[Dos apóstoles]

Este espléndido dibujo es uno de los más destacados de la producción gráfica de Carreño de Miranda, un claro exponente de cómo el artista trasladó a su obra sobre papel elementos característicos del lenguaje pictórico, obteniendo así resultados que sobresalen por sus cualidades plásticas.
Carreño empleó los lápices a modo de pinceles para aplicar sobre el papel toques de color que se superponen y yuxtaponen, describiendo las facciones del anciano con breves trazos de sanguina y lápiz negro, combinados con realces de clarión dispuestos en los puntos en los que incide la luz que desde lo alto ilumina la figura.
Su cráneo, delimitado por una nítida línea curva, y la mano en la que sostiene airosamente el cálamo interrumpiendo el acto de escribir, se recortan sobre un fondo oscuro creado por medio de diagonales paralelas, como es habitual en los dibujos del asturiano, que para modelar los volúmenes estableció gradaciones cromáticas partiendo de la tonalidad del papel, como se observa en el rostro del más joven -representado en un fuerte escorzo-, donde la sanguina se concentra en la mitad derecha, que queda en penumbra.
El movimiento que recorre esta figura se acentúa por el desdoblamiento de los contornos que definen el brazo alzado, interrumpido a la altura de la muñeca, en paralelo al cual el pintor esbozó la mano correspondiente, realizando asimismo dos apuntes para la izquierda, que sostiene un libro, en la parte inferior de la hoja.
El empleo de la perspectiva di sotto in sù característica de las pinturas murales, en la representación de estos dos apóstoles o evangelistas, lleva a pensar que el dibujo podría estar relacionado con uno de los ciclos de frescos en los que participó Carreño y más concretamente con el desarrollado junto a Rizzi en el Ochavo de la catedral de Toledo.
