La Semana Santa sevillana vista por Chaves Nogales

La Semana Santa sevillana vista por Chaves Nogales
5 de Abril de 2023

 

Caricatura Chaves Nogales
Caricatura de Chaves Nogales en la Semana gráfica, de Sevilla.

Manuel Chaves Nogales, nacido en Sevilla en 1897 y muerto en el exilio en Londres en 1946, es uno de los grandes periodistas españoles del siglo XX. Recordado sobre todo por su libro de relatos ‘A sangre y fuego’, en el que narró la barbarie de la Guerra Civil y la crueldad de ambos bandos contendientes, fue un cronista de acontecimientos cruciales como la vida tras la revolución rusa y el auge del nazismo en Alemania. Y fue autor también de una serie de reportajes sobre la Semana Santa de su ciudad natal en los que supo describir con lucidez y originalidad la gran fiesta religiosa sevillana.

En su juventud Chaves Nogales escribió un libro dedicado a Sevilla titulado ‘La Ciudad’ en el que ya aludía en algunos pasajes a la Semana Santa. Esta es una caricatura del escritor y periodista publicada por la revista La Semana gráfica junto a una breve reseña de la obra.

Chaves Nogales profundizó más adelante en los secretos y curiosidades de la Semana Santa sevillana en artículos publicados en el Heraldo de Madrid y en la revista La Esfera. Ya en su madurez, durante la II República, volvió a tratar el tema en abril de 1935 en una serie de reportajes en el diario Ahora, del que era subdirector.

Estos son algunos párrafos de lo que escribió en el Heraldo de Madrid en 1922:

Con ser tan honda la raigambre espiritual que en el pueblo sevillano tiene la Semana Santa, a veces parece que toda ella no es más que un pretexto frívolo para que la gente se divierta…Las procesiones no son más que festejos populares; los penitentes unas graciosas máscaras que reparten caramelos entre las mocitas. Se viste de penitentes a los niños chiquirritines que apenas han aprendido a andar, y se los admira bajo las túnicas de colores radiantes como graciosas bomboneras; las hermandades tienen más o menos adeptos según son de vistosos los capirotes y las túnicas…
Esto es todo lo que se ve a simple vista en la Semana Santa sevillana: vistosos indumentos, charangas, ornamentación fastuosa, buenas mujeres y mejores mantillas, chucherías, tambores... Pero contrariando este abigarrado panorama, hiende el aire la recia humanidad de una saeta. Desaparece el cromo, y el alma sevillana se abre en una inmensa flor de misticismo.

 

Chaves Nogales insistirá en esa inefable mezcla de lo sagrado y lo profano como la seña de identidad de la Semana Santa de su ciudad, y sobre todo destacará su origen humilde, como escribió en este artículo de 1923 en La Esfera:

Las Cofradías—la Semana Santa sevillana— son obra del pueblo. Las agrupaciones gremiales del medievo, las Hermandades, fueron elaborando lentamente este mito, acaso el único de la moderna religiosidad. Tiene, pues, esta concepción sevillana de la Pasión y Muerte un origen hondamente popular, que el pueblo procura mantener a todo trance. Extasiado ante la grandiosidad de su obra, no olvida nunca que es obra suya, y sabe que las montañas de luz del pecho de sus Dolorosas, el joyel de sus manos y el oro de sus mantos han salido del ajetreo laborioso en Ios tejares de Triana, las forjas de San Vicente y los telares del Salvador.

 

Este artículo estaba ilustrado con un dibujo de Andrés Martínez de León en el que delante de un paso procesional se ve a unos nazarenos con sus capirotes.

Nazarenos con sus capirotes delante de un paso procesional
Dibujo de nazarenos con capirores en La Esfera.

A esta curiosa pieza de la indumentaria de los cofrades alude Chaves Nogales con auténtico humor andaluz:

Toda la gracia de la Semana Santa sevillana está en ese cucurucho de cartón con que se cubren los nazarenos. La figura desgraciada de los penitentes, con sus horrorosas máscaras y sus túnicas inquisitoriales, pierde de súbito su viejo prestigio terrorífico al rematar arbitrariamente en la gallardía del capirote. El hace que se haya olvidado el trágico recuerdo de los disciplinantes de sangre, y en su lugar ha creado la silueta esbelta del nazareno que en estos días reparte por toda la ciudad el cromatismo optimista de las capas, las túnicas y los capirotes, azules, verdes, rojos y morados.

