Cartas de Lope de Vega al IV Duque de Sessa
La Biblioteca Nacional de España ha adquirido un epistolario compuesto por 117 cartas manuscritas dirigidas por Lope de Vega al IV Duque de Sessa, fechadas a principios del siglo XVII, de las cuales 96 están escritas por el puño y letra del poeta y dramaturgo. Ya está disponible para su consulta en la Biblioteca Digital Hispánica.
Historia documental de las cartas
El manuscrito adquirido forma parte de un grupo mucho mayor constituido por cinco tomos. Éste es el tomo primero, que contiene en su práctica totalidad parte de la correspondencia privada y personal que Lope remitía a su mecenas, don Luis Fernández de Córdoba, el IV Duque de Sessa.
Muestra del epistolario adquirido por la Biblioteca Nacional
El origen del epistolario nos obliga a remontarnos al verano de 1605. Ese año coincidieron en Madrid Lope y el Duque, congeniaron desde el primer momento y no tardaron en establecer una relación por la que el escritor se convirtió en secretario de amores del Duque. La obligación del poeta era escribir los versos y cartas de amor que después el Duque de Sessa enviaba como propias a sus amantes. Así prestaba Lope su voz de enamorado. Sin embargo, la relación entre ambos llegó a ser tan estrecha que, con el devenir de los años, el poeta se convirtió no sólo en su confidente y consejero sentimental, sino también en su secretario en cuestiones de Estado, despachando, siempre secretamente, parte de la correspondencia propia de la casa Ducal. Para desempeñar su labor, Lope recibía en su casa, de manos de algún criado del Duque, las cartas que debía contestar con indicaciones precisas, si fuera necesario, y Lope devolvía con ellos mismos el borrador de una respuesta.
En 1611, el Duque empezó a coleccionar obras manuscritas de Lope y de otros ingenios, una feliz manía que le llevó a conservar en su archivo el mayor número de autógrafos de Lope que pudo reunir. Su afán no se limitaba exclusivamente a obras literarias, sino a cualquier texto que saliera de la pluma del poeta, por ello fue conservando también de manera sistemática parte de las cartas que Lope le enviaba.
Hacia 1618 el Duque encuadernó en un solo volumen las más de doscientas cartas que había reunido hasta entonces, y continuó almacenando las que Lope le seguía remitiendo. Tras fallecer el poeta, en 1635, o quizá poco antes de su muerte, el Duque ordenó encuadernar el resto de cartas que poseía. Pero como el primer tomo que había encuadernado en 1618 era muy voluminoso, decidió dividirlo en dos, y sumar a esos dos otros tres volúmenes más, dos con cartas familiares de Lope dirigidas a él y otras personalidades y un último tomo, el quinto, que contenía los borradores de cartas que Lope redactaba para el Duque. Las encuadernó sin seguir una ordenación cronológica. El códice que ha adquirido la Biblioteca Nacional ha perdido su encuadernación original y el cuadernillo con 19 cartas apógrafas que colocaron al final del tomo, después de estar éste encuadernado, ha sido trasladado entre las cartas 86 y 87.
Aquellos cinco tomos que mandó encuadernar Sessa se conservaron en su archivo hasta que en 1750, al terminar su línea sucesoria masculina, muriendo el noveno Duque, la riquísima biblioteca de éste pasó a formar parte de la del Conde de Altamira, su yerno. El futuro de aquellos fondos y colecciones no sería nada bueno, porque no tardaría mucho en iniciarse el expolio del archivo, produciéndose una dispersión que es uno de los episodios más lamentables de la historia de la conservación de nuestro patrimonio bibliográfico.
En 1863, se dio a conocer en los círculos literarios, la noticia de que en el archivo permanecían aún los tres primeros tomos de cartas. El entonces director de la Biblioteca Nacional, Juan Eugenio Hartzenbush, logró la autorización para que se hicieran copia de ellos, conservándose la copia entre los fondos de esta biblioteca. Aquella fue la última vez que se supo de esos manuscritos autógrafos, ya que tras haber sacado copia de ellos, en 1864, se perdió la pista de su paradero y sólo se logró recuperar el segundo tomo.
De los cinco manuscritos originales que existieron, hasta el presente conservábamos solo tres, el segundo, que se encuentra en la Fundación Lazaro Galdiano, el cuarto en la Real Academia Española y el quinto en el Museo británico. La Biblioteca Nacional incorpora ahora el primero, y queda en paradero desconocido el tercero, que seguramente continuará en manos de los descendientes del Conde de Altamira.
