La apasionante vida de papel de los habitantes de la Luna
Selenitas, marcianos y otros seres extraterrestres han poblado las publicaciones periódicas prácticamente desde su inicio
Una de las imágenes más conocidas del espectacular Astronomicum Caesareum, libro en exposición ahora en la BNE, es la del dragón que sirve para predecir los eclipses. Es un recordatorio de las creencias y temores de las antiguas civilizaciones: el miedo a que un dragón celestial acabara engullendo al Sol o la Luna en uno de esos raros momentos en que el uno tapa al otro.
La imaginación humana nunca ha dejado de ver el cielo habitado por dioses, animales, monstruos o seres parecidos a los hombres y mujeres de la Tierra. Sólo parecidos, porque por alguna extraña razón siempre estos humanoides han tenido alguna rareza: eran de color verde, tenían un solo ojo, las orejas puntiagudas o cualquier otra anormalidad. Al ser el astro más cercano, el primer lugar en ser poblado por la imaginación fue la Luna, y los periódicos y revistas a lo largo de su historia han dado testimonio de ello.
Selenitas con aspecto monstruoso en la revista Buen Humor del 5 de febrero de 1922
Que los selenitas, llamado así por Selene, la diosa griega de la Luna, han sido vistos siempre con aspecto un tanto monstruoso lo podemos ver en esta viñeta de la revista Buen Humor (5/2/1922), donde unos seres mitad humanos mitad lagartos comentan desde la Luna la fealdad de los habitantes de la Tierra.
Una imagen de los habitantes de la Luna mirando a la Tierra rodeada por zeppelines, el aparato volador que precedió al avión, se ve en la portada de la revista de divulgación Algo (28/9/1929). Aquí los selenitas parecen más humanos, pero tienen dos narices en forma de trompeta y un sombrero puntiagudo que parece parte de su anatomía.
Simpática portada de la revista Algo, con los habitantes de la Luna observando la Tierra
El Astronomicum Caesareum es una obra que pertenece todavía a la visión tolemaica de la Tierra fija en el centro del universo. Cuando la Tierra se puso en movimiento y quedó descentrada no por eso la ciencia acabó con la imaginación. El libro Entretiens sur la pluralité des mondes, una de las grandes obras de la Ilustración, divulgó la teoría heliocéntrica de Copérnico, pero con el mismo tono científico su autor, Bernard de Fontenelle, sugería que la Luna y los planetas podían estar habitados igual que la Tierra. En el Diario de Madrid del 28 de junio de 1797 hay este comentario sobre el libro:
Yo había oído hablar de los habitantes de la Luna y me parecía uno de estos disparates que han dicho los hombres para hacerse singulares, pero he leído la Pluralidad de los Mundos de Fontenelle, y el disparate se ha vuelto un convencimiento con la misma fuerza de razonamiento, y con la misma gracia nos prueba la inmovilidad del Sol y el movimiento de la Tierra.
Ya en el siglo XIX, El Español, uno de los mejores periódicos de la época, en el que escribía Larra, publicó (27/3/1836) una noticia sobre los habitantes de la Luna haciéndose eco de un librito sobre las supuestas observaciones hechas por John Herschel, hijo de William Herschel, descubridor del planeta Urano y fabricante de los mejores telescopios de su tiempo.
Lo sorprendente del folleto, que se vendió como rosquillas, era que afirmaba que gracias a un potente telescopio se habían podido ver en la Luna árboles, pájaros, animales de cuatro patas y seres alados con rasgos humanos. El periódico norteamericano The New York Sun escribió una serie de artículos conocidos como ‘Great Moon Hoax’ (la farsa de la gran Luna), con litografías en las que aparecían humanoides con alas de murciélago.
Por la misma época, la revista El Instructor de octubre de 1837 publicaba una lámina de la Luna llena hablando de sus montañas y valles y diciendo que las manchas lunares no era mares como creían los antiguos, dado que no se había descubierto agua.
