Pérez Galdós, Benito

Dominio Público

Pérez Galdós, Benito

1843
1920
Lugar de nacimiento
Palmas de Gran Canaria
Lugar de fallecimiento
Madrid
Categorías
  • Dramaturgos
  • Novelistas

Se puede calibrar la importancia de un autor por su capacidad para hacernos ver la realidad de otra manera. Incluso de manera abusiva, se habla de lo “dantesco”, lo “kafkiano” o lo “orwelliano”, y aunque lo “galdosiano” no haya alcanzado esta universalidad, no hay ninguna duda de que la visión que los españoles tienen de su historia reciente está tamizada por la obra de Benito Pérez Galdós.

Y eso que para algunos de sus críticos se trata de un escritor sin estilo. Pero lo cierto es que basta leer unas páginas suyas para reconocer al autor que las imaginó. Por no hablar de la huella que ha marcado a numerosos autores en lengua española y que sigue presente en la actualidad, mucho después de que los más modernos movimientos literarios hayan pasado de moda. Porque para alcanzar la posición de Galdós como el más grande novelista en español de la historia solo comparable a Cervantes, es necesario combinar un inconmensurable talento y una sensibilidad humanista que hacen que cien años después de su muerte sus libros sigan siendo plenamente contemporáneos.

Nacido en una acomodada familia de Las Palmas de Gran Canaria, su padre fue un coronel que participó en la Guerra de Independencia. Ya en su adolescencia escribió algunos cuentos y poemas, pero en aquellos años su auténtica pasión era la pintura, arte que no abandonaría como aficionado mientras la salud de sus ojos se lo permitió. Desde muy joven fue famoso por su prodigiosa memoria, que le serviría como apoyo inapreciable en su monumental obra novelística. No deja de ser irónico que titulara su autobiografía Memorias de un desmemoriado (1915), aunque puede que se tratara de una broma privada, pues se trata de uno de sus libros más carentes de vida.

Vida en la capital

En 1862 se trasladó a Madrid con la excusa de cursar estudios universitarios, a los que en realidad nunca prestó demasiada atención. En la capital comenzó a frecuentar cafés en los que se organizaban tertulias en la más arraigada tradición arbitrista española, ambiente que reflejaría en su obra ya desde su primera novela, La Fontana de Oro (1870). El joven Galdós también fue asiduo del más elevado Ateneo, por entonces centro de reunión de los más egregios personajes, y conoció al otro gran novelista español del XIX, crítico implacable y amigo de por vida: Leopoldo Alas Clarín.

Siguiendo los pasos que marcaba la carrera literaria, comenzó a colaborar con la prensa, especialmente en el periódico La Nación, donde publicó una traducción de la novela de Dickens Los papeles póstumos del Club Pickwick (1868), lo que evidencia, por si fuera necesario, su vinculación con el autor inglés, con el que comparte su inigualable ojo para el retrato social, un humor irónico y una enorme compasión hacia sus personajes. El otro gran autor europeo del momento que se haría notar de manera particular en su obra fue Balzac, cuya obra conoció en los viajes a Francia que realizó en estos años. Con este bagaje, ya se sintió capaz de emprender la redacción de su primera novela, la citada La Fontana de Oro, publicada gracias al apoyo de su cuñada. Un año después de su debut, en 1871, un viaje a Cantabria sería clave en su vida. Allí pasaría habitualmente los veranos y conocería al novelista José María de Pereda, en sus antípodas estilísticas y políticas, pero del que sería amigo inseparable, lo que da muestras de su amplitud de miras.

La fontana de oro: novela histórica
La fontana de oro

Los Episodios Nacionales

1873 es un año clave en la biografía galdosiana, pues fue entonces cuando inició la redacción de los Episodios Nacionales, fresco histórico que recorre buena parte del siglo XIX español, desde Trafalgar (para cuya preparación se entrevistó con el último superviviente de la batalla) hasta Cánovas (1912), y a lo largo de cinco series y un total de cuarenta y seis entregas. De enorme popularidad en su momento y aún hoy reeditadas y leídas, Galdós fue capaz de combinar en ellas una visión general del devenir del país con una atención especial hacia el drama humano, a través de personajes que no son representaciones esquemáticas de una idea preconcebida, sino seres de carne y hueso. Además, el autor era capaz de enhebrar complejas tramas narrativas que sin embargo fluían con total naturalidad.

Los estudios críticos sobre su obra colocan otro jalón en 1881, año de la publicación de La desheredada, con la que iniciaría las conocidas como “novelas españolas contemporáneas”. Se trata de un conjunto diverso y a la vez con un aire de familia de obras en las que, a la manera de la comedia humana de Balzac, los personajes de un libro hacen aparición en otro, tejiendo un retrato social de una profundidad y sutileza que solo se puede calificar como genial. Con títulos tan destacados como Tormento (1884) o Miau (1888), que ya de por sí serían suficientes para ganarle un lugar destacado en la historia de la literatura española, sin embargo la obra más sobresaliente de este periodo es Fortunata y Jacinta (1886-87), extensa y magistral novela que solo admite medirse con las obras europeas más destacadas del siglo XIX como Madame Bovary, Guerra y Paz o Grandes esperanzas.

