Pasó su juventud bohemia entre juegos y deudas, con un estilo de vida y una manera de vestir criticadas por su extravagancia. Instalado en Salamanca, comenzó a escribir en El Solfeo, donde también colaboraba Clarín, quien se convertiría en su némesis y al que atacaría despiadadamente, hasta el punto de dedicar todo un libro para demostrar que era un plagiario y que a la muerte del egregio escritor se vanaglorió por ser el primero en celebrar su fallecimiento.

Licenciado en Derecho por la Universidad Central, regresó brevemente a Puerto Rico, pero tras publicar el relato El Carnaval de las Antillas, que fue leído como un ataque a las costumbres locales, sufrió un intento de lapidación y tuvo que salir de la isla escoltado por soldados. De vuelta a Madrid, también fue acusado de antipatriota por sus ideas acerca del proceso de descolonización, lo que le llevó a participar en diferentes duelos y a ser considerado como un enemigo público.

A pesar de que debido a su independencia y a su facilidad para el escarnio se ganó enemigos en los más diversos ámbitos, colaboró en los muchas y muy diversas publicaciones de la época: El Liberal, El País, Don Quijote, Gil Blas… También fundó algunos diarios como El Intransigente o El Heraldo de París, pero normalmente duraba poco en sus puestos debido a su intemperancia. En cualquier caso, viajó por toda España y por gran parte del mundo, de Filipinas a Cuba pasando por Alemania, y se ganó una gran reputación por artículos como los que reunió en Ultramarinos (1882).

Tras un periodo como director de El Español, en 1887 se encontró sin trabajo y sin medios. Para subsistir pidió ayuda al presidente del gobierno, Antonio Cánovas, a quien sin embargo siguió deseando que muriera ahorcado junto a todos sus ministros. Con buen humor, o para librarse de él, se le encontró un puesto en las Antillas, pero antes de partir un familiar le encontró acomodo como director de unas minas en Cantabria, donde conoció a la que sería su mujer, Ricarda Encarnación Valenciaga.

Unos años después la pasión por el periodismo le llevó a volver a las andadas y de nuevo nos lo encontramos como corresponsal en París de El Liberal, donde escribió con el pseudónimo de Luis de Madrid con la ingenua intención de despistar a sus enemigos. Desde la capital francesa escribió numerosos artículos para diversas cabeceras y algunos libros, como la novela corta El avispero (1892) o sus memorias, De mi vida y milagros (1909). Entre sus crónicas más memorables están las dedicadas al asunto Dreyfus y a la pérdida de las colonias, que no gustaron ni en España ni en Cuba ni en Estados Unidos.

 

A principios del siglo XX se había convertido en una gran figura del periodismo español, visita obligada para todo aquel compatriota que pasaba por París, popularmente conocido como “la víbora de Asnières”, pueblo en el que residía. En 1915 fue expulsado de Francia por presiones del gobierno belga después de haberse burlado del trasero de su reina. Instalado en Londres, en 1918 moriría su mujer y poco después él mismo. Acusado por sus numerosos enemigos de pendenciero, venal y estrambótico, no hay duda de que poseía una aguda ironía, que era un azote de toda pomposidad, un gran observador, y un crítico vehemente de la corrupción.

(Servicio de Información Bibliográfica)