Conchita Supervía, la diva española olvidada (Parte I)
Hoy 21 de junio se celebra el Día Europeo de la Música, por ello queremos recordar a una de nuestras más importantes mezzosopranos.
El 31 de marzo de 1936 se apagaba en Londres una de las voces más internacionales y más ignoradas de la escena musical española. Fallecía a los 40 años, Conchita Supervía. Ni ella, ni el bebé que esperaba, una niña, sobrevivieron al parto.
Dos son las causas principales de este desconocimiento por parte del gran público: su fallecimiento tan solo unos meses antes de la Guerra Civil y el desarrollo de su carrera profesional principalmente fuera de España.
El mundo de la ópera le debe el haber recuperado para su tesitura original, mezzosoprano, la voz que Rossini escribiera para la llamada “triada rossiniana”: Isabella en L’Italiana in Algheri, Angelina en La Cenerentola y Rossina en Il Barbieri di Siviglia. En esta época, era interpretada por sopranos ligeras.
Los amantes de la música española le adeudan el haber puesto voz y cuerpo a la canción culta española en Europa y en los Estados Unidos en los años 20 y 30 del pasado siglo.
Dos deudas contraídas por el mundo de la música que, con toda seguridad, se hubiese cobrado la cantante hoy día. Y es que si de algo no se le podía acusar a esta prima donna era de ser una persona pusilánime.
La Biblioteca Nacional de España (BNE) le rinde su particular homenaje, y espera pagar parte de esa obligación moral al poner su archivo personal a disposición de investigadores y musicólogos.
De Conchita a Lady Rubenstein
Nuestra protagonista poseía un talento y una belleza extraordinaria. Sus amigos y compañeros de trabajo la definieron con un sinfín de adjetivos y cualidades (tomen aire, por favor): magnética, brillante, hermosa, de buen carácter, generosa, simpática, de una vitalidad inagotable, encantadoramente implacable, coqueta, amiga de sus amigos, diplomática, madre preocupada, hija responsable, y una excelente profesional.
Pese a todo, ese brillo que rodeó su vida estaba cimentado sobre una realidad, en algunas ocasiones, de color mate: sus orígenes ilegítimos, sus relaciones amorosas, su condición de madre soltera, el carácter poco “decente” de su actividad profesional, la necesidad de una independencia económica, su fortaleza personal, su gran talento vocal, su capacidad de trabajo y, por supuesto, su miedo a la pobreza.
Con todos estos ingredientes, la vida de Conchita Supervía podría ser el argumento de un biopic.
Su historia arranca en Barcelona en 1895, aunque existen sospechas que su coquetería le llevó a rejuvenecerse un lustro (algo que puede poner en entredicho su precocidad profesional), y está salpicada de encuentros personales y profesionales con personajes tan sorprendentes y dispares como el Rey Alfonso XIII, con quien la prensa cubana relacionará sentimentalmente, Miguel Primo de Rivera, el embajador republicano en Londres Ramón Pérez de Ayala, Richard Strauss, Harriet Cohen, poetas como un jovencísimo Rafael Alberti, y hasta un caballero inglés.
Esta entusiasta embajadora musical de la “Marca España” tendrá la fortuna de ser contemporánea de los músicos de la Edad de Plata y de sus maestros: Manuel de Falla, Joaquín Nin, Joaquín Turina, Isaac Albéniz, Oscar Esplá, Federico Longás, Eduard Toldrá, los hermanos Halffter, Julián Bautista, Gustavo Pittaluga o Rafael Rodríguez Albert, etc., y de poner voz a sus obras.
Mientras Europa es asolada por la Gran Guerra y padece el posterior período de entreguerras, y España transita desde una monarquía venida a menos hasta el inicio de una guerra civil, Supervía recorre los escenarios más importantes del continente y de América: Roma, Florencia, Venecia, Génova, Milán, París, Bruselas, Londres, Chicago, Nueva York, Florida, La Habana o Buenos Aires, entre otros.
Giorgio: el impulso de una carrera
Como si intuyera la brevedad de su vida, la niña Conchita, que ha estudiado canto en el Conservatorio Superior de Música del Liceo de Barcelona, tiene prisa por debutar y lo hace en el Teatro Colón de Buenos Aires en 1910. Un año después, lo hará en el Teatro Costanzi de Roma en el papel de Octavian en El caballero de la Rosa de Richard Strauss. Esta actuación la convierte en la cantante profesional más joven en interpretar este papel.
Supervía caracterizada para una actuación
Antoni Esplugas, 1914
M.SUPERVÍA/4/64/1
Durante esta primera década como profesional, alterna su estancia entre España e Italia y viaja a La Habana con la compañía de María Barrientos. En 1916, se unirá al elenco de la Chicago Civic Opera en Estados Unidos, país al que no volverá hasta la temporada 1931-1932.
