Las heroínas del Dos de Mayo
Madrid rememora cada Dos de Mayo el coraje de sus vecinos en uno de los días más trágicos de su historia, una masacre en la que perecieron a manos del ejército de Napoleón más de 400 madrileños, la inmensa mayoría del pueblo llano, gente de todos los oficios. Las víctimas fueron sobre todo hombres, pero también murieron mujeres (un 15% de los fallecidos) que se significaron aquel día de 1808 en una lucha brutal y desigual.
Aunque previamente había habido choques con los franceses que ocupaban Madrid como huéspedes, la mecha que encendió el fuego fue el intento de llevarse al infante don Francisco de Paula, el único miembro de la familia real que quedaba en la capital. Comenzó entonces en la plaza de Oriente una revuelta para impedirlo que fue acallada a cañonazo limpio. Indignado, el pueblo pasó a combatir con todo tipo de armas sin que las tropas españolas le apoyaran. Estaban acuarteladas dado que ambos gobiernos eran en ese momento aliados contra Inglaterra. Solo el Parque de Artillería de Monteleón, con los capitanes Daoiz y Velarde al frente, se unió a la lucha de los paisanos. Fue el inicio de una cruenta guerra de seis años por toda España.
Más que leyendo documentos de la época, cualquiera puede hacerse una idea de lo que fue aquella jornada sangrienta viendo los cuadros de Goya: la carga de los mamelucos del día 2 y los fusilamientos del día siguiente.
En 1838, solo 30 años después, cuando aún vivían muchos de los que habían presenciado la tragedia, el alcalde primero constitucional de Madrid, Víctor López, reconocía con retórica propia de la época el papel que en la lucha contra las tropas de Napoleón habían desempeñado las mujeres. Así lo recogió el Eco del Comercio:
No solo se manifestó aquel día el varonil denuedo castellano en las calles y plazas de esta villa, sino que también aparecieron heroínas a defender la patria, presentando sus pechos denodados al mortífero plomo del ambicioso usurpador.
Con el pecho al descubierto esculpió Aniceto Marinas a Clara del Rey en un grupo escultórico en la que se la ve caída a los pies de un cañón. La Ilustración española y americana reprodujo la obra en vísperas del centenario en 1908.
Clara del Rey tenía 47 años y había ido al Parque de Artillería a ayudar en la defensa junto a su marido y sus tres hijos. Uno de ellos también resultó muerto al igual que el marido. Clara fue alcanzada por la metralla cuando colaboraba trayendo munición.
Ella no fue la única que perdió la vida entre los cañones. Benita Pastrana, de 17 años, también murió en Monteleón, y Ángela Fernández Fuertes resultó herida pero falleció más tarde en el Hospital General.
En un artículo publicado en Nuevo Mundo en 1929 Diego San José, escritor que fue cronista de Madrid y al que se supone bien documentado, dio una relación de algunas heroínas del Dos de Mayo fallecidas, además de las ya citadas:
Benita Sandoval, de 30 años, fue muerta en la defensa de la Puerta de Toledo. Catalina González Aliaga, de 38 años, fue herida en la puerta de su casa, que estaba en la calle de Leganitos y falleció a los pocos días. Catalina Pajares, de 16 años, fue muerta en el balcón de su casa, calle de Luzón. Ezequiela Antonia Fayola murió en la Puerta del Sol. Felipa Vicálvaro Sáinz, de 15 años, murió en la Plaza Mayor. Francisca Pérez de Párrega, de 47 años, cayó en la calle de la Montera. Isabel Montalvo, murió en los Caños del Peral. Juana Rodríguez Maestro, de 66 años, murió en la calle de San Bernardo. Lucinda Escudero, de 60 años, murió en la calle del Espejo.
Como se puede ver en esta relación cayeron mujeres de todas las edades, algunas de ellas probablemente no por participar en la lucha sino por estar en el sitio equivocado, pero lo normal fue que las víctimas femeninas, muertas o heridas, se involucraran en la rebelión. Juan Pérez de Guzmán y Gallo, uno de los mayores estudiosos de lo ocurrido el Dos de Mayo, relató en 1891 en El Correo Militar uno de los episodios protagonizados por mujeres:
Las manolas de los barrios de Toledo y las Vistillas acometieron a los coraceros que venían de Carabanchel, metiéndose entre los escuadrones armadas de navajas con las que sajaban el vientre de los caballos que, al caer en tierra, arrastraban a los jinetes, víctimas también del furor de aquellas heroínas. En la calle del Barquillo murió uno de los jefes franceses, mortalmente herido en la cabeza por un tiesto de flores que desde un balcón le arrojaron.
En esta ilustración de la revista Por esos mundos podemos ver a una mujer armada con una de esas terribles navajas que tanto estrago causaron entre los soldados franceses.
Nunca pudo ser identificada la mujer que tiró la maceta que acabó con la vida del militar francés. Pudiera ser Ángela Villalpando, que fue muerta de un balazo en la cabeza cuando estaba asomada a un balcón, pero no es seguro. En todo caso es fácil que la mujer del tiesto sufriera la represión posterior del general Murat, quien hizo marcar con las bayonetas las casas desde las que se atacaba a los franceses.