Pasados los años, en el difícil periodo de la República, el periodista abordó de nuevo el tema. Era entonces subdirector del diario Ahora, un periódico de ideario republicano liberal, y escribió o al menos inspiró el editorial sin firma publicado el Jueves Santo de 1934, tras dos años en que las cofradías sevillanas no habían salido a procesionar por las calles debido a la inestabilidad social y a la falta de subvenciones por parte del Ayuntamiento. El editorial comenzaba así:

Después de un eclipse de dos años, los actos tradicionales de la Semana Santa vuelven a celebrarse en Sevilla con aquella magnificencia litúrgica y aquel entusiasmo popular que ha hecho famosas en todo el mundo las procesiones de la bella capital andaluza. Han salido a la calle las Cofradías y han desfilado por la ciudad sin que el menor incidente haya venido a turbar el curso de la manifestación religiosa.

Unos días antes, el periódico había dedicado su portada a una de las primeras imágenes que desfiló por las calles en 1934, lo que muestra el grado de compromiso del periodista con su ciudad natal.

Imagen procesión Semana Santa
Una de las primeras procesiones sevillanas en salir a la calle en 1934, en el diario Ahora.

Ese año el Ayuntamiento no dio tampoco subvenciones a las cofradías, pero cedió el arrendamiento de los palcos y sillas del recorrido procesional a la Cámara de Comercio, que con ese dinero ayudó económicamente a las más de cuarenta Hermandades a cubrir sus enormes gastos.

La imagen que mejor reflejaba la alegría por ver de nuevo las procesiones recorriendo la ciudad la publicó la revista Mundo Gráfico con esta instantánea en que un grupo de mujeres sevillanas, con cara risueña y de riguroso negro, luce sus imponentes peinetas y mantillas:

Grupo de mujeres con mantilla durante la Semana Santa
Mujeres con mantillas en la Semana Santa sevillana de 1934.

Fue al año siguiente, 1935, cuando Chaves Nogales volvió a desmenuzar con minuciosidad cada uno de los diversos elementos de la original Semana Santa de Sevilla, en una serie de reportajes que se publicaron durante varios días en Ahora.

Esta vez, según contaba el periodista en su primera entrega, el Ayuntamiento había subvencionado a las cofradías con 75.000 pesetas, dinero que se repartían según su antigüedad y según el recorrido de la procesión. Tocaban de media a unas 2.000 pesetas cada una, lo que cubría casi la mitad de sus gastos. La que más recibía era la de la Macarena, con 4.500 pesetas.

El Ayuntamiento, todo lo laico y republicano que se quiera, se lanza a subvencionar cuantiosamente a las Hermandades, y con el apoyo oficial del Municipio y el Estado Sevilla volverá a ofrecer el maravilloso espectáculo del Jueves Santo, que lleva a la ciudad, como en peregrinación, a gentes de todas las latitudes.

Y el periodista, buen conocedor de lo que habla por haberlo vivido desde niño, agrega:

No se crea, por este favor oficial de que hoy vuelve a disfrutar, que la Semana Santa sevillana es sencillamente potestad de unos gobernantes; ni el cardenal arzobispo puede decretar esta manifestación de piedad, ni el Ayuntamiento puede permitirse el lujo de costearla como festejo municipal. Es una conmemoración arraigada en la entraña misma del pueblo y que sólo de la savia popular se nutre.

En la entrega siguiente, Chaves Nogales incidió en el orgulloso espíritu de independencia de la cofradía, en el fondo de la cual afirma que ‘’siempre hay un poquito de anarcosindicalismo’’. Así es como describe el espíritu de las Hermandades y el afán por pertenecer a alguna de ellas, sea uno más o menos creyente o incluso ateo:

Esos miles y miles de penitentes que desfilan delante de los pasos con la cara tapada y el cirio apoyado en la cadera lo hacen por pura devoción o bien por un espíritu de solidaridad y emulación cuyo origen no es la religiosidad verdadera, ni siquiera el culto al sevillanismo, sino una fórmula social que se basa en una vida de relación restringida a las auténticas relaciones vitales del individuo: el barrio en que vive, el tallercito donde trabaja, su parroquia, sus vecinos, su calle, su familia, su taberna.
A la cofradía se le consagra todo lo que no está reclamado por la enfadosa necesidad de vivir, todo lo que es exuberancia: la hora de asueto, el impulso generoso, el ansia de fraternidad y camaradería, el anhelo de riqueza, la fantasía, el lujo y la ilusión de que se es todopoderoso. Esto explica que gentes que viven una vida gris y humilde estén soñando siempre con mantos rutilantes bordados en oro y montañas de piedras preciosas.

 

Entre las fotografías que ilustran este reportaje figura una en la que un grupo de nazarenos ha hecho un alto para tomar una caña de manzanilla, algo que las autoridades eclesiásticas no permitían.

