El Beato de Fernando I y Sancha de Castilla es una obra encargada por el rey como alabanza de la monarquía, hecho que queda reflejado en la iconografía de alguna de sus ilustraciones, en la riqueza de la iluminación, la abundancia de imágenes y en la profusión del empleo de oro. Esto le convierte en uno de los “Beatos” más ricos y lujosos conservados. Se realizó en un taller leonés y corresponde por sus características a la denominada segunda familia de los “Beatos”. Fue iluminado por dos manos y consta de 98 miniaturas de estilo románico con influencias mozárabes y orientales. Y su copista fue Facundo, según consta en el colofón.

El manuscrito transcribe el texto del Apocalipsis, según sus fuentes y añade un comentario, dándole una forma única.  Procede del Monasterio de San Isidoro de León, y tuvo varios posesores, siendo Gaspar Ibáñez de Segovia, Marqués de Mondéjar (1628-1708) el último, antes de que su biblioteca fuera incautada por Felipe V, en la guerra de sucesión, pasando a la Biblioteca Real.

Destaca su mapamundi en el que se incorpora un nuevo continente, la denominada Terra incógnita. Se incluye este mapa del mundo para ilustrar un texto que versa sobre los viajes que hicieron los apóstoles, como muestra de la difusión del cristianismo con carácter universal.  El contorno del mapa representa el océano exterior que entonces se suponía que rodeaba las tierras emergidas. Teniendo en cuenta la finalidad religiosa de estos mapas, en la parte superior, correspondiente a Asia, está situado el Paraíso Terrenal con Adán y Eva, y a su lado aparece destacada la ciudad de Jerusalén, centro del universo cristiano. A lo largo de la Edad Media este tipo de representaciones cartográficas cristianas se extendieron en los ambientes monásticos y universitarios de toda Europa, por ello ha sido denominada cartografía culta. Pero el momento en que aparece una verdadera representación cartográfica es ya en la Baja Edad Media, en el siglo XIII, con los portulanos o cartas portulanas.