Esta obra del cartógrafo flamenco Abraham Ortelio, publicada por primera vez en Amberes en 1570, abre con una portada de claro contenido geográfico, una imagen alegórica del mundo donde este se proyecta en sentido simbólico. Una arquitectura sirve de escenario para cuatro alegorías femeninas de los cuatro continentes. Europa, cristina, bajo una vid de resonancias eucarísticas y desde una privilegiada posición en alto, domina el mundo, coronada, con el cetro en una mano y el orbe, símbolo de la Tierra, coronado con una cruz bajo la otra. En un nivel inferior se sitúan Asia, ricamente adornada con joyas sosteniendo un incensario, y África, de color, ligeramente vestida, sosteniendo una rama de bálsamo egipcio y tocada con una corona de fuego, recuerdo del calor del sol. América está, lejos de Europa, apoyada contra el pedestal de Asia, continente con el que largamente se identificó. La figura del Nuevo Mundo está desnuda, exhibiendo ornamentos plumarios; representa el estereotipo del indígena, con un arco y flechas, y un palo típico de los tupinambá de Brasil. Tierra del Fuego, simbolizada como una herma - un busto sobre un bloque de piedra rectangular- con las llamas que vio Fernando de Magallanes al atravesar el estrecho que lleva su nombre, se dispone a sus pies, en una correcta posición geográfica.

El Theatrum orbis terrarum supuso una revolución, no solo por ser el primer atlas moderno, sino por esta portada que sistematizó las alegorías de los cuatro continentes como motivo artístico de la cartografía. Fue en su tiempo un monumento de erudición y laboriosidad y tuvo éxito inmediato.