Estimada Biblioteca Nacional de España: te escribo porque de un tiempo a esta parte he notado que nuestra relación se ha enfriado, que tú te has distanciado de mí. Que ya no quieres saber qué me sucede hoy y olvidas lo que me sucedió en otro tiempo. Tal vez para quienes nos leen ese tiempo parece lejano, ambiguo y desconocido, pero para ti y para mí están aún muy cerca. Recuerdo el día en que te vi nacer. Cómo de una pequeña semilla surgió un universo entero. Te he idolatrado en silencio y a viva voz. He recorrido tus pasillos una y otra vez. Te he visto crecer y cambiar. Me he codeado con aquellos señores y señoras que un día llevaban uniforme y que al siguiente consideraron que ese uniforme era una pieza de museo. Juntas hemos recorrido el saber, el tiempo y la experiencia. Poco a poco tejimos una nube con olor a libro, a veces nuevo, otras veces viejo. Pero un día algo pasó y te olvidaste de mí. Hace ochenta años y un años escuchamos alarmas que anunciaban bombas. Vimos a los bibliotecarios y bibliotecarias corriendo de un lado para otro, metiendo en cajas todo aquello que nosotras habíamos construido. Vendaron tus ojos. La gente venía a pedirte cobijo. Otros muchos se empeñaban en cobijarte a ti. ¿Lo recuerdas? Sé que te acuerdas aunque te hayas esforzado en arrancar todas y cada una de las hojas de aquellos años de cada una de las ramas de tu ser. He vuelto a pasear por tus pasillos y sé que lo ocultas. Te he mirado a los ojos y conozco lo que escondes, lo que no quieres decir, lo que no quieres que otros sepan. Has vivido 305 años, pero en tu carnet de identidad –ese que exhibes en tus paredes– solo has vivido 266. ¿Qué pasó con ese tiempo? ¿Por qué te empeñas en negarlo? ¿Es miedo? ¿Es dolor? Sé que no lo has olvidado, que sigues recordando cómo el ruido de las bombas pronto cambió por el de las descargas de fusiles. Cómo los gritos inundaron nuestros oídos. Cómo el dolor se instaló en nuestro ser. Cómo después vino el silencio. Y tras el silencio… la nada. Fueron muchos a los que lloramos, a los que perdimos, de los que nunca más supimos, a los que echamos de menos, a los que deseábamos ver. ¿Lo recuerdas? Entonces todo cambió. Pasó el tiempo, pero yo no pude olvidar. Tú te cansaste de mis lloros, mis enfados, mis reivindicaciones nocturnas mientras esperaba con la luz encendida a que todos durmiesen en sus camas, a que apagasen el último cigarro de la reunión. Un día mientras recogía sus mesas, sus panfletos y me emborrachaba con el alcohol de sus lágrimas, llegaron otros que te sedujeron más. La belleza, la juventud, la fuerza, todo ello te pareció mejor que una vieja y desgastada Historia. Dejaste de invitarme a traspasar el umbral de tu puerta. Cerraste los ojos y despertaste con una mirada nueva. Quisiste olvidarte de mí y durante un tiempo lo conseguiste. Dejé de acudir a ti. Dejé de exigirte que cumplieses con nuestra misión: preservarme a mí para las generaciones venideras. Debo reconocer que de vez en cuando entraba mientras no mirabas y descubría cosas nuevas. Recuerdo la impresión que me causó ver cómo ya no sólo había libros en aquel lugar que solo tú y yo conocíamos. Muchos de los que vi ni siquiera los conocía. Otros que recordaba perfectamente, ya no estaban. Había más música que nunca. Dibujos, fotografías… ¡hasta cromos y tebeos! Años más tarde regresé y mi sorpresa fue mayor al descubrir cómo la voz de la gente se capturaba. Cómo las fotografías se movían y salían personas de verdad de un cacharro tan fino como un papel. Qué bien me lo pasé jugando con aquello. Sé que tú hiciste lo mismo. Hoy te escribo amiga Biblioteca, para exigirte que cumplas con tu deber. Naciste para preservarme, para darme vida. No para ocultarme. No para negarme. Hace ochenta y un años que la gente en España comenzó a morir por la libertad. Algunos se fueron a tierras lejanas. A otros les encerraron tras unos muros más gruesos que los tuyos. Hace cuarenta que otros decidieron por nosotras olvidarse de ellos. No te olvides. Sé que no lo haces, pero debes recordar con fuerza. Recuérdame. Recuerda lo que me pasó. Lo que vivimos. Lo que vimos y lo que sentimos. Tú y yo nacimos para ser una. Sé conmigo para que yo pueda ser a través de ti. Tu compañera Historia
