RareDA: crónica de una bibliotecaria que asiste a un congreso sobre RDA y Fondo Antiguo, toma muchas notas y reflexiona
Something rare
La historia de la catalogación normalizada del Fondo Antiguo podría definirse como una historia de amor y desamor. Acostumbrados a modelos de descripción muy atomizados y moviéndose en la eterna dicotomía de ser demasiado lentos a la hora de adoptar los nuevos estándares (imprescindibles por otra parte para la visibilidad de su fondo) y a la vez demasiado excelsos como para que cualquier modelo “generalista” de catalogación sea lo suficientemente bueno para las particularidades de sus materiales, los bibliotecarios de Fondo Antiguo llevan décadas bandeándose entre dos polos aparentemente opuestos. De un lado, modelos de catalogación y formatos de codificación que deben ser válidos para cualquier material bibliotecario. Del otro, los elementos consustanciales a sus objetos de trabajo, que en ocasiones parecen haber sido diseñados ex professo para escapar a cualquier tipo de normalización. Y el gremio se ha dividido con demasiada frecuencia entre los sombríos apocalípticos para los que catalogar un incunable en MARC21 y meterlo en el catálogo automatizado es el primer paso para la disolución de la profesión, y los entusiastas integrados del “yes, we can”, finos conocedores del último detalle de las Reglas de Catalogación y hasta del indicador más improbable. Cosas raras del Fondo Antiguo. No en vano el término inglés para los impresos antiguos es rare books, con ese adjetivo tan proclive a interesantes equívocos.
La gran propuesta de carácter internacional al respecto, ISBD(A), o International Standard Bibliographic Description for Older Monographic Publications (Antiquarian), aparecida en 1990 y revisada en 2006, un modelo diseñado expresamente para representar las características estructurales y formales del libro antiguo y ser a la vez perfectamente compatible con el ubicuo formato MARC, supuso por fin la posibilidad de normalizar la descripción de los impreso antiguos, dar gusto a todos, y quedarnos tan tranquilos. Suspiro de alivio. El suspiro, sin embargo, no iba a durar eternamente: ni siquiera la aparición de la ISBD consolidada, cuya edición definitiva se publicó en 2011, ha sido suficiente para resistir la llegada tanto de los nuevos modelos conceptuales (léase FRBR y su familia al completo) como de las nuevas necesidades asociadas a la explosión de Internet y la consecuente “salida” de los catálogos al ciberespacio (léanse datos enlazados). Sollozos. Entretanto, los compañeros de manuscritos, tristemente ignorados por la ISBD y acostumbrados a apañárselas con las Reglas de Catalogación y a ser los últimos en todo lo que suene a “estándar”, se encogen de hombros con indiferencia y con un gesto de cansancio.
La atomización se acabó y la antaño visionaria ISBD ya no basta para nuestro futuro incierto de gente rara catalogando cosas viejas con herramientas nuevas. ¿Qué es lo siguiente, entonces? Lo siguiente, probablemente, sea RDA.
El nuevo mundo y el viejo
El pasado noviembre, en Edimburgo, el Joint Steering Committee for Development of RDA (entretanto RDA Steering Committee) decidió dedicar parte de su encuentro anual a ese interesante y hasta fecha reciente poco estudiado maridaje de Fondo Antiguo y RDA. Consciente del poco desarrollo en RDA de aspectos fundamentales para la catalogación de Fondo Antiguo de la magnitud del ítem (otro término especialmente inclinado a generar todo tipo de curiosas ambigüedades), fundamental para la descripción y correcta identificación de manuscritos e impresos antiguos, el JSC ha comenzado a colaborar activamente con el grupo de trabajo responsable de las normas de catalogación anglosajonas para impresos antiguos conocidas como DCRM2(B), las siglas de Descriptive Cataloguing of Rare Materials 2 (Books). Este grupo de trabajo, hasta ahora poco conocido en España, así como las normas que de él emanan (y que puede consultar aquí cualquier bibliotecario que sienta la curiosidad de compararlas con “las nuestras”), ha pasado con ello a adquirir un rol protagónico al ser hoy el único interlocutor del RSC especializado en Fondo Antiguo con algún poder de decisión en el desarrollo del modelo de catalogación que tal vez (definitely maybe) acabemos implantando todos antes o después.
La primera conclusión a la que se puede llegar tras asistir a estas jornadas, por lo tanto, es lo lejos que siguen estando el nuevo mundo y el viejo en la era de la globalización. Y es que no sólo Estados Unidos (y la previsible Gran Bretaña, y la algo menos, pero también previsible Holanda) están usando DCRM2(B) para catalogar sus impresos antiguos: también países mucho más cercanos culturalmente a nosotros como México o Argentina lo conocen (y a veces hasta aplican) bastante mejor que nosotros. Algo quizá esperable, por otra parte, si se piensa en la mayor cercanía a las AACR2 en el “subcontinente”. Así, por ejemplo, la Universidad Nacional Autónoma de México, que cumple también funciones de Biblioteca Nacional, promueve su uso para la descripción de monografías antiguas por considerarlas más afines que ISBD a sus reglas de catalogación.
