La muerte de Proust y su impacto en España
El 18 de noviembre de 1922, ahora hace cien años, murió en París el escritor Marcel Proust, quizá el novelista más internacional e influyente del siglo XX. No se trataba de un autor popular pero era alguien suficientemente conocido en España tras haber ganado tres años antes el Premio Goncourt, el más prestigioso de la letras francesas. El diario El Sol dio así la noticia el día 22:
El sábado último falleció en París el famoso novelista Marcel Proust a la edad de cincuenta y un años. Su salud, muy quebrantada desde hacía muchos años, daba serio motivo de inquietud en los últimos meses. Este gran escritor, que ha podido introducir en la novela francesa, tan abundante y rica, un tono nuevo, era muy admirado entre las minorías escogidas de todos los países, aunque no había llegado a difundirse entre el gran público.
Pocos días después, El Sol (12/12/1922) publicó en su portada un artículo escrito expresamente para el periódico por Lucient Daudet, a quien el diario llama compañero de colegio y juventud de Proust. En realidad, era más que eso: había sido su amante en la juventud y hasta su muerte uno de sus más firmes amigos.
Lucient Daudet fue íntimo durante años de la derrocada emperatriz de los franceses, la española Eugenio de Montijo, a quien acompañaba en su pequeña corte de Biarritz, y de ahí su conocimiento y cercanía a España. En su artículo, titulado ‘Marcelo Proust y la bondad’, da una de las claves por la cual un hombre que había sido considerado un snob, un frívolo diletante, un mero cronista de la alta sociedad que tuvo que pagar de su bolsillo la primera entrega de ‘En busca del tiempo perdido’ al no encontrar editor, acabaría convirtiéndose en un gran mito literario.
En su opinión, tras la muerte de su madre, Proust encontró la fuerza de voluntad para enclaustrarse durante años y llevar a cabo su monumental obra:
No se consoló jamás de ese dolor, y yo puedo afirmar que, a partir de aquel momento, empezó una nueva etapa de su vida…Antes de morir, a medias en el más allá, Marcelo Proust hablaba de su madre; fueron para ella sus últimas palabras. La vida y gloria no existían ya para Proust, y su corazón de niño latía aún con la ternura que ha sido la fuente de su genio.
Evidentemente fue cosa de El Sol intentar españolizar el nombre y llamar Marcelo a Marcel, pero no era algo inusual. Así es llamado también en la traducción que hizo el poeta Pedro Salinas en 1920 de ‘Por el camino de Swann’, el primer volumen de la novela.
Es raro encontrar una fotografía de Proust en la prensa española de la época. El periódico Catalunya gráfica (15/1/1923) publicó una poco después de su muerte junto con las de otras figuras de talla internacional como Albert Einstein. Se trata de una imagen muy poco conocida del escritor.
Aunque nunca se haya leído a Proust o nunca del todo (los volúmenes de la Recherche suman unas 3.000 páginas), casi todo el mundo conoce el pasaje de la magdalena: El narrador, un hombre adulto y roído por el tedio y la melancolía, moja un trozo de magdalena en una taza de té y de repente le inunda una enorme felicidad que no sabe explicarse. Cuando ahonda dentro de sí mismo acaba descubriendo la fuente de su gozo: el sabor de la magdalena le ha traído el recuerdo del sabor del trocito de magdalena que mojada en una taza de tila le daba su tía en el pueblo de Combray, el paraíso de su infancia. Una sensación tan insignificante le ha recuperado de manera fortuita e involuntaria el mundo de su niñez con una fuerza y una alegría que no pueden darla los recuerdos conscientes y voluntarios.
El pasaje de la magdalena, mal o bien comprendido, ya era bastante conocido en España a los pocos años de la muerte de Proust. En la reseña en El Sol de un libro de bebidas españolas del siglo XVII el autor invita a los lectores a tomar uno de esos vinos o licores para recordar, a la manera del escritor francés, la historia de ese siglo.
Y en otro ejemplo chocante y mal traído, puesto que apela a la memoria voluntaria, se alude a la magdalena de Proust en la página de una revista de toros, La Fiesta brava (20/9/1929), que pide a sus lectores que recuerden la mejor faena que han presenciado.