La Luna llena vista con un telescopio de gran aumento, en El Instructor de octubre de 1837
Tras dar cuenta de que no había atmosfera en la Luna, o si la había era de poca densidad, la revista auguraba que los habitantes de la Luna, si los hay, deberán tener una constitución muy singular, unos pulmones de rara formación, sin aire que respirar, sin agua ni vino que beber, y Dios sabe si tendrán algo que comer.
Y con un punto de ironía refería las investigaciones sobre la superficie lunar del doctor Francisco de Paula Gruithuisen, un profesor de astronomía de Munich.
En su opinión, las líneas estrechas, largas, y en dirección paralela que se han observado en su superficie, otras en figura de una Z inversa, y las manchitas semejantes a estrellas son caminos, ciudades, templos, etc. y aun nos asegura que ha descubierto una fortaleza construida en estos últimos años. Tanto se ha elevado la imaginación de este astrónomo que debemos colocarle, si no entre los lunícolas, a lo menos entre los lunáticos.
La intriga y el interés por el asunto no dejaba de aumentar. En 1840, El Museo de familias, una revista ilustrada, se preguntaba:
¿Está habitada la luna? ¿Son sus habitantes más sabios que nosotros, están dotados de mejor vista, de mejores instrumentos? ¿Se hallan más que nosotros en estado de satisfacer la curiosidad sobre este punto? ¿Quién es capaz de asegurarlo? ¿Estamos ciertos por ventura de que realmente existan?
Como prueba de que el tema era verdaderamente popular, por entonces apareció la novela Los habitantes de la Luna. Pero nada que ver con extraterrestres. Se trataba de una novela de costumbres contemporáneas. Los madrileños llamaban habitantes de la Luna a los policías municipales por el extraño y nuevo uniforme que les había puesto el Ayuntamiento, al estilo de los policemen ingleses. La novela se anunciaba en los periódicos. Aquí puede verse en El Clamor Público, en 1844.
Los habitantes de la Luna también fue años después el título de una comedia de magia en la que aparecía el Gobierno del satélite con un ministro de nombre don Máximo Creciente y otro don Mínimo Menguante, dado que este asunto daba lugar también en la prensa a alusiones políticas. Así, un cronista de El Eco del Comercio se quejaba de la ley electoral (28/12/1844) diciendo:
Si los habitantes de la Luna observan sistemas electorales parecidos a los observados por los habitantes de la Tierra, desde ahora digo que detesto las elecciones de la Luna.
Y un ejemplo de ciencia disparatado: El Correo de Mallorca (15/3/1859) replicó la noticia de una revista de París en la que se afirmaba que un célebre astrónomo italiano había hecho fotografías con un nuevo aparato en presencia de testigos que probaban que la Luna estaba habitada.
Es visible cierto número de seres animados, los hombres como los animales están desnudos, decía.
Un reportaje más documentado podemos encontrar en la revista científica La Abeja (1862) en el que su autor niega que haya telescopios con los que se puedan ver hombres y animales en el satélite, dado que haría falta un instrumento con una potencia de aumento 170 veces mayor de la que era posible con los mejores telescopios de la época. Y su autor concluía:
Por consiguiente, no podremos en verdad contemplar con nuestros ojos los habitantes de la Luna ni sus obras. ¿Mas deja de ser por esto habitado este satélite? ¿Por qué razón debe sólo la Tierra, entre millones de mundos, tener el privilegio de poseer seres con vida?
Es el tipo de planteamiento científico serio que por los mismos años Julio Verne abordaría en su célebre novela De la Tierra a la Luna. Los espiritistas, una doctrina muy en boga entonces, tenían claro que había otros mundos habitados. En la Revista espiritista de octubre de 1869 podemos leer:
¿Por qué la tierra, pequeño globo imperceptible en la inmensidad del universo, que no se diferencia de los otros planetas, ni por su posición, ni por su volumen, ni por su estructura, pues que no es ni el más pequeño, ni el más grande, ni está al centro, ni al extremo, por qué, repito, sería entre tantos otros la única residencia de seres razonables y pensadores?
