Memoria del perro, el mejor amigo del hombre, en la prensa histórica conservada en la BNE
En estos meses de confinamiento se han podido ver en medios de comunicación y redes sociales noticias protagonizadas por perros alejados de sus dueños, mascotas que al sentir la falta de estos, bien por ser llevados a un hospital, por tener que guardar cuarentena o por cualquier otra razón, reaccionaban de forma conmovedora con demostraciones de fidelidad y cariño. Al principio, y debido a sus necesidades, los perros regalaron algún tiempo extra fuera de la casa a sus dueños, que se sienten ahora más unidos a ellos que nunca.
Que el perro es el mejor amigo de hombre es una frase que aunque parezca procede del inicio de los tiempos tiene un origen relativamente cercano, al menos en la versión que es conocida en todo el mundo.
En 1869 un granjero americano de Missouri, Charles Burden, encontró muerto a tiros a su amado perro Old Drum. Denunció a su cuñado y vecino, que ya había tenido problemas con perros que atacaban a sus ovejas y había amenazado con disparar al can que viera por su propiedad. Durante el juicio, George Graham, abogado de Burden, pronunció un discurso de elogio de los perros que incluía esta frase:
El único, absoluto y mejor amigo que tiene el hombre en este mundo egoísta, el único que no lo va a traicionar o negar es su perro.
Estas palabras conmovieron de tal forma al jurado, en una época en que la muerte de un perro no se consideraba gran cosa, que Burden ganó el pleito y su vecino tuvo que indemnizarle. El texto del discurso figura grabado en una placa de bronce en un pedestal con la estatua del perro Old Drum, enfrente del lugar donde se encuentra el tribunal que pronunció la sentencia.
Diario de Madrid (Miércoles, 18 de febrero de 1807)
Pero en nuestra prensa histórica pueden encontrarse ejemplos de frases similares escritas tiempo antes. Así, en el Diario de Madrid de 18 de febrero de 1807 encontramos esta carta que un lector envía al periódico:
El perro es el animal más adicto y amigo del hombre; jamás le niega, sea próspera o adversa su situación: en el palacio, en la cabaña, en el banquete más expléndido y en el calabozo más lóbrego siempre es el mismo: de suerte que si los hombres no tuviesen en su género modelos los más dignos de ser imitados, el perro les podía servir de exemplo.
El lector continúa su carta quejándose del maltrato a los animales:
No puedo, Sr. Diarista, mirar con indiferencia a los niños y a los que no lo son, en las casas, calles y paseos perseguir, apedrear, dar palos, herir y aun matar a los dóciles y obedientes perros: me lleno de indignación al ver a algunos padres, amos y maestros aplaudir y aprobar esta tan irregular como reprehensible conducta. De los perros pasan a los gatos, páxaros, conejos, palomas y otros animales domésticos que pueden haber a las manos.
Tenemos otro ejemplo en la revista mensual El Instructor, una de las primeras publicaciones ilustradas con grabados de España. En el número de octubre 1837 se puede leer una disertación sobre los perros tan apasionada y emotiva que, al igual que el discurso del célebre abogado norteamericano, también merecería ser grabada en bronce en un pedestal.
El Instructor (Octubre 1837)
A ningún animal debe el hombre más fidelidad ni afecto que al perro. Muchas son las especies que se domestican, se apegan y siguen a quien los ha criado, pero todas, sin exceptuar al elefante, lo hacen por interés, pues cesando de alimentarlas se retiran, si son amenazadas huyen, si maltratadas se defienden, y si provocadas embisten con peligro de la vida. La incorruptible fidelidad del perro, su constante cariño y paciencia, su diligencia incansable, su vivo ardor y pronta obediencia han sido siempre sus virtudes observadas y elogiadas desde los tiempos más remotos: de modo que este apreciable cuadrúpedo puedo llamarse enfáticamente el amigo del hombre, siendo su afecto puramente personal, libre de las mudanzas de fortuna, genio y lugar de habitación. El perro no se acuerda sino de los beneficios que ha recibido, y considera como un beneficio indeleble un pedazo de pan tirado a sus pies.