Grupo de cofrades tomando una caña de manzanilla
Un grupo de nazarenos tomando una caña de manzanilla.

Hablando sobre la disciplina de las cofradías, Chaves Nogales dice que cada una es un mundo y tiene una regla diferente:

Hay aquellas en las que se consiente que el nazareno deje disimuladamente la fila y se entre a tomar unos chatos en la taberna próxima; hay otras en las que ni siquiera se le permite ladear la cabeza. En la Hermandad del Silencio se expulsaría al que osase articular una sílaba, y en la de la Macarena los nazarenos —quiera o no quiera el cardenal—desfilan piropeando por lo bajito a las devotas.

En otro momento, el periodista habla del monte de flores que adorna cada uno de los pasos, sobre todo los de las Vírgenes. La flor más preciada es la de azahar de los naranjos sevillanos cuya fragancia, mezclada con el denso olor de la cera derretida de los cirios, inunda las calles de la ciudad.

La Virgen, cuenta Chaves Nogales, debe lucir una valiosa corona e ir cargada y recargada de oro, plata y piedras preciosas, algo en lo que no hay limitación. Su pecho se convierte en una montaña de luz centelleante con joyas propias o prestadas. En cuanto al vestuario, el manto de la Virgen, que el periodista compara a la cola abierta de un maravilloso pavo real, es el orgullo de los cofrades:

Un manto bordado vale diez o doce mil duros. Sus veinte metros de terciopelo, en los que no hay un centímetro cuadrado que no esté cruzado por finísimos hilos de oro y plata descienden en pomposa cauda desde los hombros de la Imagen, muy levantada sobre su trono de plata, cera y flor, hasta el suelo…Cada vez que se va a bordar un manto se piensa que sea una cosa nunca vista. En bordarlo y recamarlo se tardan muchos meses, hasta dos años. Durante todo ese tiempo, las cuadrillas de bordadoras sevillanas pasan y repasan millones de veces sus finas agujas ensartadas en hilillos sutiles de oro, plata y seda sobre el terciopelo.

  El bordado de un manto puede verse en esta fotografía que publicó la revista Mundo gráfico de un grupo de mujeres trabajando sobre un bastidor en uno de los talleres sevillanos donde se confeccionaba esta preciosa prenda.

Taller de bordadoras sevillanas
Bordadoras sevillanas trabajando en la confección de un manto de la Virgen.

Chaves Nogales dedicó el último de sus reportajes en Ahora a los costaleros que llevan los pasos. Describía cómo con la ayuda del capataz el paso se balanceaba a compás y salvaba los mayores obstáculos al pasar por las calles de la ciudad o al atravesar las puertas de las iglesias, habiendo casos en que debido a los altos palios los costaleros tenían que avanzar arrastrándose de rodillas.

Fruto de los problemas sociales de esos años, al cardenal, con gran sentido práctico, se le ocurrió la idea de ponerle ruedas a los pasos para moverlos por tracción mecánica, idea que a los cofrades les pareció ‘herética’ y ‘revolucionaria’. Así lo contaba el periodista:

La protesta de los cofrades ha sido unánime. La Virgen debe ir sobre los hombros de sus treinta o cuarenta costaleros capaces de levantarla en el aire como una pluma y mecerla con garbo por las calles estrechas, y tenerla media hora en la bamba delante de la casa del hermano mayor sin que el manto le haga una arruga… Las Vírgenes sevillanas saldrán siempre a hombros de sus costaleros.

 

En esta imagen que acompañaba este último reportaje se puede ver a El Longui, uno de los costaleros más populares de Sevilla junto a sus compañeros portando el paso, a quienes solo se les ve de cintura para abajo.

Imagen del costalero sevillano El Longui
El Longui, un costalero muy popular, junto a sus compañeros que portan el paso.

Y nada mejor que concluir este post con unas palabras del periodista sevillano que pueden resultar sorprendentes pero que reflejan su profundo conocimiento de la Semana Santa de su ciudad:

La Semana Santa sevillana no es obra ni de los curas ni de los gobernantes, sino de los cofrades, de una organización netamente popular y de origen gremial que ha estado siempre en pugna con los Poderes constituidos. Los dos enemigos natos de la Semana Santa son el cardenal y el gobernador, el representante de la Iglesia y el del Estado. El buen capillita se pasa la vida hablando mal de ellos y protestando contra sus decisiones. Claro está que, como el cofrade es por principio hombre religioso y ciudadano pacífico no puede ponerse abiertamente en lucha con los representantes de la Iglesia y el Estado, pero en realidad, su obra, las Cofradías, se ha ido haciendo a espaldas de ambos, y muchas veces a su pesar.

 

 

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