En estos años incorpora nuevos roles a su repertorio operístico y comienza a hacerse un nombre en los escenarios italianos, pero la historia vuelve a repetirse: Conchita debuta en el papel de madre con 23 años al dar a luz a su hijo Giorgio, fruto de su relación con el abogado napolitano Francesco Santamaria. Es madre soltera, al igual que lo fue su madre, y sin contar ya con el apoyo económico de su padre, Antonio Supervía, la mezzo se convierte en la cabeza de familia. Se hace cargo de su madre, de su hermano Augusto y de su hijo recién nacido.
Nuestra protagonista, que es conocedora de los sinsabores que la ilegitimidad puede acarrear socialmente, comienza la búsqueda de su estabilidad económica y del reconocimiento legal de su vástago. Este hecho será el empujón final que la conducirá años más tarde (1931) a contraer matrimonio con el único hombre que le asegura dicha inscripción en el registro civil, el empresario inglés sir Ben Rubenstein, aunque para ello tendrá que fijar su residencia en Londres y convertirse al judaísmo. Sin duda, los ramos de orquídeas diarios que llegaban vía aérea hasta Barcelona allanaron el camino del “sí”.
Hasta convertirse en Lady Rubenstein, Supervía aún deberá subirse a muchos trenes, recorrer muchos kilómetros, entonar muchas canciones por toda Europa y construirse una imagen de diva que aumente su caché, puesto que tiene muy presente que la inmortalidad que proporciona la fama no da de comer.
Un plan para llegar a lo más alto
A partir de los años 20 y hasta su triste final, su plan de carrera recuerda al de las actuales estrellas del rock: repertorio, imagen, relaciones públicas y, por supuesto, divismo.
La artista se maneja con soltura en el género de la ópera, la zarzuela y la canción culta, aunque es en los conciertos donde más libre se encontrará. Su repertorio se llena de canciones españolas contemporáneas en las que puede brillar tanto por sus cualidades vocales como por el dominio del idioma y de los ritmos. Continúa haciendo suyos papeles de las más importantes óperas de Mozart, Donizetti, Humperdinck, Berlioz, Puccini, Gounod y Saint-Saëns, entre otros. Son famosas sus intervenciones en Carmen de Bizet, L'Heure espagnole de Ravel o Fata Malerva de Vittorio Gui, amén de la triada de Rossinni.
Su necesidad de trabajar hace que no exista escenario grande o pequeño: desde la Scala de Milán, La Fenice de Venecia, el Teatro de la Zarzuela, la Sala Gaveau y el Théâtre National de l'Opéra-Comique de París, el Royal Albert Hall y el Wigmore Hall de Londres, el Town Hall de Nueva York, el McMillin Theater de la Universidad de Columbia hasta el Teatro Romea de Murcia, por citar algunos.
Supervía es una persona sensible al tema de la mujer trabajadora, de los niños, quizás por su experiencia como madre soltera, y a las privaciones que padecen los intérpretes en su vejez. Estas inquietudes sociales promueven su participación en múltiples actos benéficos a favor de estos colectivos tanto en España como en Inglaterra.
Desde 1927 desarrolla una carrera discográfica con la Columbia Graphophone Company. Con los sellos de esta compañía graba más de 200 discos en sus estudios de Milán, Londres, Madrid y Barcelona. En los estudios Odeón de la Ciudad Condal, acompañará de la mano a una Alicia de Larrocha de nueve años para grabar su primera interpretación (1932).
Brilló dentro y fuera de los escenarios
Cuando el famoso chelista Gregor Piatigorsky conoce a la cantante, confiesa que “estaba deslumbrado. Todo en ella brillaba”. En sus memorias, su acompañante al piano, Ivor Newton1, recuerda estas palabras del intérprete ucraniano y como era habitual que al caminar hiciera volver la cabeza a caballeros, maleteros de tren, periodistas, políticos o artistas que no podían resistirse a su arrolladora personalidad. Es consciente de su magnetismo fuera de las tablas y trabaja intensamente para transmitirlo dentro de ellas.
A principio de los años 30, coincide en París el artista canario Néstor Martín-Fernández de la Torre “Néstor” y con su pareja, el músico Gustavo Durán. Néstor le diseña un vestuario de inspiración española que utilizará con frecuencia en sus conciertos europeos y con el que cautivará a una conservadora audiencia.
Bata de cola diseñada por Néstor
Wálery, 1931
M.SUPERVÍA/4/273/1
Aprovecha estos diseños para elaborar su material promocional y sus programas de mano. Por esta época, Gustavo Durán le compondrá varias canciones que estrenará en la capital francesa y cuyas partituras manuscritas se conservan en la BNE.