La misma revista dedicó otros números a los perros para elogiar su sagaz instinto, la ayuda que prestaban al hombre en la ganadería o en la represión del contrabando, o anécdotas graciosas como ésta del número de abril de 1838:
Un caballero que tenía un perro siempre en su cuarto gastaba peluca y la colgaba a un lado de su estante de libros. Sucedió que otro amigo, que también usaba peluca, vino a verle, y le pidió la suya prestada para mandar hacer una semejante. Así pasaron tres o cuatro días sin devolverla, y no habiendo estado presente el perro cuando se hizo el préstamo, se confundía el animal al ver a su amo sin peluca, ni a ésta colgada del estante. El perro salió un día a la calle y vio al amigo de su amo con una peluca algo parecida a la de su amo, y le siguió hasta que al entrar en la iglesia y quitarse el sombrero, identificó el animal la peluca, dio luego un salto, y agarrándola corrió a su casa con ella y la puso en la mano de su amo.
Pero desgraciadamente, la realidad no era siempre tan de cuento y lo cierto es que el perro también fue una amenaza para el hombre por los ataques de animales callejeros o por las enfermedades infecciosas que podía transmitirle, en especial la hidrofobia, más conocida como rabia.
Las autoridades insistían en que los perros llevaran bozal y no se les dejara abandonados, pero sin demasiado éxito, como se constata leyendo el periódico El Clamor Público de 9 de agosto de 1851:
El Bando del señor corregidor sobre los perros va cayendo en desuso, bien es verdad que nunca fue su observancia muy completa. En el día los transeúntes empiezan ya a tropezar de nuevo a cada paso en las calles de esta coronada villa con jaurías de perros hambrientos, dispuestos a acometer al primero que se descuide. Las disposiciones de la autoridad local en materia de policía urbana y buen gobierno hallan siempre grandes obstáculos en Madrid.
Y en El Heraldo de 28 de julio de 1852 se da una imagen muy negativa de la situación:
Volvemos a insistir en que no se ceje en procurar la estincion de los perros que divagan sin collar, y aun durante los meses de calor, creemos que no debería tolerarse que ningún animal de dicha clase saliese a la calle sin bozal. En París, y varios otros puntos de Francia, han sucedido este año espantosas desgracias. Anteayer por la tarde una señora fue acometida y mordida por un perro en la Rambla de Santa Mónica. Una familia muy conocida en esta capital llora la muerte de uno de sus dependientes que ha sucumbido padeciendo horrorosos dolores, de resultas, a tenor de lo que se nos ha asegurado, de haberle mordido dos meses antes en la yema de un dedo un perrito faldero. Según El Correo de Barcelona, en la vecina villa de Badalona, un caballero fue hace pocos días asaltado por otro perro, y aun cuando no se tenía noticia de que fuese atacado de la hidrofobia, por una medida de prudente precaución tuvo que sufrir la dolorosa cauterización de la herida. Tan funestos ejemplos deben escitar el recomendable celo de las Autoridades dictando como hemos visto haberlo hecho las de la vecina República medidas enérgicas para evitar en lo posible una enfermedad tan funesta, que convierte al animal justamente conocido por el amigo del hombre en su más dañoso enemigo.
En 1885 se dio un paso de gigante para que los perros llegaran a ser definitivamente los amigos y no los enemigos del hombre. Ese año el microbiólogo Louis Pasteur probó con éxito su vacuna antirrábica en un niño que había sido mordido por un perro. Aunque todavía se tardarían décadas para que fueran vacunados todos los perros y la rabia dejara de ser un problema, al menos en España y los países desarrollados.
La Veterinaria Española (30 de noviembre de 1915)
En el número de 30 de noviembre de 1915 de la revista La Veterinaria Española podemos comprobar cómo la rabia seguía siendo un gran problema de salud pública. El doctor J. Pérez Fuster, director del laboratorio antirrábico municipal de Valencia, se pronunciaba de esta manera:
Hay que acabar con los perros abandonados, que ni sirven para guardar los intereses de los pobres campesinos ni su vida responde a otras miras que la compasión del dueño que no tiene fuerza de voluntad para desprenderse de un animal que no le ha causado ningún daño. Si el servicio de extinción de perros que subvenciona el Excelentísimo Ayuntamiento no puede extender su radio de acción por toda la extensa campiña de nuestro término municipal, acúdase al arsénico o a la estricnina. Repugnante es ver morir los perros por la acción de un veneno; pero mucho más terrible es que perezca un sólo ser humano en las torturas de la hidrofobia.