Claro que la Recherche es algo más que la felicidad que proporciona la memoria involuntaria. Es también un gran fresco social de la Belle Époque, un profundo análisis psicológico de los personajes, una disección de las pasiones, del amor y los celos, un estudio de la homosexualidad masculina y femenina, una búsqueda de la verdad de tono filosófico…Una obra total que gira en torno al Tiempo con mayúsculas y que el mismo Proust comparó con una catedral en permanente construcción, nunca acabada.
Precisamente, las catedrales de su país fueron uno de sus mayores intereses desde el punto de vista artístico y espiritual, lo que le llevó a traducir las obras dedicadas a la arquitectura gótica por el esteta y crítico de arte inglés John Ruskin, como 'La Biblia de Amiens’. Durante un viaje, Proust incluso llegó a ver de noche el pórtico de la catedral de Lisieux ayudado por su chófer, quien dirigía hacia el bosque de piedra el chorro de luz de los faros del automóvil.
Fue algo tan conocido este interés suyo que en la revista de Arquitectura de junio de 1926 el escritor es citado junto con otros en un reportaje dedicado a templos franceses como la basílica de Vézelay.
Pese a que sólo se habían publicado la mitad de los volúmenes, el pensador español más conocido del siglo XX, José Ortega y Gasset, supo ver el alcance filosófico de la novela de Proust. En mayo de 1922, Ortega pronunció una conferencia que al año siguiente, tras el fallecimiento del escritor, convirtió en un artículo para el número especial que le dedicó la prestigiosa ‘Nouvelle Revue Française’.
Algunos párrafos del artículo, titulado ‘Tiempo, distancia y forma en el arte de Proust’, fueron reproducidos años más tarde por el diario Luz:
…Pero hay otra clase de escritores: la de los que han tenido la fortuna o el genio de encontrar un filón de "cosas". Su posición es muy parecida a la del sabio que ha realizado un descubrimiento. Se dieron cuenta, con claridad y evidencia asombrosas, de que sus pies se deslizaban sobre una nueva superficie de posibilidades estéticas... Marcel Proust es uno de estos "Inventores". Frente a la producción contemporánea, tan caprichosa y carente de necesidades, su obra aparece como una cosa que debe ser…Los "Inventos" de Proust son de primerísimo orden porque se refieren a los elementos más simples del objeto literario. No se trata de otra cosa que de una manera nueva de tratar el tiempo y de instalarse en el espacio…
También en la influyente revista España (2/12/1922), el poeta y crítico literario Enrique Díez-Canedo hizo un amplio análisis de la prosa poética de Proust, que definió como:
Un arte poética clásica, que consiste no en sugerir, sino en expresar. Al contrario de aquel artista que, en una sola raya de cadmio, pretendía que se viese todo el sol, el mar de oro, los horizontes, el universo de llama, y para ello exigía «una sensibilidad de infierno», igual a la suya, Marcel Proust hace que presida a sus libros una clara inteligencia, en que cabe toda la sensibilidad.
En las páginas de otra revista, La Esfera (16/12/1922), el gran periodista Santiago Vinardell escribió:
Proust ha sido en este mundo un sismógrafo capaz de registrar los más imperceptibles terremotos mentales. Y un cardiógrafo también, susceptible de registrar las más leves alteraciones del corazón humano.
La vida del autor fue muy pronto mitificada por sus extrañas costumbres: dormía de día en una habitación tapizada de corcho con las ventanas cerradas y las pesadas cortinas corridas para aislarse de la luz, del ruido y del polvo, ya que era asmático, y escribía y reescribía de noche o recibía visitas, cuando no salía a cenar fuera sin que se lo impidieran los bombardeos sobre París de la I Guerra Mundial.
El semanario Caras y Caretas (29/8/1925) caricaturizó al autor con el dibujo de una lechuza para destacar sus costumbres nocturnas.
Proust, hijo y hermano de médicos, aborrecía a los médicos porque no habían podido aliviarle el asma que sufría desde niño. Adoraba las flores, pero no podía tenerlas cerca porque su aroma le provocaban una crisis. La revista España médica (1/4/1928) tradujo un artículo de Paris medical en el que se aludía también a la extrema sensibilidad nerviosa del autor y decía que debemos a su enfermedad su maravillosa obra:
Y es, sin duda, esta perpetua angustia de Proust, ese sufrir cotidiano, esa sombra desesperante la que hace nacer su afán poderoso de introspección. Un genio inquieto como el suyo no puede ser—como en un plano más amplio fue el de Beethoven—más que una especie de prodigiosa sublimación del dolor.