Curioso también el artículo del neurólogo Luis Simarro, que fue director del manicomio de Leganés, en el Semanario de las Familias (20/2/1882). En este artículo de divulgación científica, Simarro habla del fotófono, invento de Graham Bell, quien había patentado antes el teléfono. Explica que se trata de un aparato para hablar por medio de la luz, trasmitiendo los sonidos mediante rayos luminosos, y que dado que la Luna envía luz a la Tierra y la recibe de ésta el fotófono podría servir para comunicarse con los selenitas en caso de existir.
Años antes, el director del Observatorio de Viena había sugerido la construcción en las llanuras de Siberia de grandes espejos metálicos formando figuras geométricas que reflejaran la luz del Sol sobre el disco lunar. En la Revista Iberoamericana de Ciencias Eclesiásticas (1902) se lee el razonamiento de este científico:
Por poco inteligentes que sean los selenitas, comprenderán sin trabajo que estas figuras geométricas regulares no pueden ser efecto de la casualidad, sino que deben ser producidas por Jos habitantes de la Tierra. Dado este primer paso, muy probablemente ellos buscarían medios de convencerse de la existencia de tales habitantes, contestando a estas figuras, que se variarían y que podrían servir como un lenguaje metafórico o ideográfico. Así se establecería, entre los dos astros, una comunicación por medio de la cual se conversaría sobre todas las cosas.
El artículo lo escribía el canónigo de Zamora Rafael Pijoán, autor del libro Los Astros habitados, que había recibido el plácet de la autoridad eclesiástica, por lo que ni la Iglesia se oponía a la posibilidad de vida extraterrestre.
Con la entrada en el siglo XX, a los habitantes de la Luna se les vino a unir los de Marte tras el éxito de la novela de H.G. Wells La guerra de los mundos, que describe una invasión marciana a la Tierra. Así, en la Revista Sophia, de diciembre de 1905, citando la opinión de algunos científicos, se puede leer:
El profesor Haushofer manifiesta, dando a su opinión el carácter más formal y científico posible, que hay motivo para suponer tengan alas los habitantes de la Luna. Y el distinguido astrónomo Sir Roberto Ball ha hecho observar lo posible que es se encuentren habitados los pequeños cuerpos celestes, sobre todo si se considera que los elementos carbono e hidrógeno, que tan íntimamente se hallan asociados al fenómeno de la vida en la Tierra, se encuentran entre los más ampliamente distribuidos en el Universo, y que su presencia en cuerpos como Marte o la Luna es en alto grado probable.
Pero la Luna mucho más que Marte seguía cautivando la imaginación popular. La revista Alrededor del Mundo, (29/5/1907) aludiendo a reputados investigadores, publicaba una sugerente página titulada: ¿Cómo viven los habitantes de la Luna? en la que ofrecía la hipótesis de que probablemente se alimentaban de setas gigantes.
La vida en la Luna según la revista Alrededor del mundo
El profesor Goddard con su cohete para llegar a la Luna, en la revista Alrededor del mundo
Con el título El cohete a la Luna, un sueño de muchos siglos, la misma revista (5/7/1924) publicó un reportaje informando del cohete inventado por el catedrático de Física norteamericano Robert H. Goddard para ir a la Luna. El cohete se autopropulsaría con cargas explosivas sucesivas para salir del campo de gravedad de la Tierra y entrar en el campo de atracción de la Luna, una excelente anticipación científica de lo que harían realidad las naves Apolo cuando consiguieron llevar al hombre a la Luna en 1969.
No creo que, dadas las condiciones físicas de la Luna tales como nosotros las conocemos, la forma de vida en ella sea superior a la nuestra, decía el profesor Goddard, pero el periodista citaba la opinión del novelista H.G. Wells sobre la posibilidad de que haya seres vivientes en cavernas ocultas bajo la superficie de la Luna, en donde la atmósfera se recoja en sus formas más densas y en donde puedan ser modificadas, basta hacerlas soportables, las temperaturas más frías o las más altas.