En palabras de Joaquín Turina, Supervía2 fue una "hábil diplomática, [que] supo captarse las simpatías del público y de los amigos. Creó la hermandad de la tortuga, como símbolo de lentitud."
Esta “Orden de la Tortuga” le permite obsequiar una pequeña tortuga de oro o de plata, imitando al amuleto que siempre lucía en sus actuaciones, a ilustres personajes como críticos musicales, compositores, intérpretes y políticos de toda ideología.
Conchita intuye la necesidad de dejarse ver fuera de los escenarios. Su presencia es constante en las recepciones ofrecidas por las embajadas españolas de las capitales europeas donde trabaja; participa en actos, veladas culturales y empresariales en Londres, París, Miami, Nueva York, Madrid; y organiza comidas campestres en su casa de Sussex con artistas y políticos españoles afincados en Inglaterra en los años 30. Es a partir de su matrimonio cuando abre, literalmente, las puertas de su casa a los reporteros. Hasta entonces, los datos de su vida íntima ofrecidos por la prensa se repetían una y otra vez desde su debut en 1910.
Demuestra tener un acusado instinto de supervivencia que le será imprescindible dentro del mundo de la música. Un territorio sujeto al vaivén de la crítica, la política, la economía y los “señores”.
Del Covent Garden al Liberal Jewish Cementery
Los años 30 son los años del reconocimiento profesional y de la estabilidad familiar gracias al apoyo personal y económico que recibe de su esposo. Una seguridad que se traduce en la consolidación de su presencia en los escenarios continentales y anglosajones, pero nada es para siempre. Su inesperada muerte viene a romper su bien merecida racha de buena suerte.
Su carrera a nivel internacional cuenta con la guía experta de la agencia Harold Holt para algunos mercados musicales, pero no puede resistirse a “buscarse la vida” y conseguir un premio mayor. Tiene la valentía de invitar a los gerentes del Covent Garden, Geoffrey y Francis Toye, a pasar un fin de semana en París a gastos pagados, con noche en el Ritz incluida, para asistir a su representación de La Cenerentola de Rossini. Esta audacia consigue asegurar su presencia en el teatro londinense con seis representaciones de Carmen y otras seis de La Cenerentola en la siguiente temporada.
Ser una diva no es tarea fácil y qué mejor que tener algún que otro desencuentro con un director. Conchita provoca ese encontronazo y, además, lo hace a lo grande. Impone su criterio al temido director musical del Covent Garden, Sir Thomas Beecham, en la puesta en escena de La Cenerentola. Utiliza el recurso de la espantá y consigue no solo hacer ceder a Beecham sino actuar en la película Eversong (1934) de Victor Saville, metiéndose en el bolsillo al público y a la prensa.
Traje goyesco diseñado por Néstor
Wálery, 1931
M.SUPERVÍA/4/226
En una velada benéfica en el Royal Albert Hall, desafía al mismo Jorge V cuando alarga su actuación, bis incluido, acaparando parte el tiempo destinado a la actuación de Richard Tauber, el favorito del monarca y el motivo de su presencia en el teatro.
En 1935 comienza su nuevo proyecto: ampliar la familia. Ilusionada con su futura maternidad, aprovecha este receso para proyectar su vuelta a los escenarios con nuevas propuestas musicales. Su retorno se ve truncado en una clínica de Londres.
Le sobrevive su hijo adolescente y su madre, quien como un personaje de vodevil trata de organizar un entierro católico, con crucifijo y velas incluidas, que es abortado por la familia Rubenstein. Conchita Supervía es sepultada junto a su hija dentro de la tradición judía en el Liberal Jewish Cementery de Willesden (Londres). Su hijo, Giorgio, le dedica unas palabras a modo de panegírico que condensan su personalidad y su estilo de vida “No hubiese soportado envejecer. Debemos dar gracias por eso. Odiaría perder su apariencia y su voz. No podría haber soportado la vida en la oscuridad”.
Pueden consultar el Archivo Personal de Conchita Supervía en el siguiente enlace:
Archivo Personal de Conchita Supervía
Les proponemos una lista de canciones interpretadas por la mezzosoprano que incluye también las canciones ya enlazadas.
Disfruten de su escucha y no se pierdan la segunda parte que nos revelará las pequeñas joyas de este archivo personal.
Referencias
- Newton, I. (1966). At the piano, Ivor Newton: the world of an accompanist. London: Hamish Hamilton, pp. 131-142.
- https://www.march.es [Consultado el 7-06-2021]
¡Magnífico artículo! Enhorabuena.