Características del volumen de la Biblioteca Nacional
Teniendo en cuenta que este tomo primero era también la primera parte de aquel tomo primitivo que encuadernó Sessa en 1618, es lógico que comparta ciertos rasgos con el tomo segundo, su otra mitad. La misma mano que numeró las cartas en el margen izquierdo de los textos en este códice, es la que aparece numerando correlativamente las cartas en el segundo tomo. Este es uno de los muchos rasgos que nos permiten sostener la indudable autenticidad del manuscrito, junto a otras características que comparte con el resto de tomos que configuran el epistolario completo. Así, por ejemplo, es común que aparezca en ellos el signo monográfico de la cruz que Lope ponía en la cabecera de las cartas, o el signo de cierre con el que finalizaba los textos (siempre el mismo, presente también en otros manuscritos autógrafos, como el códice Daza o el Durán-Massaveu), aparece en este tomo, como en los restantes, la intervención del Duque de Sessa que hace pequeñas anotaciones al margen de algunas cartas y el manuscrito presenta también las mismas advertencias y llamadas de atención al texto, a veces simples asteriscos, que figuran en los tomos II, IV y V.
Portada del epistolario de Lope y el duque
Otro rasgo característico más que pone de manifiesto la autenticidad del códice es que la letra de la persona que lo titula, en letra del siglo XVII y bajo el título «Carttas y villetes de Belardo a Luçilo sobre diuerssas materias. Tomo 1º», corresponde a la misma persona que tituló los otros códices y que elaboró el índice final del tomo IV. El resultado es que la portada de los tomos autógrafos que conservamos es idéntica, salvo el número de orden.
Todas las epístolas de este códice están dirigidas a Sessa, excepto dos, las cartas 32 y 34, cuyos destinatarios se desconocen. Y abarcan un periodo que va desde 1604 a 1614, aunque simplemente veinte de esas cartas están fechadas por el propio Lope.
Disponer del manuscrito original permitirá a los investigadores ser más precisos a la hora de fijar la datación del resto de cartas, resolverá algunas dudas que teníamos hasta el presente y muy probablemente abrirá nuevos interrogantes.
El contenido de este primer tomo era conocido hasta ahora únicamente a través de copias. Por primera vez desde que fueron escritas estas cartas, 400 años después, salen a la luz pública.
Disponer del texto original, evita que tengamos que lidiar con apógrafos llenos de errores de copia, que tantas veces dificultan la interpretación de ciertos pasajes. Así, por ejemplo, en la tercera carta del manuscrito, donde los copistas habían puesto: “doña María de Padilla y la putina del rey [1] don Pedro”, el original se lee realmente: “doña María de Padilla y la pretina del rey don Pedro”. Frente a casos como este, los menos significativos, porque un editor podría llegar a enmendarlos, hay otros en los que simplemente el autógrafo puede hacer valer su autoridad, como cuando nos enfrentamos a copias en las que se ha omitido parte del texto y cuya restitución solo puede lograrse disponiendo del original.
Lope a través de sus cartas
Retrato de Lope de Vega
Lope comenta en una de sus cartas que en ellas vuelca, dice textualmente: “la verdad del interior de mi corazón”. Disponer del privilegio de asomarnos, siquiera por un momento, al interior del corazón de Lope, es una de las grandes dichas que depara al lector que quiera asomarse a las páginas de este tomo y al conjunto del epistolario. Lógicamente, aunque toda correspondencia personal está condicionada por la relación que el emisor mantiene con su destinatario, hay poca clase de textos en los que el dramaturgo pueda ofrecernos una imagen más sincera de sí mismo que en sus cartas personales. Si en su obra literaria se ve obligado a ajustarse a la moralidad imperante y a las convenciones socialmente aceptadas, en la intimidad de sus cartas goza de libertad para exponer sus propias ideas, sus valores, sus opiniones, que no son otras que las de un hombre de su tiempo, con una clara percepción de la realidad del momento histórico que le tocó vivir.
Al leer el epistolario podemos ahondar de mano del propio Lope en su psicología, y ser testigos de la intimidad de su hogar, de sus familiares, de sus relaciones, de sus valores como padre, como esposo, como sacerdote, como poeta, como amante, como amigo o como hombre. Sabremos de sus enfermedades, sus costumbres, sus vicios, sus caprichos, su coquetería, sus virtudes, su celopatía, sus escarceos juveniles o sus altibajos anímicos.
Su genialidad creadora, dotó al conjunto del epistolario de un valor estético y literario. Él mismo referirá al Duque que su correspondencia es un Arte amandi, dice, así, Lope, convertido en otro Ovidio, ya que trasmite en sus cartas toda clase de consejos de amor y de seducción, aderezados con alusiones eróticas y testimonios jocosos y obscenos, que tanto debían gustarle al Duque.
Las cartas son de enorme valor también como documento histórico, son una fuente primaria de noticias sobre acontecimientos de los que el mismo poeta fue testigo. En las páginas de este manuscrito, asistiremos a las reacciones que sucedieron a la muerte de la reina Margarita o al asesinato de Enrique IV de Francia, a la agresión que padeció Sessa de manos del Duque de Maqueda en 1609, al intento de asesinar a Lope en 1611 o a su ordenación como sacerdote en 1614, a los viajes Reales, a la muerte de la Duquesa de Uceda, o las enfermedades del Duque de Lerma y el confesor real, entre muchas otras cosas, limitándonos a las que figuran en este tomo.
