El descubridor de la vacuna del cólera que no fue reconocido en su momento
El doctor Jaime Ferrán inoculó en 1885 a miles de personas en Valencia y tuvo que esperar más de 20 años para ser reconocido mundialmente.
La temida epidemia a que tanto dique se quiso poner y que en la actualidad encuentra tantas facilidades para hacer sus víctimas, se extiende como mancha de aceite por todo el suelo español. Ella está dando lugar a rasgos de sublime valor en unos pueblos, de ridículo miedo en otros, de estoicismo admirable en algunos individuos, y de ignominioso egoísmo por parte de algunos más. La epidemia atrae la consideración de todos los pensamientos: no es posible ocuparse de otro asunto, y la fatal struggle for life —la lucha por la vida—nos preocupa y arrebata toda nuestra actividad y nuestras fuerzas.
Con estas palabras comenzaba su crónica del cólera la revista El Criterio Médico en su número de julio de 1885.
El criterio médico, julio de 1885
No era la primera vez que el cólera, la epidemia típica del siglo XIX, golpeaba en España y en Europa. Lo había hecho por primera vez en 1834 en medio del odio desatado por la primera guerra carlista y en aquella ocasión dio lugar, junto a la muerte de miles de personas, a la matanza en un solo día de decenas de frailes acusados de haber envenenado el agua de las fuentes públicas de Madrid. Un relato pormenorizado de este hecho puede leerse en el número de 19 de julio de 1834 del periódico liberal La Revista Española.
En 1885 no había una guerra civil y no hubo que lamentar otras desgracias más que las que produjo la epidemia de cólera. Pero lo que hizo especial este brote para la medicina española y mundial es que fue la primera vez que se administró la primera vacuna moderna para una enfermedad humana de origen bacteriano. Tras el descubrimiento del bacilo causante del cólera por el alemán Robert Koch, la vacuna anticolérica fue preparada y administrada en la provincia de Valencia a miles de personas por Jaime Ferrán, microbiólogo catalán seguidor de las ideas del investigador alemán y del francés Louis Pasteur.
Esta vacunación masiva suscitó una gran polémica, nacional e internacional, motivada por los prejuicios hacia la nueva ciencia de la microbiología y por las dudas de otros médicos sobre la efectividad real de la vacuna, dudas que albergaba también un joven Ramón y Cajal, años después Precio Nobel de medicina. Además, Ferrán también fue acusado de querer sacar provecho económico de su descubrimiento, algo a lo que él replicaba que tenía muchos gastos, no recibía dinero del Gobierno y tenía que dar de comer a su familia.
El Gobierno español, que encargó diversos informes a comisiones técnicas, no impidió pero tampoco ayudó ni dio facilidades a Ferrán, pese a que él había experimentado la vacuna en sí mismo, en familiares y amigos y también había inoculado a médicos de la Facultad de Medicina de Valencia que le apoyaban. Aunque había otros médicos que no sólo negaban los beneficios de la vacuna, sino que sostenían que el líquido inoculado no producía el cólera atenuado sino una septicemia que podía conducir a un mayor número de contagios.
Ferrán había comenzado a vacunar en algunas localidades valencianas y en Valencia capital, pero la inoculación a gran escala comenzó en Alcira. En su edición del 10 de mayo de 1885, el diario La República informaba de que Ferrán había llevado ya a cabo en Alcira 8.298 inoculaciones. El periódico señalaba la particularidad notable de que en el barrio de Barracas, que es el más pobre y miserable y donde más inoculaciones se han hecho, no han vuelto a aparecer más invasiones sospechosas desde el día que el doctor Ferrán y el doctor Jimeno vacunaron cerca de doscientas personas, en su mayoría mujeres y niños que, como es sabido, son los que más contingente dan a la enfermedad.
