La furia española cumple 100 años
La hazaña de la selección nacional de fútbol en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920 vista a través de la prensa deportiva de la época.
Flandes, un territorio de la Corona española que conoció la furia de los temidos Tercios, fue el lugar donde cuatro siglos después nació la leyenda de otra furia española con motivo de la brillante actuación de nuestros futbolistas en la Olimpiada de Amberes de 1920. España consiguió la medalla de plata, pero todo el mundo la consideró la campeona moral del torneo. La proeza que dio pie a la leyenda comenzó con una jugada acabada en gol protagonizada por el hercúleo jugador vasco José María Belauste, el león de Amberes.
Es oportuna la comparación entre el deporte y la guerra porque los Juegos Olímpicos de Amberes fueron conocidos como los Juegos de la Paz, tras la terrible guerra mundial que había desangrado a Europa de 1914 a 1918. Fue la primera vez que se soltaron palomas como símbolo de la paz.
En los meses previos a la convocatoria olímpica, el semanario Madrid-Sport publicó, el 11 de marzo de 1920, uno de los más emotivos artículos de la prensa española:
¡Amberes! ¡Amberes! ¡Cuánto insomnio produces! ¡Cuánta inquietud mantienes! Eres todo un hermoso poema de ilusión, fe y esperanza.
Publicidad de artículos para el fútbol. Semanario Madrid-Sport (11 de marzo de 1920)
Puede sonar ahora un poco cursi, pero en la perspectiva de la guerra mundial hacía poco concluida era todo un canto a la paz. El autor del artículo, que firmaba como Aturuxo, proclamaba enfáticamente que ahora Amberes albergaría nuevas luchas internacionales, pero luchas nobles, cultas y de física regeneración, donde las armas sangrientas, felizmente, se ignoran, se olvidan y se desprecian, y donde no existe más ideal que la ¡gloria!, la gloria de ser campeón.
Este mismo semanario solía publicar en la tercera página de cada número una página de publicidad de prendas para jugar al fútbol, deporte que cada vez era más popular en España entre los jóvenes. Curiosamente, en este anuncio publicitario la palabra fútbol aparece ya castellanizada, aunque lo normal era entonces emplear en las crónicas deportivas los términos ingleses, como foot-ball, off side ó goal.
Entre salvas de artillería y música de trompas, los Juegos fueron inaugurados con toda solemnidad el 14 de agosto por el rey Alberto de Bélgica en el estadio de Amberes, con capacidad para 35.000 espectadores. Desfilaron las delegaciones de los 27 países participantes; la española estaba encabezada por el doctor Bartrina, del recién constituido Comité Olímpico Español, seguido entre otros de 15 atletas, 4 tenistas, 22 futbolistas y 8 nadadores. Todos ellos vestían calzón blanco, camiseta roja con un león bordado de amarillo en el pecho y medias negras con vueltas amarillas. En la revista el Heraldo Deportivo se puede ver un primer plano del desfile de los españoles.
España participaba por primera vez de forma oficial en una Olimpiada y su representación no era muy nutrida. Había habido dudas sobre si debíamos ir a los Juegos, pues aunque se confiaba en hacer un buen papel en disciplinas como el polo, la hípica e incluso en remo o natación, no se tenía esperanza alguna en atletismo. Fue muy comentado un artículo firmado por Rubryk, seudónimo de Román Sánchez Arias, el decano del periodismo deportivo español. En el artículo, aparecido en ABC y recogido en el Heraldo Deportivo el 25 de enero de 1920, se puede leer:
Nuestros corredores en la Olimpiada venidera servirían para hacer bulto, sin pretensiones de aspirar a un honroso lugar en las diversas clasificaciones. En cuanto a lo que se refiere a saltos y lanzamientos, estamos peor. El equipo de fútbol haría mejor papel; pero tampoco nos representaría dignamente…
Rubryk se equivocó respecto al fútbol, aunque acertó en lo referente al polo, un deporte de élite donde se consiguió también la medalla de plata, y también en los malos resultados del atletismo.
