Obras son amores: Luis Moya, arquitecto-conservador
Que la historia de la Biblioteca Nacional, o al menos la de su edificio, se ha escrito y se escribe entre obras -"¡Quítame de allá ese andamio!"-, es un secreto a voces, baste mirar en estos días a su fachada. Tan habituados estamos a convivir con ello quienes trabajamos en el Paseo de Recoletos, 20, (Paseo de Calvo Sotelo, en los años que nos ocuparán), que hemos perdido la memoria de todas sus reformas, reparaciones, ampliaciones, mejoras, reestructuras, remodelaciones, restauraciones y trabajos de entretenimiento, hoy mantenimiento.
Treinta años de obras ¡treinta!
Ya en 1866, cuando se colocó la primera piedra de aquella “octava maravilla chica, el Escorial de ladrillo[1]” con banda de trescientos músicos, paleta de oro y marfil costeada por el arquitecto Jareño y todo lujo de solemnidades (cápsula del tiempo incluida), se dio por sentado que la cosa iría para largo. Si no eran las indecisiones y cambios de proyecto del mismo Jareño, los del ministerio comitente (Fomento), o los de la academia asesora (la de Bellas Artes de San Fernando), eran las disensiones entre el director de la Biblioteca, Cayetano Rosell, y el arquitecto, las cuales traerían consigo a otros arquitectos, cada cual con su respectivo proyecto debajo del brazo, a saber: Álvaro Rosell, José María Ortiz y Sánchez y, por último, el cántabro Ruiz de Salces con sus acólitos Daniel Zabala, Eduardo Martínez de la Torre y el ingeniero Félix Boix y Merino.
Fachada de la Biblioteca. Alberto Rivas Rodríguez. (24 de marzo de 1891). Museo Arqueológico Nacional. Archivo Fotográfico
Treinta años, ¡treinta!, pasarían aún hasta que el Museo Arqueológico y la Biblioteca posaran sus reales, o sea sus colecciones y su personal, en el Palacio de Recoletos tras una inauguración de cartón piedra y guardarropía en 1892 contrarrestada, cuatro años más tarde, por una apertura casi de extranjis y sopetón. En las páginas de La Gazeta se prodigan en esos treinta años, ¡treinta!, las aprobaciones presupuestarias, los créditos extraordinarios o permanentes y las libranzas de exorbitantes cantidades de dinero con destino al Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales: los desmontes, los cimientos, los sillares, la cerrajería, el andamiaje, las cubiertas, el mobiliario.... Y en la prensa satírica, y también en la no tan satírica, menudeaban los chascarrillos, las críticas, y las insinuaciones sobre cada detalle de la edificación: el bosque [2] de andamios (cuando estos eran de madera), -casi un Valsaín- que sombreaba la fachada, las multitudinarias huelgas de canteros, las notas luctuosas sobre obreros, y también algún arquitecto, heridos, malheridos o fenecidos en accidentes de obra[3]...
La inadecuación y las deficiencias del palacio, nada que ver con los temibles vicios ocultos, no aguardaron siquiera al final de siglo para revelarse: goteras por doquier, gélidas temperaturas en el invierno y calores insoportables en el verano, tan perniciosos unas y otros para los libros como para los sufridos bibliotecarios. Así “…el salón de lectura…inmenso recinto cuya superficie es mayor que la plaza de Celenque… y cuya altura no baja de treinta metros” carecía de calefacción y sus techumbres eran acristaladas, al igual que las del gran depósito de libros. Éste, “dédalo de hierro”, cuyo sistema modular ya habría querido para sí el fabricante sueco que promete redecorar nuestras vidas, con ser bien ignífugo, planteaba problemas de circulación, falta de espacio y seguridad; por no hablar de sus baldas: de unos 10 kg de peso y superficie rugosa, no solo no eran lo más adecuado para deslizar sobre ellas los delicados pies de tafilete o marroquín de algunos libros, sino que su manejo requería el concurso de “verdaderos gañanes”. En tan pintorescos términos se despachaba La Época en el número de 17 de septiembre de 1894. Dos años más tarde[4] otro redactor advertía del inconveniente estético que supondría caldear la Biblioteca con “chubequis” (Chouberskis®), y no con los sistemas más avanzados de que disponían el edificio del Banco de España o los del Congreso y del Senado.
