Paradigma de la mujer aristócrata ilustrada del S. XVIII, María Isidra fue una figura muy conocida en la corte madrileña. Estudió con un preceptor, Antonio Almarza, quien le dio la misma formación que a sus pupilos varones pertenecientes a las casas nobiliarias, y quien dijo de ella que destacaba por su memoria prodigiosa, raro ingenio y poderoso entendimiento.

La fama de sus conocimientos y su nivel intelectual se extendió tanto que el director de la Real Academia de la Lengua, marqués de Santa Cruz, propuso su entrada como académica honoraria a instancias de Carlos III. La Academia acató la propuesta considerando que aceptar a una mujer podía considerarse un signo de modernidad y carácter ilustrado, de modo que, tras redactar su discurso de entrada, ésta se produjo el dos de noviembre de 1784, a la edad de diecisiete años.

Doctora de Alcalá

Poco tiempo después, su padre, a través del conde de Floridablanca, solicitó de la Universidad de Alcalá de Henares que reconociera sus estudios y le otorgara el grado de doctora. Para ello tuvo que vencer todas las resistencias que impedían que una mujer fuera admitida en la universidad, y volvió a necesitar la autorización del rey. Finalmente, la universidad complutense permitió que realizara los ejercicios correspondientes y se examinó de todas las materias durante dos días, ante un tribunal formado por ocho catedráticos. Se le concedió el grado en Filosofía y Letras Humanas y la cátedra honoraria de Filosofía Moderna por su digresión sobre Aristóteles. Toda la prensa de Madrid se hizo eco del desarrollo de estas jornadas de ejercicios, las cuales se llevaron a cabo con inusitada pompa y ceremonia.

En 1785 ingresó en la Sociedad Vascongada de Amigos del País y en 1786 en la Sociedad Económica Matritense, a petición propia, a través de su padre. El ingreso de María Isidra en esta última institución resucitó el debate sobre la conveniencia de admitir a las mujeres en su seno y favoreció la creación de la Junta de Damas, que se convirtió en la primera institución colectiva de mujeres que no era un convento. Igualmente, entró a formar parte de la Academia Imperial de las artes de San Petersburgo como socia libre honoraria.

Sin embargo, su presencia pública y sus aportaciones en este tipo de proyectos se truncó a partir de 1789. Ese año la Universidad de Alcalá le pidió que redactara un discurso en conmemoración de la coronación de Carlos IV, solicitud que ella declinó, alegando que su nuevo estado no le permitía participar en estos actos. En efecto, el 9 de septiembre de ese mismo año, se había casado con Rafael Alfonso de Sousa de Portugal, marqués de Gualdalcázar, y el matrimonio se había trasladado a Córdoba, donde radicaba gran parte de los bienes del mayorazgo del esposo. En esta ciudad nacieron sus cuatro hijos. A partir de entonces su actividad intelectual se redujo a las acciones de beneficencia.

En cualquier caso, las circunstancias políticas también obligaron a María Isidra a reducir su vida pública. La muerte de Carlos III en 1788 y el inicio de la Revolución Francesa produjeron un profundo cambio político en España y tras el destierro de Jovellanos en 1790 y la destitución y encarcelamiento de Floridablanca en 1792, consideró que su situación de mujer intelectual casada con un hombre más joven y menos culto, podría ponerla en el punto de mira.

En 1794 María Isidra ingresó en la Real Orden de Damas Nobles de la Reina María Luisa.

Su prematura muerte se produjo con tan sólo treinta y cinco años.

Como legado nos ha dejado su trabajo académico formado por los discursos leídos en las diferentes instituciones de las que fue miembro.

(Servicio de Información Bibliográfica)