Frente a la opinión escéptica, una corriente de entusiasmo impulsada por el rey Alfonso XIII se fue imponiendo. Hay que ir a Amberes, es el lema del día, decía Madrid-Sport por las mismas fechas. Las dudas sobre la financiación quedaron resueltas con el compromiso del conde de Romanones, hombre fuerte del régimen y ligado al monarca, de que el Estado subvencionaría los gastos de la participación. Finalmente acudimos a Amberes. En la revista La Esfera puede verse otra imagen de la delegación española, esta vez pasando ante la tribunal real.
Los atletas españoles desfilando ante la tribuna de los Reyes de Bélgica La Esfera (Año VII. Núm 350)
En marcha ya las pruebas olímpicas, el Heraldo de Madrid abría su portada del 23 de agosto con un artículo bajo el título El vigor físico, firmado por el gran periodista José Francos Rodríguez, que fue también alcalde de Madrid y ministro. Tras señalar la importancia de ver el deporte como algo esencial para el desarrollo de la persona y no como un ejercicio de señoritos ociosos, el autor se acababa preguntando: Aquí donde tantas magníficas plazas de toros se construyen ¿no habrá lugar para un modesto estadio?
En la competición futbolística participaron 14 equipos. España venció a Dinamarca, perdió con la anfitriona Bélgica, que fue medalla de oro, y ganó a suecos, italianos y holandeses. La selección la integraban 22 jugadores, la mayoría de equipos vascos, catalanes y gallegos. Eran amateurs aunque el profesionalismo empezaba ya a imponerse. Aparte de José María Belauste, del Athletic de Bilbao, otros jugadores que se convirtieron en mitos del fútbol español fueron Pichichi, también del Athletic y cuyo apodo sirve hoy día para premiar al mayor goleador de cada temporada, y el gran portero Ricardo Zamora, que jugaba en el Barcelona.
Imagen de la selección publicada en la revista Gran Vida
La revista Gran Vida, en su número de septiembre de 1920, publicó una foto de la selección e hizo un resumen de su actuación que arrancaba así: España ha recibido su bautismo Olímpico en Amberes. Por vez primera acudimos al certamen mundial, y dicho sea con toda honradez, hemos ocupado un puesto que no esperábamos…Sabíamos que éramos alguien, pero no tan temibles y de tanta valía.
El cronista mostraba además su sorpresa porque los jugadores apenas habían entrenado en los días previos a la competición. Nuestros footballistas, juntamente con los demás atletas, se alojaron en unas escuelas públicas situadas en un convento de las inmediaciones de Bruselas. No había habido mucha disciplina, se solían acostar tarde y se corrieron alguna juerga entre partido y partido.
El semanario Madrid-Sport había mandado a Bélgica como enviado especial al periodista gallego Manuel de Castro, alias Handicap, uno de los poquísimos periodistas españoles que presenció todos los encuentros. En una época en que todavía no había radio ni mucho menos televisión, Handicap supo dar a sus crónicas el tono épico y emotivo que la ocasión requería. En el primer partido contra Dinamarca, en que todo el mundo nos daba por perdedores, los españoles se hicieron con la victoria por 1 a 0 y así lo narró el periodista en su crónica publicada el 9 de septiembre:
Fue un partido memorable, al cual asistimos todos los españoles con el corazón en un puño, poseídos de un temor justificado ante el debut de nuestro foot-ball en una Olimpiada. Nuestro once se portó como un bravo. Hizo juego de clase de internacional, haciendo morder el polvo a los formidables daneses, uno de los favoritos de la VII Olimpiada… Se descontaba el triunfo de Dinamarca, y cuando se vio nuestro juego y su resultado, España causó sensación. Al terminar el match, hubo españoles que lloraron de emoción, de alegría. El bueno de Argüello lloraba como una criatura, y todos nos sentíamos verdaderamente conmovidos ante la página que escribíamos en el ‘foot-ball’ internacional.
Pero fue en el partido contra Suecia cuando nació la leyenda de la furia española, una expresión que fue acuñada por la prensa belga y luego por la italiana. Fue un encuentro durísimo, una auténtica batalla campal en el que varios jugadores de ambos equipos resultaron lesionados y tuvieron que salir del terreno de juego.
