El ‘Buen humor’ de la BNE
El Departamento de Control Bibliográfico de Revistas explica el proceso técnico de las publicaciones seriadas recorriendo la vida de la casi centenaria revista Buen humor
Contraportada con un dibujo de Linage para un concurso de carteles (Publicada el 1 de enero de 1922)
Permítanme que me presente. Me llamo Buen humor y soy una revista que hace ya mucho tiempo descanso en el paraíso. Como le gustaba a Borges, yo llamo paraíso a la biblioteca, el lugar donde nos conservan a los seres de nuestra naturaleza cuando dejamos de reencarnarnos. Yo me reencarnaba todas las semanas y hacía muchas réplicas de mí misma para que la gente pudiera disfrutarme allí donde estuviese. Como ser ideal que era, nacía de la cabeza de escritores , ilustradores, caricaturistas y otros creadores que procuraban que quien me viese esbozara una suave sonrisa o una abierta carcajada. Para que se hagan una idea de qué clase de ser soy, les diré que soy como la copa que contiene un sabroso licor. El licor que contenía era nuevo, le llamaron humor vanguardista, humor del absurdo, pero yo no les voy hablar de él y de sus creadores, sino de mí, la copa de papel en la que se bebía con los ojos.
Yo me reencarné por primera vez en Madrid el 4 de diciembre de 1921, festividad de Santa Bárbara. Tengo ahora 98 años, aunque mis apariciones en la calle, a la luz del día, duraron sólo diez años, hasta diciembre de 1931. ¡Terribles esos años 30! La gente se puso de mal humor y dejó de quererme, así que cesé, dejé de aparecer y me quedé a vivir para siempre en el paraíso, donde mis amigos bibliotecarios me habían ido guardando desde el principio. Estos amigos, que son como ángeles pero sin alas, tienen mala memoria y necesitan hacer esto para encerrar el tiempo. Sufren mucho si les falta una sola de mis reencarnaciones semanales. Quieren tenerme entera, toda la colección como la llaman. Una manía como cualquier otra que me llena de orgullo.
Cuando entré en el paraíso me pusieron un pseudónimo que ellos llaman signatura y que les ayuda a buscarme en el laberinto de baldas y estanterías. Nos ordenan en paquetes o nos encuadernan y nos pegan en el lomo un tejuelo identificador con ese pseudónimo. El mío fue Z/43 durante muchos años mientras estuve en el depósito de Recoletos, en Madrid. Ahora estoy en el de Alcalá de Henares y llevo la signatura ZR/66, que suena a personaje de la Guerra de las Galaxias. No son mis únicos números y letras. Tengo un carné de identidad, que llaman registro, lleno de ellos con mi nombre, edad, lugar de nacimiento y hasta mi padre terrenal, que es mi impresor. Hay además un número, el del ISSN, que sirve para que mi nombre: Buen humor y apellido: semanario satírico no sea confundido con el de otra revista homónima que haya en el mundo.
Página con texto y dibujos de la artista María Tubáu (Publicada el 12 de agosto de 1923)
Los bibliotecarios emplean el nombre de depósito porque dicen que es para conservarme. Aunque no les falta salero, son unos pobres ángeles desalados. Como Dante, yo prefiero algo más poético y los llamo mi primera y segunda residencia celestial. En Recoletos, el paraíso es estrecho. Se nota que aquí hubo en tiempos un monasterio. A algunas nos desalojan por falta de espacio después de una temporada. Aunque hay 12 plantas repletas de estanterías, este paraíso se va quedando pequeño porque nosotras las revistas y nuestros hermanos los periódicos no somos como nuestros primos los libros, que no se reencarnan. Nosotras sí los hacemos. Crecemos y crecemos y los pobres ángeles que se ocupan del laberinto viven con zozobra, moviéndose arriba y abajo, corriendo siempre con un metro en la mano, midiendo y sacando huecos, cambiando signaturas, retejuelando, soñando con baldas y estanterías mágicas en las que ir metiéndonos como en un saco sin fondo.
La segunda residencia celestial de Alcalá es mucho mayor aunque ya da síntomas de agotarse. A mí me llevaron allí cuando me microfilmaron en 1999. Yo ya había dejado de reencarnarme hacía muchos años, pero había continuado en el primer paraíso para que la gente que lo quisiera pudiera verme fácilmente sólo con pedirme a uno de los ángeles. Como me estaba haciendo muy mayor, para que nadie me tocara y me conservara mejor decidieron hacer una película conmigo, así los usuarios podían verme en una máquina de microfilm de la biblioteca. Era un poco engorroso pero funcionó bien hasta que en 2010 me digitalizaron. ¡Fantástico! Reaparecía virtualmente en cada casa. Ahora se me podía ver sin que los ángeles tuvieran que intervenir.
Como la de cualquiera de mis hermanas, mi existencia era plácida en mi segunda residencia celestial, pero yo estaba incompleta. Como ya dije, los ángeles bibliotecarios que me cuidan sufren si no tienen todas mis reencarnaciones o mis números como ellos dicen. Y de pronto, en febrero de 2017, un hecho inesperado llenó de alegría el paraíso. Una donante, doña Maria Luisa, vino con bastantes números que me faltaban de los años 1924, 1925 y 1927. Como no hay felicidad completa, resultaba que venían encuadernados en volúmenes en muy mal estado, con hojas rotas y sueltas, así que tuvieron que ir al taller de los ángeles restauradores, que son los cirujanos del papel. Tras pasar por sus delicadas manos pasé de nuevo a las de los ángeles digitalizadores para acrecentar mi vida virtual y que nadie me vuelva a tocar.
Dibujo de Bergstrom en la portada del 27 de octubre de 1929
No me vuelven a molestar salvo que me lleven a una exposición, porque entonces, protegida en una vitrina de cristal, la gente puede mirarme sin riesgo de lastimarme. Hay quien necesita verme en papel porque imagina que así se apodera mejor de mi esencia. Es algo un poco fetichista pero los humanos son así y yo lo agradezco porque el papel es mi auténtica naturaleza.
Me despido ya de ustedes no sin antes pedirles un favor. Tuve en el mundo 521 reencarnaciones, o números si lo prefieren, pero no estoy completa del todo. Me falta la 109, la del 30 de diciembre de 1923. Les parecerá una cosa baladí pero a mí y a mis ángeles guardianes nos causa una profunda desazón esa ausencia, el no saber qué escritores e ilustradores pusieron sus manos sobre mis blancas hojas. ¿Escribió ese día Ramón Gómez de la Serna, Enrique Jardiel Poncela o Edgar Neville? ¿Hizo alguna caricatura Sileno, Luis Bagaría, Rafael de Penagos, Tono, Miguel Mihura o cualquier otro artista gráfico de los llamados la otra Generación del 27?
Si algunos de ustedes encuentra mi reencarnación 109 y la dona a la biblioteca nos haría inmensamente felices a mí y a los ángeles. Yo me sentiría como si hubiera recuperado al hijo pródigo y ellos hasta serían capaces de volar sin alas.
Es un texto precioso. Me ha encantado. Felicidades a la persona que lo ha escrito. P.d. Ojalá aparezca la reencarnación 109.