Y añadía dejándose llevar por la fantasía:
Los habitantes de la Luna, de existir, deben tener pulmones excesivamente desarrollados para poder respirar aquella enrarecida atmósfera. Sus orejas, asimismo, deben ser muy desarrolladas y han de poseer un oído muy sensitivo, para poder percibir las vibraciones sonoras transmitidas a través de aquel aire tan tenue. Acaso hayan ideado un sistema de comunicación diferente al sistema de sonidos: un sistema de signos u otro que tenga por base el sentido del tacto, como sucede con las hormigas.
La noticia del cohete del profesor Goddard fue comentada por el órgano anarquista La Revista Blanca con una sorprendente visión de futuro:
El señor Goddard, nuevo Colón, se dirigirá a la Luna provisto de los víveres necesarios para el viaje y de una bandera americana que plantará allá arriba en señal de anexión. ¡La mala costumbre de siempre!... Proponemos, en nombre del derecho de gentes y de la civilización lunática, que se organice una campaña a favor de los habitantes de la Luna y que se impida el acceso a ella de los yanquis.
Eran ya los tiempos del cine y la gran pantalla no podía quedar al margen de este gran sueño de la humanidad. La revista Alrededor del Mundo publicó (7/9/1929) un amplio reportaje gráfico de la película La mujer en la Luna, de Fritz Lang, que contó con apoyo de científicos. Pese a su título, no se trata de una película feminista. La trama es la búsqueda de oro en las montañas de la Luna y la lucha que la ambición desata.
Imágenes de la película La mujer en la Luna, en la revista Alrededor del mundo
Un militar español explica cómo serán los viajes a la Luna, en 1932 en la revista Estampa
La veracidad de esta película en su parte técnica, el diseño y el lanzamiento del cohete, fue corroborada por un militar español en una entrevista a la revista Estampa (23/4/1932) con el título: Cómo se realizarán antes de 50 años los viajes a la Luna, en que afirmaba que sería posible dar vueltas alrededor de la Luna pero no descender a su superficie. El teniente coronel Emilio Herrera, que inventó una especie de traje espacial, acertó porque efectivamente el viaje se hizo en menos de 50 años, pero se equivocó al decir que no iba a poder pisarse el suelo lunar.
El humor siempre ha estado presente en este apasionante tema. En la misma revista Estampa puede verse (21/10/1930) una doble página con pintorescas ilustraciones de los más variados chismes voladores para llegar hasta la Luna.
Diferentes métodos para viajar a la Luna, en la revista Estampa
En la excelente revista cómica Gutiérrez podemos leer este simpático comentario:
Los habitantes de la luna sólo pueden pasear cuando hay luna llena, que es cuando aprovechan para hacer excursiones. Cuando llega el cuarto menguante tienen que estar todos apretujados unos contra otros sin poderse mover.
Fotografía de un marciano en la revista cómica Gutiérrez
Y en otro de sus números (7/5/1932), Gutiérrez publicó la curiosa fotografía de un habitante de Marte obtenida con un aparato inventado por un astrónomo de Newcastle.
Hasta el comienzo de la carrera espacial en la década de 1950 no se descartó del todo que la Luna estuviera habitada o hubiera vida en ella. El hecho de que no se pudiera observar desde la Tierra su cara oculta mantuvo la intriga sobre la posibilidad de que sus habitantes estuvieran agazapados en esa zona misteriosa hasta que las sondas espaciales lograron fotografiarla. Se acabó el hechizo.
De todas formas, quien sabe si en el futuro no se hará realidad el que nuestro satélite sea habitado. Tanto la NASA como la Agencia Espacial Europea ya han planteado proyectos para crear una colonia humana en la Luna. Parece un sueño, pero también lo fue durante siglos el viajar hasta allí y acabó haciéndose realidad.