En la crónica donde narra este partido y los restantes, publicada el 16 de septiembre, Handicap comienza diciendo:
He leído en infinidad de revistas y periódicos reseñas y noticias de los partidos que jugó España, y en todas ellas (en las españolas) observé las mayores inexactitudes, y descripción de jugadas que no existieron más que en la mente del que no vio nada o del que no supo lo que vio.
Y a continuación señala:
Contra Suecia perdíamos por 1 a 0 en el descanso. Al reanudarse el juego, y a los seis minutos, Sabino saca un ‘freekick’, por elevación, desde una lateral del área de ‘penalty’. El balón lo cabecea un sueco, y Belauste, como una tromba, surge por entre contrarios, pegando tan formidable cabezazo al balón, que éste va a alojarse en la red. Empate. Ocho minutos después, Acedo recoge un pase, corre, se interna y de un fortísimo ‘shoot’ bombeado, marca el segundo.
Pese a esta sobriedad en el relato de un testigo, lo que ha quedado para la leyenda es que, en el gol del empate, Belauste le pidió a gritos el balón a Sabino cuando éste iba a tirar la falta con la frase: ‘Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo’. Y entonces el formidable vasco, que medía 1’93 metros y pesaba 95 kilos, se metió con el balón en la portería con el portero y varios jugadores contrarios cayendo a sus pies arrollados por una furia incontenible.
Como contaba Handicap, a partir de entonces, los españoles footballistas dejaron en Amberes una impresión de formidables equipiers, llamando extraordinariamente la atención por la «furia» (así decían los periódicos belgas), que ponían en sus jugadas. Hubo rivales, como Italia y Holanda, que a los treinta minutos de juego estaban verdaderamente desconcertados.
Y el periodista terminaba su crónica con un tono triunfalista y guerrero: Ahora sí que puede decirse que España ha puesto la pica en Flandes.
El equipo español que jugó en Amberes (Revista Gran Vida)
No hay fotografías del gol de Belauste, ni tampoco de él jugando. La revista Gran Vida publicó una foto de la selección en un partido en el que Belauste era suplente y aparece a la izquierda vestido de blanco y con sombrero.
La frase: Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo fue empleada por otros periodistas algunos años después como símbolo de la furia española. Así, el 12 de abril de 1923, un cronista de Madrid-Sport, hablando de un partido de fútbol cualquiera, escribía:
A nosotros nos gustan las emociones fuertes. Y la técnica hispana, propia, clásica, y que tantos triunfos nos dio en la Olimpiada es la ‘furia española’. Cuando el gran Belauste metía el pelotón en las mallas con el pecho a fuerza de empuje y bravura y entraba él detrás con dos o tres jugadores enemigos en informe montón, estaba creando una técnica.
Belauste y Arrate (Madrid-Sport, 13 de marzo de 1924)
El 13 de marzo de 1924, poco antes de la Olimpiada de París, Belauste fue fotografiado como capitán del Athletic de Bilbao, junto con Arrate, otro jugador de la selección, en un partido de homenaje a este último en su retirada. Ambos son descritos en la portada del periódico como verdaderos representantes de la furia española.
En los Juegos de París no hubo suerte y nuestra selección fue eliminada en el primer partido por Italia. La decepción fue enorme. En una crónica del 29 de mayo, también en Madrid-Sport, el periodista se lamentaba de que el entrenador no hubiera sacado a jugar a Belauste, que fue convocado pero tenía ya 35 años y se quedó en el banquillo.
¿No se hubiera podido repetir aquel goal contra Suecia? «¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!», ¡y así fue!; claro es, que estamos hablando en hipótesis; ¿pero la duda?, ¡esa no nos la quita nadie, la tenemos clavada muy honda!
Lo curioso es que, con el tiempo, tanto Belauste como Sabino negaron que esa frase se hubiera nunca pronunciado. En un libro de 1982 titulado ¿Dónde vas, Athletic?, sobre la historia del club bilbaíno, su autor Enrique Terrachet escribe que el propio Sabino reconoció que, cuando iba a tirar la falta, Belauste solo dijo: ¡Sabino, aurrera!
Resulta paradójico que el mito de la furia española naciera con una frase que nunca se pronunció, pero a quien le puede importar eso cuando hablamos de una gran hazaña deportiva envuelta en las brumas de la leyenda.