Yo mascoto, tu mascotas, él mascota
Monedito, Hasso, Hakis, Pum-pum; son los nombres de algunas mascotas de museos. Pero ¿qué es una mascota de museo y desde cuándo los museos tienen mascotas? Vayamos por partes. Como todos sabemos, una mascota es un animal de compañía, y así define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua el término en su segunda acepción.
mascota.
(Del fr. mascotte).
1. f. Persona, animal o cosa que sirve de talismán, que trae buena suerte.
2. f. Animal de compañía. Tienda de mascotas.
3. f. And. Sombrero flexible
La mascota como tal hace su aparición, o al menos eso es lo que dicen los antropólogos, en el momento de la sedentarización. Se trata de animales domesticados, verdaderos amuletos animados que, en virtud de un proceso de transferencia emocional, se convierten en símbolos de identidad e identificación. La mascota además, y de esto sabemos mucho en las sociedades civilizadas, contribuye a paliar carencias afectivas y desarrolla facetas de la personalidad de sus dueños como la responsabilidad, empatía, sociabilidad… etc., hasta el punto de hablarse de su importancia educativa, y de “mascotas terapéuticas”, cuya benéfica influencia sobre distintos colectivos, como ancianos, niños hospitalizados, etc., es objeto de estudios.
Tal es el desarrollo que ha alcanzado la moda de las mascotas y tantos beneficios sobre la salud psíquica o emocional se les han atribuido, que en los años 70 del siglo pasado llegan a ponerse de moda las “pet rock” o minerales mascota: “animales” de “compañía” -sin ser ni lo uno ni lo otro- descomprometidos donde los haya; la humorada sirvió entre otras cosas para que su inventor se hiciera millonario. De esto a las mascotas virtuales, -del tamagotchi a los nintendogs-, no mediaba ni un paso.
También llamamos por extensión mascota a ese juguete de peluche preferido y resobado que acompaña la infancia de muchos niños en régimen semi-exclusivo, sobre todo cuando se trata de animales.
Pero más interesante para nuestro propósito y menos usual, resulta el término en su primera acepción, la de talismán, en la cual encajarían igualmente bien las mascotas de museos o las de los regimientos; desde la cabra de la Legión a Shirley Temple, que los fans de la niña prodigio nos perdonen: una especie de talismán al que se atribuyen cualidades para alejar desgracias o concitar la buena suerte. Es decir, la mascota responde a una función apotropaica, algo así como los bisontes de Altamira o los toros alados asirios (no queremos ni imaginar uno de éstos como mascota en nuestros exiguos ámbitos domésticos).
Esta acepción, combinada con la segunda que proporciona el Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. Larousse, 2007: “figura que se utiliza como símbolo de un acontecimiento público importante”, nos sitúa justo en el punto al que queríamos llegar, la mascota publicitaria, el emblema de una marca, de una competición deportiva o, por qué no, de un museo.
Bibendum, el Muñeco Michelín que “bebe” o ve (boit/voit) el obstáculo.
Es fama que el primero fue Bibendum. Nacido en 1894, cuando los neumáticos eran todavía de tono blanquecino, el muñeco de Michelín, -así se le conoce en nuestra área idiomática donde el nombre estigmatiza lorzas y adiposidades “neumáticas”-, toma su nombre de una cita horaciana: “Nunc est bibendum”: es hora de beber, en román paladino.
Aunque algunas mascotas son personas u objetos animados, lo frecuente es que se trate de un animal caricaturizado o simplificado, pero con rasgos y cualidades humanas, entroncando con la larga tradición de protagonistas de la literatura infantil, desde el cuento popular hasta las primeras tiras gráficas, desde los Tres Cerditos y el Lobo Feroz, hasta el ratón Mickey o el Gato Félix. Son múltiples las marcas que han utilizado las mascotas como un buen recurso para hacer más familiares y cercanos al consumidor sus productos, perpetuando su recuerdo y generando confianza en sus destinatarios, especialmente entre los niños. Otro caso paradigmático es el muy ochentero de las mascotas de acontecimientos deportivos o equipos que en realidad hacen su aparición en 1966. ¿Quién no recuerda al inefable Naranjito o al Perro Cobi?
Y, tierra, trágame, hasta hay un sedicente Creativo Demente que se ha tomado la molestia de montar un Museo virtual de la mascota publicitaria http://creativodemente.wordpress.com/2010/11/18/el-museo-de-las-mascotas-publicitarias/ . Pero, todo hay que decirlo, probablemente los países donde más popularidad gozan las mascotas son quizá Estados Unidos, piénsese en esos parques infantiles poblados de cargantes mascotas vivientes y, sobre todo, Japón. En el país del Sol Naciente, las mascotas publicitarias, los Yuru Kyara, se saltan a la torera la ley no escrita que las confina a sus hábitats naturales, el estadio y el parque de ocio, y circulan impunemente por los espacios públicos, llegando a celebrar encuentros y convenciones a la luz del día.
