Testigos de la peste: la epidemia de Sevilla en los documentos de la época
Los episodios relacionados con epidemias, guerras y catástrofes naturales han generado históricamente grandes cantidades de documentación de muy diverso tipo. Aunque el ejemplo más célebre sea probablemente, por su extraordinaria calidad literaria y su influencia en la literatura europea posterior, el Decamerón de Boccaccio (en el que un grupo de personas se refugia en una villa durante la peste que asoló Florencia en 1348) muchos otros episodios similares han generado obritas de calidad muy inferior pero muy representativas de la sociedad de cada momento de las que la BNE atesora un fondo importante. Y no es una excepción la famosa peste de Sevilla de 1649, que acabó en unos meses con casi la mitad de la población de una ciudad que nunca llegaría a recuperar los niveles de prosperidad previos a la epidemia. Las obras compuestas a raíz de esta epidemia suponen un corpus documental de gran interés, no únicamente por los datos de primera mano que aportan, sino por constituir ejemplos de una visión del mundo muy diferente a la que hoy conocemos. Así, junto a las cifras, nombres, fechas y relaciones de lo sucedido, aparecen las creencias médicas del momento y, por encima de todo, el papel fundamental de la fe en una cosmovisión que es, en sí misma, de tanto interés como los acontecimientos que se relatan.
Sevilla. Vistas de ciudades. Ca. 1590
Entre los textos relacionados con la peste sevillana de 1649 no pueden faltar las conocidas relaciones de sucesos, un tipo de documento que se halla en los orígenes de la prensa y que relata noticias de la temática más variada (desde victorias y campañas militares a matrimonios de la realeza pasando por terremotos, eclipses y pretendidas apariciones de seres monstruosos). La más conocida es la Copiosa relacion de lo sucedido en el tiempo que duro la epidemia en la grande y augustissima ciudad de Seuilla, año de 1649 compuesta por Pedro López de San Román Ladrón de Guevara, familiar del Tribunal de la Inquisición. Se trata de una relación muy detallada de la epidemia, desde la inundación del Guadalquivir en el mes de abril que propició el brote de la enfermedad hasta su final. López de San Román cifra en 200.000 el número de víctimas, un número claramente excesivo que ha sido discutido con posterioridad, pero que da una idea de la magnitud de la tragedia y de la percepción del desastre por parte de quienes lo presenciaron. Fue impreso en Écija, en una pequeña imprenta, la de Juan Malpartida de Salas, en un momento en que la que fuera la gran imprenta de la Corona de Castilla, la sevillana, ya había comenzado su declive.
Copiosa relacion de lo sucedido en el tiempo que duro la epidemia en la grande y augustissima ciudad de Sevilla,año de 1649 escrita por vn religioso a su reuerendissimo padre general ; sacala a luz Pedro Lopez de San Roman Ladron de Gueuara ...
Otro ejemplo, que fusiona la narración de los acontecimientos con el papel destacado de la fe, es el Prodigio de la Providencia de Dios en el miserable caso del contagio de Sevilla [1], del licenciado Francisco Vizcarreto Luján, fiscal en la Real Audiencia de Sevilla, que publicó en la propia Sevilla Nicolás Rodríguez de Ábrego en 1650. El texto relata cómo, entre las calamidades provocadas por la enfermedad primero en Triana y posteriormente por toda Sevilla, se sacó en procesión a la Virgen de los Reyes y se le consagró un novenario, después de lo cual la enfermedad remitió rápidamente. Este tipo de narración no es rara en la época, ya que la presencia de la religión en todos los aspectos de la vida se percibe muy habitualmente en los textos de este periodo.
Por su parte, los Avisos preservativos de peste, a la noble y leal ciudad de Eciia del doctor Andrés Fernández de la Fuente, impreso en Écija por Luis Estupiñán en 1649, pretendían tranquilizar a una población aterrorizada por la propagación de la enfermedad. Aludiendo a un buen número de autoridades (entre las que no puede faltar Gregorio Magno, junto a Galeno, Hipócrates o Avicena), algo muy al uso en la época, da una serie de argumentos más que discutibles sobre las causas de la peste y las maneras de prevenirla. Con estos tratados de naturaleza médica coexisten otros, de los que son buen ejemplo los Remedios espirituales, y corporales, para curar y preservar del mal de peste, publicados en 1637 y reeditados en 1649, a propósito de la epidemia, o los Remedios espirituales y temporales para preseruar la republica de peste y conseguir otros buenos sucessos en paz y guerra [2] del licenciado Tomás de Castro y Águila, que la misma imprenta publicaría el mismo año. Basta echar un vistazo al índice de este último para comprender que no nos encontramos ante un tratado de medicina o sanidad pública. Así, se anuncian capítulos como “Pecados son causa de las calamidades públicas”, “Oraciones son los mejores remedios” o “Santos particulares se deben elegir para que con sus intercesiones su divina majestad nos libre de la peste”. Esta combinación de fe y ciencia, por muy llamativa que resulte hoy día, no es, sin embargo, rara en la época. La relación entre el cuerpo y el alma era estrecha y los males del cuerpo eran, con frecuencia, también males del espíritu. Basta recordar la teoría hipocrática de los humores, que pervivió hasta el desarrollo de la medicina moderna, o hechos como que, un siglo antes, Miguel Servet publicara su estudio sobre la circulación pulmonar de la sangre en un ensayo teológico, la Christianismi Restitutio.
Junto a ellos, se publicaban por todo el país oraciones, sermones y rogatorios destinados a alejar la enfermedad. De fecha incierta, pero sin duda impresas en el siglo XVII, son las Oraciones contra la peste, con una antífona procedente del Breviario romano junto a una oración a San Roque, tradicional protector contra la peste y otras epidemias. Otros ejemplos son publicaciones como el Epílogo breve de la procesión que hizo la Parroquial de San Gines desta Villa de Madrid en rogativa contra el contagio de la peste a primero de julio de 1649, compuesto en octavas reales, o el Sermón de la Asunción pidiendo a la imagen la salud de Sevilla y el remedio en el contagio y peste que padece y nos amenaza. Este último es un sermón al uso, de los miles que se imprimieron en las prensas españolas en aquellas fechas.
Finalmente, un interés muy especial lo tiene la documentación administrativa relacionada con el episodio. Buen ejemplo de ello es la disposición del Consejo Real, fechada el 26 de junio 1649, que enumera las localidades afectadas de peste a cuyos habitantes se les prohíbe la entrada en Madrid, concluyendo: “y por prevenir que este daño no se comunique a otras partes del Reino, en conformidad con la última orden que se ha enviado, y que por ahora no vengan familias, ni casas pobladas, ni ropa de ellas a esta Corte”. Este intento por frenar la propagación de la enfermedad se suma a una disposición anterior destinada a la ciudad de Sevilla.
La BNE pone a disposición de los lectores abundante documentación de este periodo histórico y de los muchos episodios similares que atravesaron la Edad Moderna a través de Biblioteca Digital Hispánica. Los fondos aún no digitalizados pueden consultarse en su mayor parte en la Sala Cervantes si se está en posesión de un carné de investigador. De un modo u otro, el lector podrá sumergirse en un mundo que ahora nos es ajeno, el del Siglo de Oro, con sus tragedias, sus hábitos, sus conocimientos y su fascinante visión del mundo.
Adelaida Caro Martín. Servicio de Reserva Impresa (Sección de Impresos Menores), BNE
Notas
[1] Prodigio de la Providencia de Dios en el miserable caso del contagio de Sevilla
Muy interesante. Gracias por la información