Mundo gráfico (23 de febrero de 1927)
Con el título La dulce muerte de los perros abandonados, la revista Mundo Gráfico publicaba en su número de 23 de febrero de 1927 un reportaje realizado en Valencia ante las autoridades sobre el nuevo sistema para acabar con los perros callejeros sin dueño. Se trataba de encerrarlos en jaulas-cajas cerradas en las que por un orificio se les gaseaba con ácido cianhídrico. Los animales morían enseguida y se evitaba la tortura a que eran sometidos cuando se les mataba en las perreras municipales mediante veneno o golpeándoles con una maza, lo que había suscitado las protestas de las sociedades protectoras.
La revista abogaba por ampliar este sistema, ya implantado en Barcelona y Valencia, a toda España. Basta de crueldades que tanto nos deshonran ante el mundo entero, proclamaba, y expresaba su deseo de que hubiera un cementerio de perros como en París. Por fin, el corazón pudo más que el miedo y se empezó a recoger a los perros no para matarlos sino para cuidarlos. El 1 de junio de 1927 El Heraldo de Madrid dedicaba dos páginas a informar de La beneficencia pintoresca: Un asilo de perros. Hacía dos años que se había constituido la sociedad denominada Refugio de animales amigos del hombre, iniciativa de una mujer que empezó al recoger de la calle y llevárselo a su casa a un perro que estaba siendo maltratado.
La idea era ya una feliz realidad materializada en un corral a las afueras de Madrid.
El Refugio se mantenía con las suscripciones de sus socios, con cuotas desde una peseta mensual en adelante. Tenía ya 130 suscriptores, el último de ellos la cantante y actriz de cine Raquel Meller, en ese momento la artista española más internacional. Otras artistas socias pueden verse en el reportaje que hizo la revista Crónica el 16 de marzo de 1930.
Crónica (16 de marzo de 1930)
La población animal de El Refugio, que donaba perros a quien quisiera adoptarlos y cuyo establecimiento se había quedado ya pequeño, contaba con 90 perros, 2 burras y 6 gatos. Un matrimonio suscriptor de la sociedad mantenía además en su domicilio particular 6 perros y 17 gatos.
Nuevo Mundo (2 de marzo de 1928)
Como contrapunto a las estrecheces de estos animales, en Nuevo Mundo de 2 de marzo de 1928 pueden verse tres perros de clase alta, perros bien como titulaba la revista, que destacaba cómo sus encantadoras dueñas ofrecen bombones a estos perros que tienen diminutivos exóticos y cariñosos. Diminutivos que ellas pronuncian mimosamente, gozosamente, casi como si se tratara de un hijo.
El 7 de febrero de 1937, en plena Guerra Civil, la revista Crónica dedicaba una página con fotos a informar de los perros que vagabundeaban famélicos por las calles de Madrid buscando alimento. Con el antetítulo Otra víctima de la guerra, y el título La miseria y el trágico fin del mejor amigo del hombre, el periodista escribió lo siguiente sobre la ingratitud del hombre:
Ha llegado la guerra y el perro se arrastra ahora con paso lento, abrumado por el fardo de su tremendo desengaño. Siempre ha tenido el perro una mirada triste, como si adivinara los verdaderos sentimientos crueles de su mejor amigo, como si supiera que, llegada la guerra, le iba a vender por un plato de lentejas, le iba a abandonar por no compartir con él su ración de arroz; pero estos días, la mirada del perro es más que triste: es una mirada de angustia, de agonía. Hay quien cree que ahora los perros se mueren de hambre; pero la verdad es que mueren de pena.
Hay que tener mucha sensibilidad para escribir una cosa así en las circunstancias por las que pasaba España. El periodista firmó con sus iniciales: R.M.G. No he podido averiguar a que nombre responden esas iniciales. Pudiera ser uno llamado Ramón Martorell que firma otro reportaje en ese mismo número de la revista, pero no es seguro. La firma del fotógrafo tampoco es fácil de identificar. En todo caso, vaya este post como homenaje a la memoria de ambos.
Apreciado colega, Aplaudo sinceramente su trabajo de recuperación de la figura del perro en nuestra historia reciente. Soy veterinario, profesor de la facultad de Veterinaria de Barcelona. Estoy muy interesada en temas históricos de nuestra profesión. En la actualidad, estoy trabajando sobre el origen de las clínicas veterinarias en España. Cualquier información que em pueda aportar será bienvenida. Por mi parte haré uso de su fantástico web. Gracias por adelantado. Martí Pumarola