Repasemos ahora brevemente el apasionante ecosistema de la mascota de museo. La mascota de museo, oficial o no, con existencia real o ficticia, etc. acerca el museo a su público, especialmente al infantil y juvenil, sobre todo en el caso de las concebidas y creadas para tal fin.
Monedito, Hasso, Puppy, Pum-pum son los nombres de algunas mascotas de museo.
La mayoría son perros, como los suelen ser también nuestros “mejores amigos”: Hakis, el perro desnudo del Museo de Antropología de Perú; Hasso (1980-1990), un pastor alemán disecado que en vida trabajó con la Brigada de Estupefacientes y que se exhibe en la Sala III del Museo de la Policía de Ávila.
Hasso Von Klannle Von Stillen, es el nombre de este pastor alemán con pedrigrí que se expone disecado en el Museo de la Policía de Ávila
Puppy, el simpático y ecológico terrier florido del Guggenheim, obra de Jeff Koon que se ha convertido en uno de los mejores reclamos no sólo del museo, sino de la propia ciudad del Nervión. Y hasta ha habido algún perro pintor, como Musba.
En el poblado grupo de las mascotas animales, y por lo general en relación con la temática de los museos, podríamos citar también mamuts, como Alcoleito del Provincial de Ciudad Real, o Mamérico, el jaguar del Museo de América, un museo cuya torre también presume de pareja estable de halcones peregrinos, de nombre Colón, él, y América, ella; e incluso cabe citar aquí figuritas egipcias en loza azul, como el anciano William The Hippo del Metropolitan que sobrelleva admirablemente en el MOMA sus casi 4000 años de historia.
Nidada de pollos de Colón y América, la pareja de halcones peregrinos del Museo de América.
Si fijamos la atención en los museos de Ciencias Naturales, encontramos de nuevo encumbrados en esta categoría otros bichos, por lo general menos rollizos, como Dippy, la famosa réplica de esqueleto de diplodocus de 26 metros de largo del Natural History Museum de Londres. Y abundando en el censo de seres prehistóricos, menudean en los museos de Prehistoria y/o Arqueología los saurios primitivos como Muyu del Museo del Jurásico de Asturias, pero también una importante nómina de antropoides, la mayoría de ellos todavía impúberes: desde LLumiq (MARQ), a Musi, la niña del Paleolítico del Arqueológico de Almería o Damuc, el Niño de la Edad del bronce del Museo Comarcal de Daimiel.
Miguelón, rudo heidelbergensis o dandy, según se tercia.
Categoría especial hay que abrir para Miguelón, la recreación de un homínido realizada a partir de un cráneo bautizado con igual nombre en honor de Miguel Induráin que es mucho más que una mascota no oficial del Museo de la Evolución Humana de Burgos: una auténtica tuitstar. Este homo heidelbergensis, único en su especie, comparte blog con Lucy, una australopithecus afarensis http://elblogdemiguelonylucy.com/. Y, por si esto fuera poco, cada uno de ellos gestiona su propia cuenta Twitter, una de las más divertidas e interactivas del panorama de redes sociales de instituciones culturales españolas, tal es el carisma y el verbo retrechero del tunante de Miguelón para con las sapiens que lo visitan.
En general, la mascota es una pieza emblemática de la colección. Aunque lo cierto es que no a todas las piezas icónicas les cuadra igual de bien este sobrenombre que sonaría blasfemo incluso a los oídos del más iconoclasta para obras de arte como la Gioconda, en el caso del Louvre o las Meninas, en el del Prado. Existen sin embargo, “mascotas oficiales” a las que no sólo se aplica el término, sino que fueron creadas de encargo expresamente para serlo. Y muchos son los museos, como el Nacional de Cerámica o el de Historia de Tenerife, por citar dos tan sólo, que sometieron hace años a votación popular por Internet o mediante concursos la elección o creación de su emblema, buscando sin duda una mayor implicación emocional de la comunidad en la vida y la actividad del museo. Lo cierto es que en ocasiones este tipo de mascota de nueva creación suele resentirse del artificio y, cuando pierde vigencia, acaba por quedar desfasada u olvidada.
¿Cuál es la finalidad de la mascota del museo?