Nuevo mundo, 3 de marzo de 1922
Toda la prensa de España, y también europea, estaba pendiente de lo que pasaba en Alcira y Valencia. Así, un suelto del diario La Época del 16 de mayo recogía los telegramas que llegaban de la provincia: El doctor Ferrán ha salido hoy para Algemesí, accediendo a las repetidas instancias del vecindario. En Valencia comenzaron ayer de nuevo las inoculaciones, pasando de 200 las personas vacunadas. El doctor Ferrán ha remitido a Alcira más líquido para proseguir las inoculaciones. El hecho es de tanta importancia, que Europa entera tiene fijos los ojos en él, y la ciencia no debe escasear los estudios para persuadirse de las probabilidades que haya de haber encontrado el antídoto contra el cólera.
Lógicamente, el asunto había entrado ya en el debate político. En una sesión en el Congreso de los Diputados de la que se hizo eco el periódico El Día el 18 de mayo, el diputado de la oposición Emilio Castelar, que había sido presidente de la I República y era uno de los mejores oradores de su tiempo, preguntó al Gobierno sobre lo que estaba haciendo al respecto.
Castelar inició su discurso diciendo que tanto el alemán Koch como el francés Pasteur estaban siendo subvencionados en sus investigaciones microbiológicas por sus respectivos Gobiernos. Y tras indicar que los habitantes de Alcira habían acudido al doctor Ferrán con fe verdaderamente religiosa, Castelar señalaba:
Yo envidio la suerte del señor ministro de la Gobernación, que teniendo recursos en los presupuestos, no tiene más que abrirlos y lanzarlos sobre el doctor Ferrán para que prosiga sus investigaciones a fin de que pueda llegar a encontrar un remedio que nos libre de tan terrible enfermedad.
Romero Robledo, que era el ministro de Gobernación, contestó con evasivas diciendo que se nombraría una comisión para estudiar la vacuna:
…Desde el puesto que yo ocupo hay que proceder con mucha cautela y discreción. Desde luego declaro que el doctor Ferrán es digno de aplauso y de protección, y con esto creo que quedará satisfecho el Sr. Castelar… Yo, como el Sr. Castelar, soy profano en medicina; pero la ciencia ha planteado el siguiente problema: «¿Es el microbio causa de la enfermedad, o efecto de la enfermedad?». Mientras este problema no se resuelva, no hay medios de conocer la verdad del descubrimiento del doctor Ferrán.
Una de las cosas que perjudicó a Ferrán restándole credibilidad era que la vacuna no comenzaba a inmunizar hasta pasados cinco días, y había gente infectada que después de ser inoculada moría antes de cumplirse ese plazo. Como también había opiniones médicas de peso contrarias, el Ministerio de la Gobernación acabó prohibiendo que nadie salvo él pudiera administrar la vacuna. Ferrán, a quien ayudaba un buen grupo de colaboradores, terminó renunciando ante la imposibilidad de hacer él solo todo el trabajo.
Dos meses después del citado debate parlamentario, cuando la epidemia del cólera había llegado ya a Madrid, el ministro dimitió a causa del descontento generalizado, entre otras cosas, por su gestión de la epidemia con estrictos cordones sanitarios y las protestas de los comerciantes por el cierre de sus negocios, protestas disueltas con cargas policiales.
El doctor Gimeno, que fue uno de los primeros en ayudar a Ferrán a vacunar y que llegó a ser él mismo varias veces ministro muchos años después, escribió en sus Memorias una visita que hizo en 1885 a Romero Robledo en el Ministerio para intentar convencerle y la frivolidad con que éste se tomó el asunto.
Mi visita fue inútil. “¿Sabe usted -acabó por decirme con desparpajo- que si la vacuna resulta verdad será un buen negocio?”. Yo enrojecí y contesté secamente: “Lo será mejor para la Humanidad, señor ministro, y eso es lo que importa”.
También la prensa extranjera se ocupaba de los experimentos de Ferrán, quien envió en julio un telegrama al periódico francés Le Figaro para defenderse de la acusación de mantener en secreto su procedimiento, alegando que la Academia de Ciencias de París lo conocía desde el mes de abril, y con relación a sus honorarios por las inoculaciones se defendía diciendo que había vacunado gratis a 20.000 personas.