Modelos de catalogación de impresos antiguos
Sin embargo, centrados como estamos en nuestras propias (y con frecuencia enormes) bibliotecas patrimoniales y en su problemática asociada, no somos conscientes de nuestro desconocimiento de las políticas que se siguen en el resto del mundo y, a veces, en un contexto tan próximo desde un punto de vista cultural como es Latinoamérica. La misma sorpresa que causa en nuestros colegas norteamericanos el hecho de que la Biblioteca Nacional de España catalogue Fondo Antiguo siguiendo ISBD(A) (“Oh, really?”, preguntan con una amable aunque inquieta sonrisa) nos la provoca a nosotros saber que México utiliza DCRM2(B).
¿Bienvenido, Mister Marshall?
La aparición del grupo de trabajo de DCRM2(B) en el escenario de RDA es, como mínimo, alentador para la comunidad de catalogadores de libro antiguo. No en vano son tan especialistas en Fondo Antiguo como nosotros y, como tales, saben identificar los puntos en que RDA necesitaría un mayor desarrollo o algún cambio de mayor o menor envergadura (y consecuencias) para adaptarse a nuestros materiales. Algunos de los temas tratados en Edimburgo han sido, como era de esperar, la transcripción de las portadas, el uso de títulos facticios, las llamadas relaciones referenciales o la necesidad de ampliación de los vocabularios controlados y designadores de relación para adaptarlos a la terminología especializada. Y es probable que no sea casual que se trate de asuntos que ya habían llamado la atención en el marco de los estudios sobre RDA que se están llevando a cabo en la BNE. El gran tema ausente, sin embargo, fue el ítem, quizá pendiente de una revisión a fondo.
La intención del RSC, sin embargo, es ampliar el grupo de trabajo a representantes de bibliotecas de otros países para formar un equipo de carácter internacional. Pero, ¿qué opina Europa al respecto? ¿Cuán activa pretende ser? Mientras EURIG (las siglas de European RDA Interest Group) lanza la convocatoria a sus instituciones miembro para seleccionar a los futuros integrantes de este futuro grupo de trabajo, ¿qué opinan estas instituciones de cuál será su papel en el desarrollo de las pautas de regirán la catalogación de los impresos antiguos en un futuro no muy lejano? ¿Se adaptarán sin matices a las opiniones de DCRM, apelando a su experiencia y know how en el desarrollo de pautas especializadas, o pretenderán jugar un rol más activo, teniendo en cuenta que el viejo continente, con sus instituciones centenarias, sus rancios edificios, sus lenguas y políticas diferentes a muchos niveles y sus elefantes blancos, sigue atesorando el grueso del Fondo Antiguo occidental? La segunda conclusión, por tanto, más que una conclusión es una incógnita.
El riesgo de la descontextualización
La última conclusión, y quizá la más subjetiva, tiene que ver con la salida del contexto cotidiano y sus consecuencias. Uno de los primeros efectos que provocan en un asistente este tipo de eventos internacionales e itinerantes es la inmediata descontextualización de la información que va a recibir y procesar. Desde el momento en que el asistente en cuestión se sienta a comer sus fusili caprese mientras espera la salida de su vuelo en el Starbucks de la Terminal 1 de Barajas, el no lugar de los no lugares, el espacio sin contexto por antonomasia, las colecciones de su biblioteca, con las que trabaja a diario, empiezan a disolverse en una bruma en que se mezclan progresivamente con las maletas coloridas, las lenguas extrañas, el latte machiatto y la voz de Adele. Conforme se sobrevuela el Canal de la Mancha, se recorre el siguiente no lugar y se atraviesan calles húmedas en blanco y negro (entretanto es de noche) que recuerdan vagamente a imágenes de una película sobre la Segunda Guerra Mundial, el proceso de descontextualización ha alcanzado un grado en que la colección de incunables de la BNE (por no hablar de la de impresos menores, mucho más proclives los pobres a este tipo de desapariciones) se presenta tan lejana como la fecha de su composición. Así, todo lo que se hable en las reuniones y seminarios de los días siguientes no será entendido como el armazón, o la versión abstracta, de lo que sería en la colección propia, sino como un todo en sí mismo que no necesita materializarse en nada para adquirir sentido pleno.
Lo convenzan o no los protagonistas de las jornadas en sus presupuestos, exposiciones y proyectos comunes de futuro, la cuestión es si el convencimiento persistirá cuando tenga sobre su mesa de trabajo el último post-incunable adquirido por la BNE, la edición de 1502 de Bocados de oro, o cuando abra la siguiente caja de legislación del XVII, una de las muchas pendientes de catalogar. O cuando un amable investigador solicite en la Sala Cervantes un manuscrito de esos tan mal inventariados que siempre dan problemas al bibliotecario, de consulta inexcusable para su última investigación. O cuando baje al abigarrado depósito de Reserva Impresa a hacer unos cotejos rápidos. O, el súmmum de la cotidianidad y del retorno del (y al) contexto, espere que salga su café de la máquina expendedora de la segunda planta.
Pero esto sólo son reflexiones. Personales.
La prosa ágil, fácil y llana de Adelaida, te acerca a un mundo desconocido para el profano y hace brotar la necesidad de conocer algo más del inmenso tesoro que tenemos en la BNE. Gracias por ello.