Estimada Biblioteca Nacional de España: te escribo porque de un tiempo a esta parte he notado que nuestra relación se ha enfriado, que tú te has distanciado de mí. Que ya no quieres saber qué me sucede hoy y olvidas lo que me sucedió en otro tiempo. Tal vez para quienes nos leen ese tiempo parece lejano, ambiguo y desconocido, pero para ti y para mí están aún muy cerca. Recuerdo el día en que te vi nacer. Cómo de una pequeña semilla surgió un universo entero. Te he idolatrado en silencio y a viva voz. He recorrido tus pasillos una y otra vez. Te he visto crecer y cambiar. Me he codeado con aquellos señores y señoras que un día llevaban uniforme y que al siguiente consideraron que ese uniforme era una pieza de museo. Juntas hemos recorrido el saber, el tiempo y la experiencia. Poco a poco tejimos una nube con olor a libro, a veces nuevo, otras veces viejo. Pero un día algo pasó y te olvidaste de mí. Hace ochenta años y un años escuchamos alarmas que anunciaban bombas. Vimos a los bibliotecarios y bibliotecarias corriendo de un lado para otro, metiendo en cajas todo aquello que nosotras habíamos construido. Vendaron tus ojos. La gente venía a pedirte cobijo. Otros muchos se empeñaban en cobijarte a ti. ¿Lo recuerdas? Sé que te acuerdas aunque te hayas esforzado en arrancar todas y cada una de las hojas de aquellos años de cada una de las ramas de tu ser. He vuelto a pasear por tus pasillos y sé que lo ocultas. Te he mirado a los ojos y conozco lo que escondes, lo que no quieres decir, lo que no quieres que otros sepan. Has vivido 305 años, pero en tu carnet de identidad –ese que exhibes en tus paredes– solo has vivido 266. ¿Qué pasó con ese tiempo? ¿Por qué te empeñas en negarlo? ¿Es miedo? ¿Es dolor? Sé que no lo has olvidado, que sigues recordando cómo el ruido de las bombas pronto cambió por el de las descargas de fusiles. Cómo los gritos inundaron nuestros oídos. Cómo el dolor se instaló en nuestro ser. Cómo después vino el silencio. Y tras el silencio… la nada. Fueron muchos a los que lloramos, a los que perdimos, de los que nunca más supimos, a los que echamos de menos, a los que deseábamos ver. ¿Lo recuerdas? Entonces todo cambió. Pasó el tiempo, pero yo no pude olvidar. Tú te cansaste de mis lloros, mis enfados, mis reivindicaciones nocturnas mientras esperaba con la luz encendida a que todos durmiesen en sus camas, a que apagasen el último cigarro de la reunión. Un día mientras recogía sus mesas, sus panfletos y me emborrachaba con el alcohol de sus lágrimas, llegaron otros que te sedujeron más. La belleza, la juventud, la fuerza, todo ello te pareció mejor que una vieja y desgastada Historia. Dejaste de invitarme a traspasar el umbral de tu puerta. Cerraste los ojos y despertaste con una mirada nueva. Quisiste olvidarte de mí y durante un tiempo lo conseguiste. Dejé de acudir a ti. Dejé de exigirte que cumplieses con nuestra misión: preservarme a mí para las generaciones venideras. Debo reconocer que de vez en cuando entraba mientras no mirabas y descubría cosas nuevas. Recuerdo la impresión que me causó ver cómo ya no sólo había libros en aquel lugar que solo tú y yo conocíamos. Muchos de los que vi ni siquiera los conocía. Otros que recordaba perfectamente, ya no estaban. Había más música que nunca. Dibujos, fotografías… ¡hasta cromos y tebeos! Años más tarde regresé y mi sorpresa fue mayor al descubrir cómo la voz de la gente se capturaba. Cómo las fotografías se movían y salían personas de verdad de un cacharro tan fino como un papel. Qué bien me lo pasé jugando con aquello. Sé que tú hiciste lo mismo. Hoy te escribo amiga Biblioteca, para exigirte que cumplas con tu deber. Naciste para preservarme, para darme vida. No para ocultarme. No para negarme. Hace ochenta y un años que la gente en España comenzó a morir por la libertad. Algunos se fueron a tierras lejanas. A otros les encerraron tras unos muros más gruesos que los tuyos. Hace cuarenta que otros decidieron por nosotras olvidarse de ellos. No te olvides. Sé que no lo haces, pero debes recordar con fuerza. Recuérdame. Recuerda lo que me pasó. Lo que vivimos. Lo que vimos y lo que sentimos. Tú y yo nacimos para ser una. Sé conmigo para que yo pueda ser a través de ti. Tu compañera Historia