No hay lector de Proust que no haya tenido que verse con sus largas y sinuosas frases. Se ha llegado hasta medir la más larga de ellas, frase que puestas en fila todas las palabras mediría hasta cuatro metros.
Pedro Salinas, cuyas traducciones de los primeros libros de la Recherche fueron en su momento y lo son ahora unánimemente elogiadas, habló del estilo narrativo reposado del escritor. En una entrevista en El Heraldo de Madrid, el poeta de la Generación del 27, que había pasado unos años en París como lector de español en la Sorbona, tenía una idea de estilo proustiano como opuesto al lenguaje cinematográfico:
El cine es la mejor forma de narrar: narrar con estampas. La narración literaria tiene dos extremos: Proust y Joyce son el «ralentí». Esto es, la lentitud, lo moroso. Y el otro extremo es el estilo cortado, dinámico, vivaz, centelleante.
Unas hermosas páginas de análisis sobre el amor en la obra de Proust podemos leer en la revista literaria Atlántico de enero de 1930. Las escribe una mujer, la escritora chilena Marta Vergara:
Creyose que en el amor todo estaba dicho, y Proust vino a fijarnos, a analizarnos, a abrirnos ante los ojos, bajo aspectos enteramente nuevos, todo el campo desolado del sufrimiento amoroso.
Y recuerda estas palabras del escritor:
Si nuestro amor tiene tan pocas raíces en la persona amada, las tiene poderosas y dolorosas dentro de nosotros. Nuestro amor está constituido por nuestras inquietudes, nuestras esperanzas, nuestras angustias, nuestras alegrías, nuestros celos, nuestros hábitos. Nuestra felicidad no depende de la presencia de nuestra amante, sino solamente de la terminación de nuestra ansiedad.
Proust escribió además miles de cartas. El Sol (25/11/1932) reprodujo una que dirigió a la princesa Bibesco, escritora e hija de un ex primer ministro británico que se casó en 1919 con el príncipe Antoine Bibesco, diplomático rumano en Londres y gran amigo de Proust. El matrimonio vivió en París y posteriormente, de 1927 a 1931, pasó unos años en Madrid, al ser nombrado el príncipe embajador de su país.
La princesa Bibesco fue entrevistada por el diario Ahora (10/3/1931) durante su estancia en Madrid. Aunque no era el objeto principal de la entrevista, hay palabras de recuerdo para el gran escritor desaparecido y para la amistad que su marido le profesaba.
Proust estuvo abonado al teatrófono, un sistema a través de la línea telefónica que le permitía escuchar desde la cama conciertos y obras que se estrenaban en el Teatro de la Ópera de París. Era un exquisito catador de la música más elitista y refinada de su época, pero no hay como leer el paradójico elogio que hizo de la mala música para darse cuenta de que estamos ante un autor con una sensibilidad diferente.
Al concedérsele el premio Goncourt en 1919, el periódico El Liberal (16/12/1919) publicó este pequeño ensayo sobre la mala música o música popular incluido en ‘Los placeres y los días’, una obra de juventud escrita en 1896 que no tuvo mucha repercusión, pero en la que ya había destellos de su marcada originalidad.
Detestad la música mala, pero no la despreciéis. Así como se toca, se canta mucho más apasionadamente que la buena, mucho más que ésta se llena lentamente de ensueños y de lágrimas de los hombres. Que os sea por esta razón estimable. Su lugar, nulo en la historia del arte, es inmenso en la historia sentimental de las sociedades. El respeto—yo no digo el amor— por la mala música no es solamente una forma de lo que pudiera llamarse la caridad de buen gusto; es mejor la conciencia de su importancia social. ¡Cuántas melodías de ningún valor a los ojos de un artista lo tienen, sin embargo, para los jóvenes románticos y para los enamorados!
Una esquisita vida entregada como ofrenda al porvenir que en su locura de progreso no observa los sentimientos.