Va por Francisco Jareño, un arquitecto “con lunares”

Va por Francisco Jareño, un arquitecto “con lunares”
4 de Octubre de 2012

Firma autógrafa de Francisco Jareño de Alarcón. De proyecto de Instituto de San Isidro (Archivo del Ministerio de Fomento) Firma autógrafa de Francisco Jareño de Alarcón. De proyecto de Instituto de San Isidro (Archivo del Ministerio de Fomento)

Retrato de madurez luciendo las condecoraciones recibidas en su carrera

Francisco Jareño (Albacete 1818-Madrid 1892), uno de los autores de la casa que habitamos desde 1896, fue un arquitecto con mala suerte. O al menos eso es lo que afirma Ramón Guerra de la Vega [i], que prosigue así: “Su etapa de madurez profesional, entre los cuarenta y cincuenta años, coincidió con la tremenda crisis económica y política de la última época de Isabel II, la llegada de un rey italiano y la proclamación de una efímera República”.

¿Pero quién fue en realidad Francisco Jareño de Alarcón?

Retrato del arquitecto Francisco Jareño, por Joaquín Sorolla (Museo de Bellas Artes de Valencia)

La mayoría de nosotros, bibliotecarios, no recordamos cuándo fue la primera vez que nos topamos con ese nombre, pero es más que probable que muchos lo hiciéramos al arrostrar nuestro debut de opositores: “El edificio de la Biblioteca Nacional -memorizábamos- fue construido según proyecto de Jareño y Ruiz de Salces”,  uno de esos binomios indisolubles del XIX de los que uno siempre dudaba de cuántas personas constaba. Con el tiempo, aquellos nombres empezaron a sernos familiares e incluso supimos de otros edificios proyectados y ejecutados por ellos, hasta el punto de que llegamos a convencernos de que allá por el siglo XIX vivieron realmente un par de arquitectos así llamados, a pesar de la calígine de las fuentes que más inducía a pensar en seres míticos, como Homero o, sin ir mucho más lejos, como los también constructores Cíclopes... ¡Ruiz de Salces y Jareño existieron, fueron de carne y hueso y este último incluso tuvo “lunares”, o eso es lo que Pedro de Madrazo afirmó en la sesión ordinaria de 10 de octubre de 1892 de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, días después de la muerte de Jareño: “no estaba exento de lunares, que todos los hombres los tenemos, pero su consecuencia con sus amigos y hasta cierta docilidad, neutralizaban aquellos…”[ii]

Francisco Jareño retratado por Heraclio Gautier Francisco Jareño retratado por Heraclio Gautier. Fotografía facilitada por los nietos de María Desamparados Castillo y Jareño, sobrina del arquitecto

Si leemos las diferentes notas biográficas sobre él, dispersas en publicaciones generales, no tardamos en constatar que nos hallamos ante un arquitecto fuera de serie, sin duda uno de los más importantes del siglo XIX en España: años de formación en el extranjero y un momento de esplendor en torno a los años 60-80 en que el albaceteño acumula en su persona hasta tres cargos públicos con sus correspondientes sueldos y, acorde con ello, un patrimonio inmobiliario nada desdeñable. Traído a términos contemporáneos, Jareño sería algo así como  el X*** del momento, pongan ustedes el nombre del arquitecto que mejor les cuadre. No había en esos años encargo oficial que no se adjudicara el autor de nuestro edificio y su protagonismo era tal que concitaba la enemiga del redactor de la revista satírica Gil y Blas, quien destilaba vitriolo cada vez que le mencionaba, lo que ocurría con harta frecuencia: (“Ni Miguel Ángel trazando la cúpula de San Pedro, ningún arquitecto ha metido tanto ruido” 28/4/1866) Si revisamos la prensa de la época (con la ayuda de esa herramienta que es la Hemeroteca Digital que nunca jamás nos cansaremos de ponderar), lejos de disiparse nuestras dudas, aumenta nuestra perplejidad. Las referencias al académico aparecen por doquier: cargos, honores, ofrecimientos generosos del artista, como el de reconstruir con sus alumnos los daños del terremoto de Málaga y Granada de 1885 (Diario de Avisos de Madrid, 13/01/1885), etc.

Recorte de la noticia publicada en (Diario de Avisos de Madrid, 13/01/1885), etc.

Y, sin embargo, un mal ocho de octubre Jareño se muere (sí, ocho, hemos dicho ocho y no otras fechas que andan por ahí publicadas), Jareño se muere y no localizamos -que nos saque del error quien haya sido más afortunado- una sola esquela que le llore: apenas unas líneas en alguna revista de Arquitectura y poco más. Queda por pensar que el arquitecto fuera huraño de trato, viviera volcado en su trabajo y  no tuviera familia directa. Pero no, Jareño tuvo esposa y al menos cuatro hijos, a tres de los cuales sobrevivió, o al menos eso revelan las esquelas, esta vez sí, de su esposa y de sus hijas.

Fotografía facilitada por la familia Puerto, nietos de María de los Desamparados del Castillo y Jareño, sobrina de Francisco Jareño

¿Qué pudo ocurrir entonces para explicar el malditismo que se cierne en el siglo XX sobre la vida y obra de Jareño? ¿Cómo se explica que no se haya publicado aún una sola monografía dedicada a este arquitecto? ¿Por qué en 1881, en el cénit de su carrera y con una planta del Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales construida, es apartado de su mayor y más acariciada obra? ¿Cuestión llanamente de mal fario? ¿Tan cara pudo costarle su renuencia a cumplir las órdenes del Director de la Biblioteca? ¿Fue Jareño víctima del nepotismo imperante o blanco de las envidias de colegas menos talentosos? ¿O tan sólo un hombre devastado por la concatenación de desgracias familiares, como parece reflejar el contraste entre los dos retratos que ilustran esta página, entre los que median algo más de  treinta años?

No lo sabemos. Probablemente tendremos que esperar para disipar estas y otras dudas al merecido homenaje que se le tributa el día 8 de octubre con motivo del 120 aniversario de su fallecimiento, en el cual un nutrido plantel de especialistas sacará a la luz los resultados de  sus más recientes investigaciones.

Si se cumplen nuestras expectativas, podremos decir que el esfuerzo habrá valido la pena y la conmemoración contribuido en cierta medida a restituir la memoria de quien es responsable en parte de las emociones que provoca en nosotros y en nuestros visitantes el edificio que todavía hoy habitamos.


[i] VEGA DE LA GUERRA, Ramón: Guía de Madrid. Siglo XIX. Tomo I. Madrid, 1993.

[ii] Cita facilitada por Pedro Moleón.

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