros conservados es Fornos, en el que retrataba el famoso café madrileño.

En 1904 participó por primera vez en la Exposición Nacional de Bellas Artes, cita a la que sería fiel a lo largo de toda su vida. Un año después regresó a Alicante, donde organizó una rifa para sufragarse su estancia en París, ciudad en la que permaneció dos años, lo que le permitió conocer de primera mano la revolución artística protagonizada por Matisse, Ceszanne, Bonnard y otros artistas de la época.

Tras pasar 1907 viajando por Europa y visitando numerosos museos, regresó a Madrid, donde colaboró con revistas como Mundo Gráfico o La Novela Cómica. Pero sus ilustraciones no eran suficientes para ganarse la vida, por lo que ingresó en el Cuerpo de Vigilancia. Como inspector de policía destinado en Alicante, resolvió un célebre crimen por el que se dio a conocer antes como policía que como artista.

A partir de 1914 trabajó en Madrid como inspector de 2ª Clase, labor que compaginó con ilustraciones como las que publicaba en La Esfera. Su querencia por la caricatura se manifestó en su participación en el Salón de los Humoristas de 1917. Su estilo era cada vez más refinado, con retratos de tipos populares y un fondo de crítica social. En 1918 colaboró con su sobrino, el músico José Terol Corbí, en la elaboración del libreto del sainete Alfonso el Enterao. La repercusión de la obra hizo que repitieran la experiencia en diversas operetas, entre ellas Fogueres de San Chuan, que recoge todo el imaginario levantino.

Además de su empleo como policía y sus colaboraciones como ilustrador y libretista, a partir de los años 20 aumentó su producción pictórica, centrada en paisajes y retratos, con una gran influencia de Zuloaga. En 1922 presentó en la Exposición Nacional La luz divina, una de sus mejores obras, en las que dio muestras de su dominio de la composición y la iluminación, y que actualmente forma parte de la colección del Museo Reina Sofía.  En 1927 murió su primera mujer y pidió el traslado a Alicante para cuidar de su madre. Allí participó con éxito en las Hogueras de San Juan, dibujando carteles turísticos.

En 1932 se encontraba de vuelta en Madrid, donde había conseguido un puesto como profesor de dibujo en la Escuela de Policía. Durante estos años experimentó con la técnica de la encaústica, para la que se utiliza la cera como aglutinante y que conlleva una gran complejidad, aunque bien utilizada permite alcanzar llamativas obras pictóricas.

Firme defensor de la República y militante del Partido Comunista, tras el estallido de la Guerra Civil fue nombrado Jefe Superior de la Policía de Madrid. Siguiendo al Gobierno, ejerció el mismo puesto en Valencia, y más tarde acabó en Francia, con la idea de marcharse a algún país americano. Pese a las duras condiciones que vivió en el exilio, nunca dejó de pintar y dibujar.

Tras el inició de la Segunda Guerra Mundial, decidió volver a España, pero nada más cruzar la frontera fue apresado. En 1941 estuvo detenido en la madrileña cárcel del Porlier, donde todavía fue capaz de realizar algunas de sus mejores obras, como Cabeza de vasco. El 6 de octubre fue ejecutado, pero antes había tenido tiempo de redactar e ilustrar tres cuentos para cada una de sus hijas. Una de ellas era Paca Aguirre, años después Premio Nacional de las Letras. Su nieta, la prematuramente fallecida Guadalupe Grande Aguirre, también heredó su pasión por la cultura, expresada en su obra como poeta y ensayista.

(Servicio de Información Bibliográfica)