Fortunata y Jacinta es además una demostración de la modernidad de Galdós, quien supo crear personajes femeninos de una gran complejidad y viveza, alejado de los estereotipos habituales. Aunque el escritor nunca se casó y procuró preservar su privacidad, es conocido que a lo largo de su vida tuvo varias relaciones sentimentales que enriquecieron su obra y su vida. Además de su famoso affair con Emilia Pardo Bazán, tuvo una hija reconocida con Lorenza Cobián y mantuvo diferentes idilios con mujeres preferentemente artísticas, como la periodista Sofía Casanova o la actriz Ruth Morell.

Fortunata y Jacinta: (dos historias de casadas)
Fortunata y Jacinta

Su implicación en la política

Aunque parezca imposible dada su magnitud, la labor de escritura todavía le dejaba tiempo para ocuparse de otros asuntos. Siempre preocupado por la situación de los más desfavorecidos, Galdós decidió implicarse directamente en política, primero como diputado liberal por Puerto Rico (1886) y más tarde como figura clave en la formación de la coalición entre republicanos y socialistas, por la que llegaría a ser el diputado más votado por Madrid en 1910. En absoluto sectario, siempre abierto a las opiniones de los demás, todos los que le conocieron (quizá con la excepción del siempre gruñón Pío Baroja) valoraron su bonhomía, detalle no menor para comprender su grandeza literaria. Sin embargo, los ataques que sufrió estuvieron a menudo movidos por la mezquindad o la envidia, causas que explican términos despectivos como el de “garbancero” por el que sus enemigos trataron de desprestigiarle.

En la década de 1890 Galdós parece haber alcanzado la plenitud y se sucede una incomparable racha de obras maestras: Ángel Guerra (1891), Tristana (1892), la tetralogía de Torquemada (1889-95) o Misericordia (1897), novelas de madurez en las que la influencia de Tolstói se deja ver en un tono más espiritual y trascendente, sin por ello caer en la pretenciosidad, ya que la ternura hacia sus creaciones siempre hizo que mantuviera los pies en el suelo. También en esta época se reveló como un avezado autor teatral. Retomando una afición juvenil que había abandonado por dos décadas, en 1892 estrenó Realidad, que obtuvo una gran repercusión. Hoy quizá sus obras dramáticas hayan quedado en parte desfasadas en términos escénicos, pero el estreno de Electra (1901) causó un enorme revuelo al mostrar los abusos clericales de la época, lo que dividió a la sociedad, siendo visto por algunos como un héroe de la libertad y por otros como un peligro público. Pero más allá de cuestiones que desbordan lo literario, quizá su mejor obra dramática sea El abuelo (1904), basada como era habitual en una novela previa. Tanto Electra como El abuelo (novela) se encuentran entre los manuscritos de Galdós que conserva la BNE. Esta colección de inmenso valor se compone de un total de setenta manuscritos que incluyen los originales de Doña Perfecta, Tormento o varias entregas de los Episodios Nacionales.

Un autor siempre popular

A pesar de ingresar en la Real Academia Española en 1897, el rencor que parte de los estamentos más poderosos del país le guardaba desde la publicación de Doña Perfecta en 1876 -una de sus mejores obras primeras en la que mostraba su anticlericalismo-, y que se había agudizado tras el suceso de Electra, se manifestó con la insólita campaña reaccionaria para evitar que se otorgara el premio Nobel de 1912 a un compatriota. Pese a que volvió a tener posibilidades en 1913 y 1915, finalmente no obtendría el galardón, que tan bien le habría venido en una época en la que los apuros económicos y su progresiva ceguera hacían que pasara por un mal momento. Sin embargo, el cariño del pueblo nunca le abandonó, como demuestra que a su muerte treinta mil personas acudieran a su entierro. Desde entonces la estima por el autor nunca ha disminuido, siendo un autor siempre popular, apreciado por la crítica y, verdadera prueba de su enorme valor, todavía leído.

 

(Servicio de Información Bibliográfica)

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Cronología

1843

Nace en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo.

1868

Aparece en La Nación su traducción de Los papeles póstumos del Club Pickwick.

1873

Se inicia con Trafalgar la publicación de los Episodios Nacionales.

1886

Elegido diputado liberal por Puerto Rico.

1892

Estreno de Realidad.

1901

Estreno de Electra.

1912

Candidatura fallida el Premio Nobel.

1862

Se traslada a Madrid para iniciar sus estudios universitarios.

1870

Publicación de su primera novela, La Fontana de Oro.

1876

Publicación de Doña Perfecta.

1887

Publicación de Fortunata y Jacinta.

1897

Publicación de Misericordia e ingreso en la RAE.

1910

Elegido diputado de la coalición republicano-socialista por Madrid.

1920

Fallece en Madrid el 4 de enero.

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