La pieza que deviene en mascota, lo haga de forma natural o más o menos favorecida por la institución, se convierte, o al menos eso pretende, en uno de los mayores atractivos del Museo: una pieza clave de su marketing, imagen y autopromoción en torno a la cual pivotan tantas actividades. Lo habitual es que se trate de un elemento festivo, con alta carga semántica y atractivo para el público infantil y/o familiar, y, en el caso de las mascotas con entidad física, que tenga un lugar preeminente dentro de la exposición. El siguiente paso para familiarizarnos y encariñarnos con ellas es llamarlas por un nombre propio. Muchas tienen nombres con historia, como William The Hippo o el mismo Miguelón y a otras simplemente “toda la vida se les ha conocido así”, pero lo cierto es que la mayoría son apelativos cariñosos, diminutivos e hipocorísticos.
En resumen, la mascota o pieza emblemática con la cual y por la cual se identifica el museo, -al fin y al cabo un ente abstracto-, refuerza su imagen y características humanoides para actuar como mediadora entre el museo y sus públicos reales y potenciales. La mascota, gracias a sus rasgos antropomórficos encarna al museo, convirtiéndose en su embajador.
Este simbólico proceso de identificación, incomparablemente más empático que el que generan los logos e imágenes institucionales, tiene otras ventajas, como proporcionar el leit-motiv para infinidad de artículos de la tienda del museo, inspirar cuentos como lo ha hecho, por ejemplo, Owney the dog, el perro cartero del Smithsonian National Postal Museum, protagonizar las actividades educativas presenciales o a través de apps, como Telmo, el capitán de la nave Chronos del Museo Naval, o campañas de prensa o petición de fondos como, por ejemplo, “I love Dippy appeal” en que David Attenborough apela a la generosidad pública para renovar el hall central del Natural History Museum, el “hábitat” del emblemático Dippy.
Las mascotas o piezas tuiteras:
E incluso el sorprendente caso de las mascotas, o piezas emblemáticas tuiteras, hay que entenderlo en el contexto de figuras con las que el público actúa con mayor confianza que si lo hace con las instituciones. Puede resultar chocante que éstas confíen una cuenta de Twitter o un blog a seres prehistóricos o momias del Antiguo Egipto, por no mencionar a rudos soldados romanos, a taberneros, a salchichas Wurst, o incluso a bestias tuiteras, animales más o menos simpáticos, pero bestias al fin y al cabo.
Imagen de 1906, fecha de la instalación en el Hall Central de Dippy, la réplica de diplodocus del Natural History Museum de Londres.
Sin embargo, los museos saben muy bien lo que se traen entre las teclas. La mascota tuitera interactúa con otros públicos o en un registro diferente del que lo hacen otras cuentas del museo hacia las cuales redirecciona la atención, generando diálogo mediante una comicidad basada en los anacronismos. Leamos por ejemplo, la bio de Lucy en su perfil de Twitter: “Homínida bajita, peluda y fan de los Beatles. Australopithecus afarensis nacida en Etiopía hace más de 3 millones de años. Hoy habito en @museoevolucion.”
A continuación enumeramos algunas mascotas (Miguelón nos perdone el término) o piezas de museo que tuitean, como el propio @MiguelonMEH o @Lucy_MEH, a cuya pericia debemos parte de este listado, o @NHM_Dippy, @SpotticusNH, la jirafa del National History Museum de Dublín, @SueTheTrex, @OisinTheDeer, @Nathistorywhale, Minmi Pervertebra @Wheres_Minmi; Todos ellos se recogen entre muchos otros en la lista de @museum140: “a list of tweeting museum objects, mascots and other animals” en la que han ingresado recientemente nuestros amigos del Museo de la Evolución Humana, junto a una caterva de piezas singulares compuesta por momias, animales prehistóricos, etc.
Ni que decir tiene, que las mascotas tienen vida propia e idiosincrasia. Algún diplodocus hay, como @Vic_TheDino que intercala en sus tuits sonoros rugidos [Roar], o la simpática cuenta @MunchsTheScream, sobre el cuadro “El Grito” de Munch. Aunque The Scream, al igual que Mona Lisa, @MonaLisaSpeaks, no es una cuenta creada por el museo titular del cuadro y bien podría entrar en el apartado de las cuentas paródicas, resulta simpático su proferir dolorido cada pocos retuits de gritos Aaaaahhhh! acompañados de largas etiquetas (antes hashtags).
Casi todas las mascotas o piezas tuiteras suelen expresarse en inglés y alguno hay que gestiona su propia cuenta de correo como lekid.museedelaposte@gmail.com. Y además, socializan entre sí, reproducimos una graciosa conversación entre El Grito de Munch y Oisin el Ciervo:
@MunchsTheScream: Aaaahhhh!!!!