Al contrario de lo que podría imaginarse, la inauguración y posterior ocupación del edificio no solo no atajaron las obras, sino que desataron una larga serie de proyectos de reforma de mayor o menor calado que se encadenaban y superponían entre sí con el fin de modernizarlo, solucionar sus problemas o adecuarlo a sus usos reales, a los sobrevenidos e incluso a los que amagaban sobrevenir.
Que a principios del siglo XX Agustín de Querol se tomara su tiempo para rematar el frontón, y hasta agasajara con un nada improvisado banquete privado sobre el andamio a sus amigos, fue lo de menos, una más de sus adorables excentricidades.
El ministro de Educación Jesús Rubio García-Mina visita las obras de la Biblioteca acompañado por el director “accidental” Ricardo Blasco Génova, el director general de Bellas Artes José Antonio García Noblejas y el arquitecto Luis Moya (12 de julio de 1957). Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (Fondo Santos Yubero). 15215/3
Luis Moya, el arquitecto conservador
Y ahora, rematado este pórtico, sírvanse tomar un casco y acompañarme, porque visitaremos las faraónicas obras de mediados del siglo XX del lado de la Biblioteca. Las mismas que vieron desaparecer el mítico depósito de libros de hierro colado, esa colosal estructura autoportante de siete pisos, un edificio dentro del edificio, exponente máximo de las bibliotecas de hierro, engullido por una moderna fábrica de acero y hormigón. "¿Dónde se habrá metido el arquitecto?", toca ahora hablar de Luis Moya Blanco (1904-1990), el joven y prometedor arquitecto que, con suplencias iniciales de su maestro, nada menos que Pedro Muguruza, tomaría el relevo de Ricardo García Guereta al frente de la conservación del edificio al ser designado como su arquitecto conservador en la primera sesión del Patronato de la Biblioteca en julio de 1930. Las circunstancias en que adviene el nombramiento no podían ser más complicadas para la institución que parecía hacer aguas y tocar fondo, recién naufragado su último director, Rodríguez Marín. Y si alguien ha creído intuir en estos términos supuestas alegorías, compruebe con sus propios ojos la escalofriante realidad descrita el 8 de marzo de 1930 en La Esfera, (pero no diga, por favor, que no le hemos avisado del desolador espectáculo).
Mucho tiempo después, Moya enjuiciaría severamente el edificio que tuvo a su cargo durante más de cuarenta años[5]: “se había terminado a toda prisa para inaugurarlo en el cuarto centenario del Descubrimiento de América... Lo realizado es una versión desafortunada en los aspectos funcionales y artísticos del magnífico proyecto de Jareño... que había conseguido una creación original más práctica y grandiosa, aunque no más grande, que lo ejecutado por su sucesor. [6]” No obstante, el arquitecto nunca escatimó esfuerzos para promover su estudio y su protección. Por una parte, le descubrimos preocupado por el destino de unos planos de Jareño y Ruiz de Salces que hubo en el despacho de la Biblioteca que compartió con un aparejador hasta julio de 1936, fecha de su desalojo y ocupación por un subalterno de nombre Baltanás: “Este trabajo no tenía sólo fines historiográficos, sino también objetivos prácticos inmediatos, pues nos permitía conocer todos los detalles del edificio; conocimiento necesario para actuar con seguridad en las obras de reforma proyectadas”.
El ministro de Educación Jesús Rubio García-Mina, visita las obras de la Biblioteca. Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (Fondo Santos Yubero). 15215/3
Por otra parte, es seguramente también Moya quien, repuesto en el cargo tras la guerra, revitalizará la llamada Junta del Edificio del Archivo, Biblioteca y Museos Nacionales[7]. Aprobada en 1942 (O.M. 23/11/1942) y modificada el 12/02/1957 y el 5/04/1968, consistía en una especie de comunidad de vecinos del palacio que, presidida por el director de la Biblioteca y con representación de las otras seis instituciones que lo condividían, amén del arquitecto conservador, arbitraría asuntos comunitarios, como las obras, la vigilancia, la policía y hasta la ornamentación. Y vuelve a ser Luis Moya quien, académico de la de Bellas Artes de San Fernando desde 1953, en la vacante de su padre, el ingeniero Luis Moya Idígoras, propondrá en la junta ordinaria de 27 de octubre de 1969 de esta corporación la compra de un proyecto del Palacio de Biblioteca y Museos hoy desconocido, el de estilo neomudéjar firmado en 1861 por Francisco Enríquez Ferrer.
