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La Lisztomanía y una prodigiosa niña pianista
Su reputación creció hasta alcanzar un grado superior a cuanto puede imaginarse. Tenía fanáticas y enamoradas, y hace medio siglo hubo una casi enfermedad femenina que se llamaba la Lisztomanía. El delirio duró largo tiempo y la princesa Wittgenstein estuvo a punto de casarse con él…
Así recordaba El Imparcial en 1886 al recién fallecido Franz Liszt, el pianista y compositor que había dominado durante décadas la escena musical europea. Como Chopin, Schumann o Schubert, Liszt fue uno de los grandes pianistas del siglo XIX pero a diferencia de los demás él ha pasado a la historia por ser el primer músico que provocaba con sus magnéticas actuaciones desmayos y accesos de histeria. La fiebre Liszt o Lisztomanía es comparable a lo que fue la más cercana Beatlemanía del siglo XX.
En una crónica de El Liberal, también con motivo de la muerte del músico, se reproduce el comentario desapasionado de un testigo de las actuaciones de Liszt en su juventud:
Vedlo hacer su entrada en un concierto público. Empieza tirando sus guantes a un acomodador, luego se sienta ruidosamente. Pasea la mirada dominadora sobre el numeroso auditorio y la fija en cada uno de sus devotos, a quienes deja inmóviles bajo su pupila ardiente como el gavilán que fascina a tímidas palomas. Pone al fin las manos en el teclado y mientras lanza sus rayos y deja oír sus truenos, posee bastante sangre fría para ver y para oír lo que pasa a su alrededor. Cuando no toca, habla, gesticula, lleva el compás, atrae la atención de cualquier modo. Cuando toca, manos, pies, cabeza, ojos, hasta los cabellos, toman parte en el asunto, y de toda esta agitación corporal resulta un efecto de los más desgraciados para el espectador rebelde a los efluvios de esta clase de magnetismo.
En Berlín, donde empezó la Lisztomanía, las jóvenes acudían al peluquero de su ídolo para que les diera mechones de su cabello para guardarlos como una reliquia. Era la década de 1840, en plena época romántica, cuando el joven Liszt encandiló al auditorio de Europa; eran años de intensidad emocional y sensibilidad exacerbada. Por entonces en España Zorrilla escribió ‘Don Juan Tenorio’.
Tras una actuación suya en Budapest, ciudad natal de Liszt, se produjo la apoteosis, tal como podemos leer en El Correo Nacional (7/2/1840):
Al llegar a la plaza del teatro los estudiantes desengancharon los caballos y tiraron del coche conduciéndole por varias calles hasta llegar a casa de M. Liszt, en cuya puerta, al bajar del carruaje, fue arrebatado el artista y subido en triunfo hasta su mismo aposento. Se calcula en más de 30.000 personas el gentío que se agolpó en las calles del tránsito.
En la portada de La Ilustración de España podemos contemplar al músico en una edad ya cercana a la de su muerte.
Retrato de Franz Liszt publicado por la Ilustración de España con motivo de la muerte del músico
Liszt murió a los 75 años en Bayreuth (Baviera), donde se encontraba con su hija Cósima, viuda de Richard Wagner. En sus últimos años de vida se dedicó a promocionar la música del que había sido su yerno, el genial compositor alemán fallecido tres años antes.
En la historia del piano en España hay un antes y un después de la visita de Liszt, el primer virtuoso de este instrumento que visitaba nuestro país. Chopin había estado unos años antes en Mallorca para reponerse de su enfermedad, pero no para dar recitales.
Con 33 años Liszt hizo una gira que incluyó varias ciudades españolas y la capital portuguesa. Comenzó el recorrido en Madrid en octubre de 1844 y lo concluyó en abril de 1845 en Barcelona, pasando antes por Córdoba, Sevilla, Cádiz, Lisboa Málaga y Valencia. Su repertorio se compuso de fantasías basadas en números de ópera italiana, obras propias y de otros compositores e improvisaciones y caprichos. Esto último causó una gran sensación porque no era corriente que alguien tocara el piano sin valerse de una partitura.
A su actuación del 28 de octubre en la sede del Liceo en el palacio de Villahermosa de Madrid, el actual Museo Thyssen, asistió el público más selecto de la Corte. Esta es la crónica del periódico La Esperanza del día después:
Anoche tuvimos el gusto de asistir en el Liceo al primer concierto dado en esta corte por el gran pianista de Europa, el célebre Liszt. Confesamos desde luego que abrigábamos algunas dudas sobre el buen éxito de esta función; entre nosotros hay mas afición, como en todos los pueblos meridionales, a la música vocal que a la instrumental; se admiran más y se aprecian mejor las inflexiones de la voz humana que el vencimiento de las grandes dificultades que presenta la ejecución instrumental; y apoyados en esta observación constante de nuestra experiencia, creímos que una función reducida a tocar diferentes piezas en el mismo instrumento y por la misma persona, cansaría a un público tan aficionado a la variedad como el nuestro. El resultado ha probado que nos engañábamos completamente; no solo se ha escuchado al Sr. Liszt hasta el último momento, sino que el público no se saciaba de oírlo, y cuando se acabó la función no había un solo espectador que no hubiese deseado que empezase de nuevo. El entusiasmo era tan grande que los aplausos brotaban casi sin interrupción, y era preciso contenerlos para no perder algunos de los trozos mas magníficos de la incomparable ejecución del Sr. Liszt. Nunca hemos presenciado en el público madrileño arranques tan espontáneos de entusiasmo artístico; ni tantas ni tan generales muestras de inteligencia y saber.