La epidemia fue remitiendo al final del verano de 1885 y Ferrán volvió a Barcelona, donde fue nombrado director del Laboratorio Microbiológico Municipal y donde prosiguió durante años su trabajo en la profilaxis de otras enfermedades como la tuberculosis, la fiebre tifoidea, la difteria o la rabia.
La Esfera el 21 de noviembre de 1914
Fueron bacteriólogos europeos los primeros en seguir de cerca sus investigaciones y el reconocimiento oficial le llegó más de 20 años después de su descubrimiento, y antes que de España de la Academia de Ciencias de París, que le concedió en 1907 el prestigioso premio Bréant como descubridor del remedio contra el cólera. El informe del premio iba encabezado por la firma del director del Instituto Pasteur. Su fama fue en aumento y con la aplicación masiva de su vacuna durante la I Guerra Mundial quedó convertido en una figura científica de reconocimiento universal.
Ferrán no dejó de trabajar hasta el fin de sus días. En un reportaje que hizo la revista gráfica La Esfera el 21 de noviembre de 1914 se le ve inmunizando a una joven contra la rabia, y poco antes de su muerte, el 8 de junio de 1929, aparecía en la misma revista cogido del brazo del rey Alfonso XIII en la visita a un sanatorio para tuberculosos.En la revista Nuevo Mundo del 22 de agosto de 1919 se le ve aplicando la vacunación antituberculosa al capitán de la Guardia Civil de Alcira, que aparece rodeado de niños y de miembros del Cuerpo. En la misma revista, tres años después, el 3 de marzo de 1922, y bajo el título una ‘Gloria de la Ciencia Española’ se le ve vacunando a niños con un texto que da cuenta de una reunión en el Hotel Ritz de Madrid de homenaje a su persona en la que tomó la palabra el conde de Romanones, que había sido presidente del Gobierno y que dijo: ¡Pensar que España tiene un hombre de la categoría científica de Ferrán y que nos lo han de descubrir los extranjeros! ¡Más batallas ha ganado nuestro compatriota en la guerra mundial con su vacuna anticolérica que el más afortunado general!
Dos días después de su muerte, la revista Crónica publicó en su número 2, de 24 de noviembre de 1929, un reportaje acompañado de una foto de Ferrán anciano en su laboratorio con el título: El doctor Ferrán, genial descubridor de la vacuna anticolérica.
Crónica, 24 de noviembre de 1929
El homenaje no podía ser más elocuente:
No podía escapar nuestro glorioso compatriota —en trance de muerte llega la hora de los verdaderos elogios— a la ley fatal que va inevitablemente unida a la vida de todo investigador. Ferrán, como Pasteur en Francia, Koch en Alemania, Jenner en Inglaterra y nuestro inolvidable Peral en otros campos de la actividad humana, hubieron de sufrir, en el curso de su existencia, la terrible odisea de amarguras, envidias, calumnias, injurias, toda suerte de vejámenes, que luego, cuando el genio apagó para siempre la llama de su vida, se convierten en alabanzas y en elogios.
La vacuna contra el cólera fue el resultado de las investigaciones llevadas acabo por el tándem científico "Jaime Ferran e Inocente Paulí", a quienes el Dr. Giné y Partagás llamaba la Facultad de Ciencias de Tortosa, por todos los trabajos que, en diversos campos de la ciencia, habían llevado a cabo. Inocente Paulí, que tenia estudios de química, ingeniería y medicina, pero no había acabado ninguna carrera, no se le reconoció todo su mérito en la consecución de la vacuna contra el cólera. Además, Paulí rompería, en 1890, su amistad con Ferran, al no estar de acuerdo, como tampoco lo estaban otros médicos del Laboratorio Microbiológico Municipal de Barcelona, con los métodos que utilizaba Ferran en la aplicación de las vacunas antirábica y antidiftérica. Inocente Paulí acabó siendo un reconocido bacteriólogo y completó la carrera de medicina en 1900, pero víctima de la demencia, finalizó sus días en un Sanatorio de Barcelona. Moría en diciembre de 1921 olvidado de todo el mundo. Ver: "Ferran i Paulí: La Instantaneidad en Fotografía" https://upcommons.upc.edu/handle/2099/4273