La bibliotecaria Matilde, casi medio siglo de Memoria de España
Con motivo de la jubilación de Matilde Carmona Soler, sus compañeros del Departamento de Control Bibliográfico de Revistas recuerdan sus 47 años de trabajo en la BNE.
Matilde Carmona Soler
En 1972 se presentó por primera vez la candidatura de una mujer a la Academia de la Lengua, la de María Moliner, candidatura que acabó siendo rechazada. En aquella época las mujeres no podían llamar a determinadas puertas. La gran bibliotecaria y autora del Diccionario de uso del español no lo criticó. Manifestó que no hubiera sabido de qué hablar en el discurso de admisión. “¿Qué podía decir yo si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines”. Es la anécdota que recogen las crónicas.
Ese mismo año de 1972, con 18 años y su padre en paro, empezó a trabajar en la Biblioteca Nacional como contratada laboral Matilde Carmona Soler. Era la mayor de 8 hermanos y estaba haciendo el COU. Luego empezó Económicas pero dejó la carrera para dar prioridad a la familia. Matilde, que tiene 3 hijos, 2 nietos y otro más que viene de camino, se jubila ahora en la BNE después de pasar casi medio siglo entre periódicos viejos. “Yo me considero una ama de casa que trabaja”, dice con la misma modestia con la que hablaba María Moliner. Matilde, por cierto, también cosía los calcetines de sus hijos.
Siguiendo la dilatada trayectoria laboral de Matilde puede rastrearse la evolución de la Biblioteca Nacional, una institución que como otras en los últimos años del franquismo miraba más hacía dentro que hacia fuera, hacia el público, y que a lo largo de los años no sólo ha modernizado sus estructuras, equipos y modos de trabajo, sino que también ha pasado a considerar al usuario como el eje sobre el que gira su funcionamiento.
En aquellos primeros setenta en que las mujeres hacían un servicio social al igual que los hombres el servicio militar, muchas chicas pasaban tres meses prestando servicio de auxiliar en la BNE y había una biblioteca circulante de préstamo a domicilio en la planta baja, dado que entonces era casi inexistente la red de bibliotecas municipales.
Con la llegada de la democracia y su afianzamiento, la BNE experimentó una apertura considerable. “En junio y septiembre se formaban unas colas para entrar que llegaban hasta la calle Serrano”, recuerda Matilde. Eran estudiantes que preparaban los exámenes en la salas haciendo uso de todos los recursos de la institución. La pena era que se hurtaban muchos manuales, sobre todo de Derecho y Economía; e incluso se llegaban a guillotinar trozos de enciclopedias del Salón General. Por eso, las medidas de seguridad no han dejado de ir en aumento desde entonces.
Uno de los recuerdos más vivos que conserva Matilde es el de los ex combatientes republicanos que acudían a la Biblioteca a buscarse en los boletines oficiales de los años de la Guerra Civil con el fin de hacer una fotocopia y acreditar su identidad para poder cobrar la pensión reconocida por el Gobierno. “Algunos venían con sus hijos porque eran analfabetos, muchos estaban sordos. Se hizo una gran labor porque la búsqueda era muy laboriosa. Para facilitar la tarea se formó un equipo y se vaciaron los boletines para confeccionar un listado. Así todo fue más fácil”.
Una anécdota de aquella época que cuenta Matilde, que ha pasado toda su vida laboral en el departamento de Prensa y Revistas, es la relacionada con las publicaciones eróticas y pornográficas. Se decidió esconderlas y los ordenanzas (no había entonces auxiliares de biblioteca) dejaron de servirlas al público en la sala. La fiebre del destape hacía temblar entonces los respetables muros de la institución.
Luego llegó la informática y lo puso todo patas arriba. Fue la revolución. Se acabaron las fichas y la biblioteca empezó a automatizarse. “Antes era horrible porque muchas veces la gente no sabía o no recordaba cómo se llamaban las publicaciones periódicas y en las fichas sólo las podíamos buscar por el título y muchas de ellas tenían títulos parecidos. Con el ordenador todo cambió y ya podíamos buscar por cualquier cosa: título, entidad, materia…”.
La digitalización abrió una nueva era en la BNE. La investigación se podía hacer ya muchas veces desde casa, aunque muchos usuarios no renuncian al fetichismo de tocar y hojear libros o periódicos antiguos. Es la magia que aún conserva el papel.
El servicio de autocopia también facilita la labor al público, que puede fotografiar directamente los ejemplares. Matilde recuerda que antes, cuando dejaba de funcionar la fotocopiadora, todo se complicaba. “Me acuerdo de que una usuaria quería arrancar la hoja que le interesaba, la convencí pacientemente para que no lo hiciera pero no debí ser muy elocuente porque quería llevarse a su casa el periódico entero”.
Matilde ha tratado directamente durante años con Espartero, Castelar, Cánovas del Castillo y tantos otros políticos que llenan las páginas de la prensa de los siglos XIX y XX. Sus nombres y peripecias han pasado bajo sus ojos mientras hacía arreglos de catalogación o de colecciones. Ella no sólo ha cosido calcetines, también ha cosido durante su vida laboral la Memoria de España.
Matilde se jubila ahora, pero sólo como bibliotecaria. En casa trabaja y seguirá trabajando.
¡Qué verdades contaís! Ahora que la he conocido más, la he admirado más.