Allí da muestras de su pasión lectora y con 15 años escribe su primer drama en verso, Amor y orgullo. Creyendo que así encauzaba su talento, su padre se empeñó en que siguiera la carrera eclesiástica, pero nada más ingresar en el seminario se fugó en dirección a Madrid.

Con 18 años, sin dinero ni conocidos, en la más pura tradición romántica, pasa sus primeras noches en la capital en un mesón de la Cava Baja. Sin más respaldo que su audacia, se presenta en la redacción de El Observador, donde fue inmediatamente contratado. En los siguientes años mezcló política, periodismo y literatura, con unas firmes convicciones progresistas, lo que le llevaría a ser detenido por sus críticas al gobierno.

En 1860 publica en La Iberia su Recuerdos de la campaña de África, épicas crónicas sobre el conflicto hispano-marroquí, gracias a las cuales se hizo con un nombre reconocido por el público y un respeto del que ya gozaría hasta el final de sus días. En esta campaña conoció a O’Donnell, hacia quien desarrollaría una gran estima personal, lo que le hizo abandonar a los progresistas y acercarse a su Unión Liberal. Entre los cargos políticos que alcanzó se encuentran el de gobernador de Logroño y diputado, pero su oposición a Narváez le supuso ser desterrado a Cáceres.

Tras fundar y dirigir El Contribuyente, participó activamente en la Revolución de 1868, redactó el Manifiesto a la nación por encargo del gobierno provisional, y ya durante la Restauración, como figura cercana a Sagasta, se encargó de escribir la aceptación de la Monarquía por parte de los liberales. Además de consejero de Estado, fue miembro de la RAE y ministro de Ultramar.

En su faceta literaria, aunque escribió dramas como El haz de leña, su obra teatral más significativa, fue fundamentalmente un poeta lírico, obteniendo un gran éxito con sus poemas y lecturas públicas.

Sus versos se caracterizaban por un encanto seductor en el que unía sentido del humor y moralidad. Su periodo de esplendor se situó entre 1878 y 1880, con títulos como Tristezas o El vértigo, muy alabados por Menéndez Pelayo, uno de sus máximos valedores.

Muchos de sus poemas fueron concebidos para ser recitados, siendo las interpretaciones del actor Rafael Calvo especialmente aclamadas. En 1887 leyó en el Ateneo su Discurso sobre la poesía, en el que reivindicaba la necesidad de que el poeta se implicara en los problemas sociales y valoraba una poesía sencilla, alejada de la retórica vacía. Fue candidato al Nobel en cinco ocasiones, aunque nunca llegó a ser galardonado con este premio.

(Servicio de Información Bibliográfica)