Desde el punto de vista literario, en las páginas del manuscrito se alude a algunas de sus grandes obras, como la Jerusalén Conquistada, las Rimas, los Soliloquios, los Romances, o los Pastores de Belén; se hace referencia a su difusión impresa o manuscrita, al devenir de las academias literarias, como la célebre academia de “el Parnaso”, a las disputas entre literatos y a las polémicas que subyacen o a las que se alude explícitamente. Y de la larga lista de literatos que se mencionan (Gaspar de Ávila, Paravicino, Armendáriz, Gaspar de Barrionuevo, Bermúdez de Carbajal –camarero del Duque- Pedro Soto de Rojas o Luis Vélez de Guevara), ninguno hay entre los que aparecen tan celebrado hoy en día como Cervantes. Son dos las cartas en la que Lope alude a él en todo el epistolario, las dos se encuentran en este manuscrito y son las cartas más conocidas de todo el conjunto.
La primera (32) es de 1604, desconocemos su destinatario y la conservamos en una copia muy estragada que logró recuperar Sessa. En ella dice aquello:
De poetas no digo: buen siglo es éste. Muchos están en cierne para el año que viene, [2] pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a Don Quijote. [3]
Apenas esas dos frases han dado lugar a verdaderos ríos de tinta, no es el momento de extenderme en ello. Valga resaltar que ponen de manifiesto que para entonces las desavenencias entre Lope y Cervantes eran claramente palpables, por más que en la letra impresa aún se dedicasen algún que otro elogio.
Sin embargo, la relación debió continuar siendo cordial cuando coincidían, como muestra la siguiente carta en que Lope menciona a Cervantes. Es de marzo de 1612, Lope le comenta al Duque (57):
Las academias están furiosas: en la pasada se tiraron los bonetes dos licenciados. Yo leí unos versos con unos antojos de Cervantes que parecían güevos estrellados mal hechos.
La mención, por breve que sea, permitió a los biógrafos de Cervantes confirmar sus problemas de visión.
Más allá de estas noticias en torno a los círculos literarios, como no podría ser de otra forma, en un autor dramático de producción tan ingente, el manuscrito de sus cartas ofrece un rico caudal de datos que representan al vivo lo que debió ser el mundo teatral de su tiempo. Aparecen grandes actores y autores de comedias (Alonso de Riquelme, Sánchez de Vargas, Jusepa Vaca, Jerónima de Burgos, y un largo etc.) y todo tipo de noticias que van, desde las dificultades para obtener licencia de representación o de recobrar el manuscrito original de una comedia, hasta la conducta del vulgo en los teatros o de los actores en los ensayos de una comedia palatina, pasando por las consecuencias del cierre de los corrales tras la muerte de la reina Margarita de Austria. Incluso el proceso de edición de sus comedias figura entre los muchos temas que salen a colación en las cartas.
En suma, el epistolario, además de ser una ventana abierta a las primeras décadas del siglo XVII, a través de los ojos de uno de los principales exponentes de la literatura española, es también un instrumento de trabajo para los lopistas en particular, y para todos los especialistas en el Siglo de Oro en general, por su valor no solo como documento biográfico sino también histórico.
En la historia de estas cartas, la Biblioteca Nacional marcó un hito importantísimo, cuando en 1863 su director logró que se sacase copia de los tres primeros tomos originales. Ese apógrafo, a falta de que salga a la luz pública el tercer y último tomo original que nos falta, sigue siendo el único testimonio válido que tenemos de las cartas que figuran en él. Pero hoy la Biblioteca Nacional marca un hito más, un nuevo episodio, al sumar esta vez a sus fondos uno de aquellos preciosos tomos manuscritos. Compartirá espacio con viejos conocidos como el códice Daza, tantos años después de que sus caminos les llevasen por rumbos separados, y a buen seguro que hará las delicias de muchos curiosos, lectores o especialistas que se acerquen a él.
Carlos Peña
Universitat Autònoma de Barcelona Miembro de Prolope (Perfil)
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Anexo
Transcripción (muestra)
Notas
[1] la pretina del rey Mar Sli Gra : la putina del rey MaMc Ame Ros [2] Coincidiendo con Marín [1973:19], consideramos posible que Lope estuviese pensando en la Flor de Poetas ilustres de España (1605), de Pedro de Espinosa, una antología en la que Lope quedaba poco representado, mientras que Góngora y otros poetas de la nueva generación copan la colección claramente cultista. [3] La fecha de la licencia de impresión de la primera parte del Quijote es del 20 de diciembre de 1604, pero en el verano de ese mismo año ya debía conocerse sobradamente la obra entre los círculos literarios. Cuando Lope escribe estas líneas su amistad con Cervantes ya había terminado y parece referirse a que no había poetas tan necios como para escribir poesías laudatorias para los preliminares de la novela cervantina. Nótese que el receptor de la carta también conocía el Quijote, y que Lope no tenía la menor duda de ello, de otro modo el destinatario no habría podido entender a qué aludía el dramaturgo.