Para la reina Isabel II, que era entonces una muchacha de 14 años, Liszt tocó en el palacio real. La joven monarca le condecoró con la cruz de Carlos III y le regaló además un carísimo alfiler de brillantes. El músico ganó un dineral con sus actuaciones en España, lo que fue objeto de sátira por el periódico El Fandango, que publicó una caricatura del pianista en su número del 15 de diciembre de 1844.
Caricatura de Liszt publicada por el periódico satírico El Fandango
El Fandango, que defendía la música y el baile español y en general las costumbres españolas de los ataques extranjeros, hizo una crítica burlesca del músico pero reconociendo su gran virtuosismo:
Agradecido el famoso Liszt a las demostraciones de aprecio que le ha dispensado esta Corte, se propone recorrer las primeras capitales de España, por ver si además de la cruz de Carlos III y del consabido alfilercillo de brillantes, reúne una buena cantidad de dobloncejos con que poderlo pasar en ‘estrangia’ algo mejor que algunos célebres artistas españoles que están acaso pereciendo de hambre en su patria. Desengañémonos, lo primero que debe aprender todo artista para prosperar es saber DAR EN LA TECLA. La notabilidad húngara entiende este busilis a las mil maravillas. Maneja el teclado que es un primor.
Liszt fue un niño prodigio y fue comparado durante su niñez con Mozart, el paradigma de todos los niños prodigios musicales. En la Enciclopedia Musical, una revista con bellos grabados que se publicó en Barcelona durante la década de 1880, podemos ver una imagen con la recreación del momento en que Mozart, con 6 años, fue presentado en la Corte de Viena.
Mozart niño presentado en la Corte de Viena en una recreación de la Enciclopedia Musical en 1884
En la España romántica hubo niños y niñas o adolescentes pianistas destacados de los que apenas nada se conoce. Es el caso de Rosario de los Hierros o de María Martín, cuyas vidas son bastante desconocidas pero que en esa época daban conciertos y sus actuaciones eran reflejadas elogiosamente en la prensa. Por ejemplo, durante la gira de Liszt en España, María Martín dio un recital del que se puede leer esta crónica en la Revista de Teatros (19/12/1844):
En la noche del lunes último tuvimos el gusto de oír a la célebre pianista española, la señorita doña María Martin. Todos los periódicos do esta capital han prodigado los mayores elogios a Liszt, ensalzando su mérito hasta el último extremo, y al detenerse tanto en alabar a un estrangero no se han acordado apenas de la señorita Martín, digna por todos títulos del aprecio de sus compatriotas y de ocupar un lugar muy distinguido entre los mas célebres artistas de esta época. La maravillosa facilidad que muestra al ejecutar los pasos mas complicados y difíciles, la finura y desembarazo con que sus dedos recorren el teclado, la delicadeza que se advierte en los ligados y en los trinos, la seguridad con que hiere las notas y más que todo la expresión que da a lo que toca, interesando vivamente a cuantos tienen la fortuna de oírla, hacen de ellas una pianista de primer orden.
No se conoce con exactitud la edad de María cuando dio este concierto, pero sí que estaba en la adolescencia, porque en 1883 los periódicos publicaron un obituario con motivo de su muerte cuando contaba ya con más de 60 años. El periódico El Día recordaba entonces:
Apenas llegaba a Madrid un artista extranjero se hacia presentar a la pobre difunta, deseoso de conocerla y admirarla. No se disponía un concierto en ninguna casa aristocrática sin que se solicitase el concurso de la amable y eminente pianista…
No hay ningún retrato de esta pianista, pero sí hay una simpática imagen de otra niña prodigio que pertenecía a una de las familias más musicales de la época en España. Se trata de Rosa Baraibar, cuyo retrato al piano puede verse en la Biblioteca Digital Hispánica.
Retrato de la niña Rosa Baraibar al piano
La niña tenía en esta imagen 4 años y medio y como se ve no le llegaban los pies al suelo. El texto que acompaña al retrato dice que era socia de mérito del Liceo Español y que fue célebre en Europa.
En el diario La Época (30/12/1853) podemos leer una noticia contemporánea del retrato:
La niña Rosa Baraibar, de edad de cuatro años y medio, que ha sido objeto de admiración en varias reuniones de la capital por la portentosa facilidad con que toca el piano a pesar de sus pocos años, debe salir dentro de breves días para el extranjero. Parece que se propone dar conciertos en las principales capitales de Europa.
Más de un año después leemos en La Nación un suelto de la actuación de la pequeña ante los Reyes. La noticia lleva por título ‘Artista en miniatura’:
El domingo 4 del actual, a las ocho de la noche, fue presentada a SS. MM. la señorita Rosa Baraibar, quien con su singular despejo ejecutó al piano varias piezas de música, recibiendo las mayores pruebas de benevolencia por parte de las reales personas.
La niña, que recibió de la Reina una alhaja de oro, brillantes y esmeraldas, era recibida en Madrid en los salones de toda la aristocracia española.
Rosa Baraibar dio muchos conciertos también en su casa, es decir, en la casa de sus padres, Emilio y Adelaida, en el piso principal del número 43 de la calle de Fuencarral. En realidad, la niña lo primero que oyó al nacer fueron las notas de un piano. Su padre era fundador y director de una sociedad de afinadores de pianos que además comercializaba instrumentos, tanto de fabricación española como extranjera. La sociedad, llamada La Sin Par, la componían también profesores de música de ambos sexos y la madre de la niña era una de las profesoras.
El matrimonio tenía otra niña, Adelita, que cantaba en las reuniones que se celebraban los domingos por la tarde en su domicilio, pero que no parece haber tenido el mismo éxito que tuvo su hermana al piano. Al menos, no es tan citada en la prensa de la época.
Por ese poder evocador que tiene la imagen, la pequeña Rosa sentada al piano con sus pequeños pies colgando en el salón burgués de su casa resulta una encantadora y expresiva estampa de la España musical de siglo XIX.