Años más tarde, ya jubilado y septuagenario, no podía ser otro que don Luis quien propugnara en la sesión de 15 de noviembre de 1982 de la Academia la declaración del edificio como Bien de Interés Cultural (R.D. 2171/1983 de 29 de junio, B.O.E. 15 de agosto de 1983) [8].
A continuación, -“¡Niño, el maquinillo!”- repasaremos brevemente las actuaciones de Moya tan sólo en la parte de la Biblioteca, sin dejar de mencionar que, en su calidad de arquitecto del edificio, proyectó también reformas para otras dos de las principales instituciones que en él cohabitaban: el Museo Arqueológico y el Museo de Arte Moderno (1898-1974).
Primeros trabajos
Entre 1930 y 1936, recién nombrado arquitecto conservador, sus primeras intervenciones, aparte de la supresión de símbolos monárquicos como las coronas de las verjas o las estatuas de Isabel II y Francisco de Asís del vestíbulo principal, serán reparaciones y sustituciones de cubierta, instalaciones de electricidad y de calefacción, pararrayos, alta tensión, cambios de vidrieras, pintura... como ya anticipaba la Memoria de la BNE de 1930-32, según la cual la reparación de las cubiertas evitaría que “el agua en caída libre” mojara la estatua de Menéndez Pelayo mientras que nuevos sistemas de calefacción, con quemadores de aceite y dos depósitos, sustituirían al antiguo e insuficiente sistema de vapor a baja presión con tres calderas centrales. Además se planteaban medidas contra el fuego, como bocas de incendios y cámaras incombustibles.
Imágenes del vestíbulo en 1932. Fuente: "Ahora" 24/04/1932 / "Memoria de la BNE 1930-2".
Posguerra
Desde 1940 a 1955, los trabajos son constantes: reparación de daños de la guerra, reparación de galerías del depósito, reparación de desperfectos, entrepaños, más reparaciones de cubiertas y traslado provisional del servicio del salón general (Salón de Estudios, en la época) para instalar en él calefacción subterránea, en lugar de radiadores, y solado de terrazo, en lugar de madera, en el año 1949; obras en el jardín, verjas y alumbrado en 1950, fluorescencia en el año 1951; cambios en la electricidad en 1952 a raíz de un pequeño incendio el 17 de noviembre de 1951; construcción de entreplantas en 1955 para albergar el llamado Directorio y los Servicios de Publicaciones e Información Bibliográfica...
Biblioteca Nacional. Sala de Cervantes. Luis Moya. 1940 BNE. Dib/18/1/9764
Proyecto de consolidación, reforma y ampliación
Cosas de nada todo lo anterior, si lo comparamos con el proyecto aprobado el 13 de abril de 1956 y que se desarrollará entre 1957 y los primeros años 70. Declarada desierta en julio de 1956 su adjudicación (BOE de 30 de agosto), en septiembre de ese mismo año se publicará el anuncio de las obras urgentes de consolidación, cimentación y revisión de instalaciones “para eliminar los peligros que actualmente se ciernen sobre el edificio” (BOE de 14 de septiembre de 1956). Dichas obras durarían algo más de una década -“hay que esperar a que fragüe”- y, según el curriculum de Moya [9] , podrían resumirse en las siguientes fases que recoge también Antón Capitel:
- Proyecto de tres salas alrededor de nuevos patios en la crujía sur.
- Ampliación de depósitos de libros (tres fases) en la Memoria de la BNE, 1959.
- Decoración de salas de exposición de planta baja y sótano de la crujía norte.
- Ordenación de la entrada y circulación interior. Nuevas instalaciones y acondicionamientos.
- Depósitos, salas, depósito blindado, ampliación de salas de trabajo, nuevo acceso a la planta principal por el jardín, locales del servicio de canje internacional.
