Pronósticos y almanaques de los siglos XVIII y XIX en la Biblioteca Digital Hispánica

Pronósticos y almanaques de los siglos XVIII y XIX en la Biblioteca Digital Hispánica
10 de Junio de 2013

Del tiempo. Del mundo y su división. Tabla para saber a qué hora  sale y se pone el sol De los vientos.

Del áureo número. Tabla perpetua de las fiestas movibles. De los días que se saca ánima.

De la luna. Tabla del año estéril o abundante. Declaración de los doce signos y sus calidades y efectos De los efectos de los eclipses.

Régimen de sanidad, para conservar la salud y alargar la vida. Efectos maravillosos de la luna por los signos y primeros truenos del año y primeros truenos del año. El arte de cultivar las flores.              

¿En qué tipo de libros podemos encontrar temas tan variopintos y algo extraños a ojos del lector de hoy? Pues es parte del sumario de El nuevo lunario perpetuo y pronóstico general de 1848. Es decir, ni más ni menos que un almanaque del siglo XIX.

Almanaques, lunarios, pronósticos, efemérides, calendarios, agendas… Muchos nombres y usos han tenido a lo largo de su historia estas “guías del tiempo”, no siempre valoradas, habitualmente consideradas demasiado triviales e  “impresos menores” y por ello a veces mal conservadas y peor difundidas.

Pero la utilidad social de estas publicaciones ha sido importantísima en algunas etapas de nuestra historia, y en la de muchos otros países como Francia e Inglaterra. Y asomarse a este género de literatura popular y lo que representó en otros tiempos nos da una oportunidad única para entender formas de difusión del conocimiento científico y cómo se adaptaban e integraban en las creencias, preocupaciones y expectativas de la sociedad del momento. Así podemos ver astronomía, astrología, historia, prácticas agrícolas, remedios naturales o refranes populares, mezclado todo en una a veces curiosísima amalgama de sabiduría académica y popular.

Veamos este Lunario perpetuo y pronóstico de 1848: tras las tablas de festividades se relacionan las “obras” recomendadas para cada mes: por ejemplo, en la luna creciente de enero, y citando a Plinio, “deben los agricultores ingertar los árboles, que temprano llevan flor, como son almendros, duraznos, ciruelos... Si en este mes se oyeren los primeros truenos, significa fertilidad de frutos, y esterilidad de bosques y selvas, abundancia de aguas, vientos enfermizos y conmociones de pueblos, y muertes de hombres y de ganados en el reino en que se oyeren” (p. 85).

Después, la “pronosticación según los planetas”, con la fisonomía, condiciones y “a qué cosa inclina” cada astro y los “efectos maravillosos” de la luna o los eclipses. Recuerda a nuestros horóscopos, sí, pero es que también la posición de los astros determina, según estos pronósticos, cuándo es mejor realizar una purga o sangría, ¡y en qué parte del cuerpo es mejor dependiendo del signo astral bajo el que haya nacido el individuo! (p. 216).

Y ojo si “alguno enfermare en el propio día de la conjunción de la luna”, “que se ha de temer hasta el 14, 21 y 28 días de su enfermedad, pero después señala salud” (en “Los sucesos de las enfermedades por los días de la Luna”, p. 221).

Aunque si lo que queremos es prevenirlas, el capítulo “Régimen de sanidad muy útil y necesario, para conservar y alargar los días de la vida, sacado de la medicina de Avicena” nos advierte que “la primera cosa es tener el ánimo alegre, porque dice el Sabio Animus gaudens floridam fácil aetatem, esto es, que el ánimo alegre hace la edad florida, conservándose "gallarda robusta y fuerte” (p. 225). Y con esta premisa, lavarse con agua muy fría contenta los sentidos y queda el cerebro confortado, tomar sal con moderación, que “quita el fastidio y mueve el apetito” aunque en exceso “gasta la vista”, aprovechar las virtudes de plantas como el tomillo, la yerbabuena o la salvia, puesto que “aquel que la usase, nunca ha de estar enfermo”, o terminar nuestras comidas con queso,  que “el viejo es bueno para los flemáticos, y el nuevo para los coléricos”… o cuidarnos con las cenas, que “de mucha cena se sigue grande pena”… son algunos de los consejos que nos ofrecen.

Y atención a las señales de terremotos, carestías o vientos, en el sol, el comportamiento de las aves, el mar o las estrellas (p. 241) – o por ¡“cosas sin sentido”! (como la intensidad del repique de campanas, la temperatura del agua de pozo, o el centelleo y crepitar de un fuego (p. 252).

Son infinitos y curiosísimos, en fin, los ejemplos de este tipo de sabiduría popular que muchos aún reconocemos en el imaginario de otras generaciones, pero que, asimilados frecuentemente a la superstición o formas “menores” de cultura, van perdiendo la batalla de la pervivencia.

Invitamos a recuperar este género de literatura y “ciencia” popular en nuestra colección de Pronósticos.

Autor importante de este tipo de publicaciones fue Diego de Torres Villarroel (1694-1770), uno de los personajes más singulares de nuestra literatura. Poeta, matemático, médico, dramaturgo, catedrático en Salamanca y también sacerdote, especialista en astrología y ocultismo que odiaba la superstición. Publicó sus almanaques con el seudónimo de "El gran Piscator de Salamanca", y acierto o casualidad, en 1724 predijo la muerte del rey Luis I para aquel año "en el rigor del verano". El joven murió, efectivamente, un 31 de agosto, lo que hizo que en adelante los pronósticos de Torres Villarroel se considerasen totalmente fiable. En la Biblioteca Digital Hispánica pueden encontrarse digitalizadas muchas de sus obras, aquí.

Los temas y modalidades son numerosas, y fueron aumentando a medida que se difundía su uso y éxito entre los lectores del XVIII y  el XIX. Muy a menudo constituían la única lectura a la que tenía acceso una gran parte de la población, y los almanaques se fueron especializando por temas o público: almanaques para navegantes, almanaques de la vida rural, almanaques artísticos… Encontramos, por ejemplo, El Piscator económico, El Piscator de las damas, El Piscator cómico, o incluso El Piscator de los viejos del Lavapiés, compendio de refranes y curiosidades.

Ya a finales del XIX, se harían famosos otros tipos de calendarios más cercanos a los que conocemos hoy, como el Zaragozano y el Almanaque Bailly-Bailliere o “pequeña enciclopedia popular de la vida práctica”.

Muy diferentes de nuestros almanaques y calendarios, efectivamente, pero la popularidad y difusión que alcanzaron en su tiempo nos da otra perspectiva, tan valiosa como otras, de la cultura  y motivaciones de la sociedad española de hace dos siglos, y que de algún modo también explican la nuestra.

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