@OisinTheDeer: Ooh. You sound extra-stressed today. What’s up?
@MunchsTheScream: aaaahhhhh!!! #HangingFromTheWall
Otros, como los Teddy bear, celebran reuniones no tan virtuales. Y ya se ha instituido un Día de la Mascota de Museo, el 7 de diciembre.
En la Biblioteca Nacional de España somos gente seria; pues es lo que tiene el trato cotidiano con libros y sesudos investigadores. Pero también creíamos que seria era la gente de la Real Academia de la Lengua Española, hasta que hace unos meses va ese blog con chispa donde los haya que se llama El Mundo Today y nos informa de que la RAE tiene por mascota a “un palíndromo con la lengua larga que dará mucho que hablar llamado Malayalám que se alimenta de zorras y arroz”. Aún así, bastante concesión a la frivolidad sería para nosotros el solo pensamiento, líbrenos Dios, de tener mascota en nuestro museo. Por lo tanto, las tres piezas que os proponemos para votar entre ellas, no más que a modo de divertimento por aquello del Día de los Museos, son pesos pesados de la cultura hispánica en distintas épocas y ámbitos y, todas ellas esculturas bastante notables.
El modelo de yeso para el San Isidoro de la escalinata cuya fuerza expresiva supera con creces la de la propia escultura en mármol, fue una de las obras más amadas de su autor, José Alcoverro. El santo es emblemático de la cultura europea y sintetiza a la perfección la universalidad del conocimiento que una biblioteca nacional encierra. Por si ello fuera poco, fue autor del tratado más antiguo de bibliología conservado y poseyó él mismo una importante biblioteca en el siglo siete, cuando los libros se escribían a mano, y hablaba así a sus monjes: "Sé guardián de los libros y jefe de los copistas". Tanto la estatua de la escalinata, como este modelito de yeso poseen altos valores icónicos, no sólo por su 'pathos', sino por los lugares preferentes en que se ubican: saludando a los visitantes de la Biblioteca el uno, desde su cátedra de la escalinata; presidiendo más cómodamente el otro la sala de ingreso al Museo, desde el faldistorio en que se sienta dentro de su vitrina. Esperemos que esta época descreída pueda perdonarle el título de santidad, pues no es defecto el haber sido buena gente.
El busto de bronce del arquitecto Jareño. Otro interesante retrato, para otro gran hombre: Francisco Jareño Alarcón, uno de los más notables arquitectos de nuestro siglo XIX y tozudo hasta el punto de perder su más importante encargo, el del Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, del que es apartado en 1881, quince años después de la colocación de la primera piedra. El busto cedido en depósito por el Colegio Oficial de Arquitectos de Castilla la Mancha, Demarcación de Albacete, es una reproducción de otro de escayola de autor anónimo donado por la familia del arquitecto al Ayuntamiento de Albacete y conservado en el Museo de dicha ciudad, cuna de Jareño.
El busto de Quevedo.
De autor desconocido, se ha atribuido su labra en arcilla a grandes escultores de la talla de Herrera Barnuevo o Alonso Cano. Probablemente inacabada, pasa por ser uno de los retratos más cercanos a la fisonomía del poeta. Esta pieza singular, de la que no hay demasiados datos, pertenece a las colecciones de la BNE desde el siglo XVII y hoy preside una de las dos salas de su museo llamadas Memoria del Saber.
A continuación os presentamos unas entrevistas con cada uno de ellos para ampliar su historia y milagros . (Esperemos que no se nos haya notado demasiado que nuestro preferido es San Isidoro).
Como veis, esto de las mascotas da mucho juego, hasta aquí: este post, la votación en Facebook , el concurso de microdiálogos #DiálogoA3, y representaciones teatrales a propósito del Día de los Museos.
“Mascotes” o no, ¡feliz 18 de mayo, Día Internacional de los Museos!
Hola, Existe un bonito y divertido cuento de Joseph Méry (1797-1866), titulado « Un chat, deux chiens, une perruche et un nuage d'hirondelles » (« Un gato, dos perros, un perriquito y una nube de golondrinas » http://www.bmlisieux.com/litterature/mery/perruche.htm ), que cuenta la fantástica aventura de un gato, guardián del museo de Marsella. No se pierdan el audiolibro (descarga legal, libre y gratuita :) ) : http://www.litteratureaudio.com/livre-audio-gratuit-mp3/mery-joseph-un-… Enhorabuena por vuestro interesante artículo :) !!! Un saludo, Ch.