Poco conocidas, incluso por los especialistas[10], lo primero que desconcierta de ellas es que precisamente fuera Luis Moya, paladín de la tradición arquitectónica y de la continuidad con el estilo histórico, quien enmascarara el antiguo depósito de hierro para optimizar su uso. Tal vez en este caso la “sensata construcción” que siempre postuló se impuso al gusto historicista; pues es también Moya quien afirma en su momento que “el cliente es el que tiene que enseñar al arquitecto a hacer cosas.” Cedamos ahora la palabra al cliente, representado por el director Guastavino: “se duplicó la capacidad de las siete plantas reduciendo los amplios espacios antañones a las menos estéticas pero más funcionales anchuras de nuestra época. Pero considerándose insuficiente esa ampliación, se le añadieron otras cinco plantas más por debajo de las existentes, sin mover un solo libro ni interrumpir el servicio al público. [11]” Por mucho que nos resistamos a creer este último detalle, las fotos parecen demostrar que no todos los libros fueron trasladados durante la obra y consta documentalmente que mantener el servicio al público fue una de las premisas de esta reforma.
No menos importante, se efectuó en esta época el vaciado de tierras previsto en la planta subterránea que no solo conjuraría definitivamente las amenazas y problemas de la somera cimentación decimonónica, sino que ampliaría esos espacios ganando circulaciones de servicio que preveían incluso un monorraíl que recorrería las galerías[12].
Pese a que el 20 de enero de 1967 se publicaba en el B.O.E la adjudicación de “las obras de terminación de las de reforma” a favor de la firma del constructor e ingeniero Rodolfo Lama Prada (m.1987) [13], contratista de todas las fases, éstas se prolongarían hasta el año 1969 y, como ya hemos visto, aún en 1972, el director Guastavino conoce sus últimos remates. Así y todo, Valentín Berriochoa, crítico con la otra gran reforma, la de finales del siglo XX, la de Junquera y Pita (1987-2000), sentenciaba: “el plan [de Moya] de intervención para la reordenación y la ampliación de las dotaciones de la biblioteca fue solo parcialmente ejecutado con la excavación de los sótanos… y otras actuaciones dispersas, no concluidas. [14]”
La documentación sobre todas estas reformas, no tan lejanas en el tiempo, se encuentra extraordinariamente dispersa en diversas instituciones; entre los diferentes materiales, destacan los reportajes de los fotógráfos Cristóbal Portillo Robles (1898-1957) y Martín Santos Yubero (1903-1994) custodiados en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, algunas de cuyas fotos ilustran este texto. Otra buena forma de conocerlas es el reportaje del NO-Do de 30 de julio de 1962.
Y así ha llegado el momento de cubrir aguas. Esperemos tan solo que las próximas lluvias no traigan consigo las primeras goteras. "¡Las rasillas!, ¿han llegado ya las rasillas?"
Galería de imágenes
(Fotografías pertenecientes al Archivo Regional de la Comunidad de Madrid (Fondo Cristóbal Portillo))
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[1]“Pasaron años, las obras se convirtieron en pantano, solar perpetuo, edificación parada indefinidamente... y al cabo llegó la hora de terminar aquéllo y tuvimos acabada la octava maravilla chica, el Escorial de ladrillo” en Madrid Científico, año X, n. 423
[2]“En la Biblioteca Nacional. Un bosque en pie”, en El País 18 febrero 1903.
[3]Iglesias, Nieves. Veneranda y poco dichosa Biblioteca. Nuestra Biblioteca Nacional cumple 300 años. Madrid : Trea, 2012. P.36-46). [SDB 027(460.27 M.) IGL]
[4]«Instalación de la Biblioteca Nacional en el Palacio de Recoletos» en Boletín de Archivos, Bibliotecas y Museos, 15 de abril 1896, año 1, n.° 1, p. 9-10. [SDB/ALT; AHS/36577]
[5]No conocemos con exactitud la fecha en que Moya cesa en el cargo, pero los últimos documentos que conserva el Archivo de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (UPM) firmados por él como conservador del Palacio datan de 1976.