En la relación de fallecidas antes citadas faltan algunos personajes conocidos como es el caso de las jóvenes Manuela Malasaña y María Felipe Coste, apodada la Buen pelo. Respecto a esta última, imitando el estilo de Galdós en los Episodios Nacionales, el historiador Antonio Pareja Serrada hizo en 1911 un relato novelado sobre su actuación el Dos de Mayo en la revista Por esos mundos.
María era una mujer de unos veinte años, alta, regordeta, con un rostro moreno trigueño que animaban dos hermosos ojos negros, el seno alto y robusto, y una abundante cabellera que le había valido el remoquete de la Buen pelo.
Tras tomar parte en refriegas por toda la ciudad batiéndose con bravura con los soldados franceses, la mujer acudió al parque de Monteleón y murió allí junto a un muchacho. Así lo relata el historiador con una buena dosis de imaginación:
La Buen pelo dio un estridente grito y arrojándose sobre él, le reclinó en su falda, pero al ver que era cadáver, le besó en la entreabierta boca, sollozando: ¡En nombre de la patria! Estas fueron sus últimas palabras. Un disparo de metralla destrozó su cráneo, y la Buen pelo y el niño volaron juntos a la eternidad.
En esta ilustración vemos una recreación de las dos víctimas en la iglesia de las Maravillas, donde fueron llevadas, junto al párroco que reza un responso por sus almas.
El relato anterior es del siglo XX, muy lejos ya de los hechos que narra y por tanto muy novelado. La ficción y el mito estaban ganando terreno a la realidad de los sucesos ocurridos y eso es lo que parece que pasó con Manuela Malasaña. Todavía la propia Real Academia de la Historia recoge la versión difundida en la Guía de Madrid de Ángel Fernández de los Ríos, de 1876, según la cual Manuela habría muerto cuando preparaba los cartuchos que su padre disparaba contra los asaltantes del cuartel de Monteleón.
Pero en la relación de víctimas que hicieron los alcaldes de barrio solo unos días después del Dos de Mayo, relación que publicó en 1871 el escritor Francisco M. Morales Sánchez en su obra ‘Páginas de sangre’ se dice que Manuela murió de un balazo, pero que su madre era viuda.
Juan Malasaña, padre de Manuela, no estaba por tanto en esa relación de víctimas del Dos de Mayo porque ya había muerto. Y tampoco aparece en las listas de fallecidos que comenzaron a publicar los periódicos a mediados del siglo XIX basándose en información oficial.
Para que se vea como en el caso de Malasaña y su hija el mito iba ganando terreno sobre la realidad en mayo de 1926 la revista La Esfera publicó un espectacular grabado reproduciendo un cuadro del pintor Álvarez Dumont en la que se ve a Manuela muerta a los pies de su padre cuando éste lucha cuerpo a cuerpo con un coracero francés.
Por si quedara alguna duda de la realidad de los hechos La España moderna publicó en 1891 una detallada investigación del cronista de la villa de Madrid Carlos Cambronero en la que se detalla cuál fue la causa de la muerte de Manuela de acuerdo con el informe oficial realizado cuando una tía suya pidió una pensión del Gobierno como recompensa. Familiares de fallecidos y heridos el Dos de Mayo recibieron estas pensiones del rey Fernando VII, quien aunque persiguió con saña a los liberales se mostró generoso con quienes ese día habían mostrado lealtad a su persona hasta el punto del martirio.
La madre de la joven había fallecido en 1815 y su hermana, Marcela Oñoro, pidió una pensión como pariente más cercana de Manuela, dinero que se le concedió. Esta es la instancia que presentó recogida en la España moderna:
Marcela Oñoro, de estado viuda, habitante en la calle del Barco, casa núm. 16, a V. R. hace presente que entre las victimas sacrificadas por la ferocidad francesa el memorable día Dos de Mayo fue una su sobrina carnal Manuela Malasaña, de edad de quince años, hija de Juan y de María Oñoro, ya difuntos, habitantes en la calle de San Andrés núm. 18, cuya joven, viniendo de bordar fue registrada, y sin más motivo que haberla hallado las tijeras que traía colgadas de una cinta para uso de su ejercicio, la fusilaron bárbaramente los soldados franceses.
Esta sencilla descripción de lo sucedido hecha por su tía parece reflejar la triste realidad: la chica regresaba a su casa llevando encima las tijeras de bordar y eso le costó la vida. El general Murat había ordenado matar en el acto a quien se le encontrara cualquier cosa que pudiera servir como arma.
La casualidad fatal se cruzó con Manuela, lo cual no quita nada al mito en que se ha convertido. Aunque no la pintara Goya, podemos imaginarnos la brutal escena. Los soldados disparando a bocajarro sobre una asustada e inocente muchacha huérfana de padre que tenía que trabajar a tan temprana edad para ganarse la vida. La inmensa emoción que se desprende de esta odiosa injusticia justifica por si sola que la fecha del Dos de Mayo siga arraigada en el recuerdo de los madrileños.
PD. Una relación alfabética de muertos y heridos en el Dos de Mayo, con otros muchos datos, puede verse y descargarse de la página de la Real Academia de la Historia dedicada a esta fecha.