[6]Frías Sargadoy, María Antonia. Luis Moya Blanco (1904-1990). Pamplona : T6 Ediciones, 2009. [E /5731]
[7]La Junta ya es mencionada en 1929 por Rodríguez Marín en una entrevista concedida a El Liberal el 19 de julio de 1929, con motivo de un incendio en los locales que tenía en en el edificio la Sociedad de Amigos del Arte. El Archivo de la BNE conserva un libro de actas (BNA L-116) de la Junta que registra sus reuniones en los periodos comprendidos entre 1948 y 1951 y entre 1967 y el 24 de octubre de 1974, fecha en la que el director que la hizo renacer en 1967, Guillermo Guastavino, anuncia su jubilación. Entre otros temas, se trataron en las sesiones asuntos del jardín, la seguridad, las atarjeas, el achaflanamiento de la verja o la regulación de las tarjetas de aparcamiento. La Junta tenía una asignación presupuestaria anual de 50.000 pesetas.
[8] Cervera Vera, Luis. Luis Moya Blanco, el académico. Historia de la Arquitectura de la Universidad de Navarra. Consultado 9/3/2006.
[9]Capitel, Antón. La Arquitectura de Luis Moya (1927-1957). Tesis doctoral. 1982. [BA/21628]
[10]En diferentes publicaciones pueden encontrarse afirmaciones contradictorias y poco veraces sobre el depósito de libros: desde que se destruye, a que se conserva en su estado primigenio.
[11]Guastavino, Guillermo. «La actualización de la Biblioteca Nacional». Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, 27 (marzo-abril 1955), p. 211-217. [ZR/819; AHS/40929]
[12]Moya, Luis. «Soluciones funcionales que ofrecen las obras proyectadas en la Biblioteca Nacional». Luís Moya, Cesáreo Goicoechea, Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, 27 (marzo-abril 1955), p. 11-21. [ZR/819; AHS/40929]
[13]Rodolfo Lama Construcciones S.A., cuyo archivo fue donado por la viuda del constructor a la Universidad de Santiago. En él se conservan unos 4.000 planos, la mayoría de edificios santiagueses, así como proyectos de restauración y rehabilitación de edificios históricos de Galicia. La documentación preparada por esta firma que se conserva en el Archivo de la BNE es cuantiosa y minuciosa: estudios geológicos, presupuestos de obras, facturas de proveedores y planos.
[14]Berriochoa, Valentín. «Biblioteca Nacional. Alteraciones innecesarias». en Restauración & Rehabilitación, n. 59 (2001). p 82-83. [Z/43204].
Referencias
Rada y Delgado, Juan de. «Palacio de Bibliotecas y Museos Nacionales, donde ha tenido lugar la Exposición Histórico Americana con motivo del Centenario». El Centenario. Revista Ilustrada, 4 (1 febrero 1893), p. 415-420 [BA/490]
Moya, Luis: «La Reforma del Museo de Arte Moderno de Madrid», El Sol, 24 de mayo, 1936
Goicoechea Romano, Cesáreo. «Hacia una nueva estructura de la Biblioteca Nacional», Boletín de la Dirección Gene- ral de Archivos y Bibliotecas, 27 (marzo-abril 1955), p. 6-10. [ZR/819; AHS/40929]
Hernández Carralón, Gema. "Bernardo Asins, constructor de pararrayos". Blog BNE. BNE. 23 febrero, 2010. https://blog.bne.es/blog/post-7/. Acceso: 20/06/2018.
Ibáñez Cerdá, J. «Mecanización de los servicios». Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, 27 (marzo-abril 1955), p. 22-23. [ZR/819; AHS/40929]
Moya, Luis. «Notas sobre dos dibujos para el proyecto del Palacio de la Biblioteca y Museos Nacionales, recién ingresados en la Sección de Estampas de la Biblioteca Nacional», Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, t. 82 (1979), p. 363-367. [SDB/ALT; ZR/306]
Ladero Galán, Aurora. 150 años de obras y reformas en el Museo Arqueológico Nacional. Historia y catálogo documental.
Sanz Hernando, Alberto: «El Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales: contexto urbanístico y arquitectónico en La Exposición Histórico-Natural y Etnográfica de 1893. Madrid: MECD, 2017. P. 125-143.
Recursos relacionados
Fondo Luis Moya a texto completo en UPM
Documentación académica y personal de Luis Moya Blanco en archivos españoles
Luis Moya en Base de Datos de COAM
Artículos de Luis Moya a texto completo en el Archivo de la Universidad Laboral de Gijón
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