Tristán de Leonís
Una novela de caballerías ilustrada en 59+1 fragmentos perdidos (y recuperados) Entre los variopintos personajes del ciclo artúrico que tomaron asiento en la célebre Mesa Redonda y que poblaron la literatura y la imaginación medievales y las posteriores (¿quién no ha oído hablar del Rey Arturo, de Ginebra, Merlín o Lancelot?) se encuentra Tristán, el joven héroe de Cornualles popularizado por la conocida leyenda de Tristán e Isolda. La leyenda, que narra las aventuras y desventuras del joven enamorado de la princesa celta Isolda, o Iseo, a causa de una poción mágica que los unirá para siempre, cuenta con varias versiones, muchas de ellas en francés y en alemán, compuestas ya en los siglos XII y XIII. De estas versiones medievales probablemente la más celebrada sea el Tristan del poeta alemán Gottfried von Strassburg, uno de los grandes del medievo germano, que la compuso en 1210. Igualmente influyente, y responsable de la difusión de la leyenda, es el texto conocido como Tristan en prose, en francés, compuesto entre 1220 y 1230 presumiblemente por Lucien de Gast y del que se conservan copias muy tempranas.
Si bien son muy pocos los testimonios medievales de novelas caballerescas que se han conservado, la Materia de Bretaña se extendió pronto por toda Europa y hay abundantes testimonios documentales de su pronta llegada a la Península Ibérica. Entre otros autores, Carlos Alvar, muestra que ya existen referencias al ciclo artúrico en textos como el Fuero General de Navarra y los Anales Toledanos Primeros, de finales del siglo XII y principios del XIII. Por su parte, Adolfo Bonilla, que tendrá un papel central en esta historia, cita en su edición del Tristán de Leonís algunas referencias de los mismos siglos tanto al caballero como a la Materia de Bretaña. Así, en 1170, el trovador Guerau de Cabrera hace mención a Tristán y sus amores de este modo: “Ni del vilan, / Ni de Tristan, / C’amaba Yceut a lairon”. Y un siglo más tarde, en 1272, Cerverí de Gerona repasaba ya a los protagonistas de todo el ciclo: “Lansalot e Tristany, / Persaual e Juani, / Rotlan e Oliuer, / Berart de Monleyder, / E l Xarles qui conques”. El personaje, su leyenda y su contexto formaban parte ya por tanto del imaginario medieval de la Península.
En este contexto aparece en 1501 en Valladolid, en la imprenta de Juan de Burgos, la primera versión impresa en castellano de la obra, basada en manuscritos castellanos previos que constituyen una adaptación de la obra francesa. Es el Libro del esforçado caballero don Tristán de leonis e de sus grandes fechos en armas, al que seguirán más ediciones en los años siguientes, entre ellas la impresa en Sevilla por Juan Cromberger en 1528, una de las más reconocidas. Habrá otras a lo largo del siglo XVI, así como en siglos posteriores. En lo que hace a manuscritos, sin embargo, es poco lo que se conserva de la leyenda de Tristán en castellano, y es en su mayor parte en forma de fragmentos. Así, María Luzdivina Cuesta inventaria los manuscritos existentes en lenguas peninsulares, reduciéndolos a siete, algunos conservados fuera de España. De entre ellos tienen un interés especial los fragmentos (Mss/20262/19 y Mss/22644/1-51), que alberga la Biblioteca Nacional de España, por la época de su composición, por las miniaturas de gran formato que los adornan, y por la historia de cómo han llegado hasta nosotros. Veamos.
En 1999 los hispanistas Carlos Alvar y José Manuel Lucía Mejía publicaban en el número XI de la Revista de literatura medieval un artículo, “Hacia el códice del "Tristán de Leonís" (cincuenta y nueve fragmentos en la Biblioteca Nacional de Madrid)”, que daba cuenta de su hallazgo: 59 fragmentos de un manuscrito medieval aparecidos en la encuadernación de un compendio de obras de derecho canónico del siglo XV conservado en la BNE con la signatura Mss/12915. Los fragmentos, que los autores no tardaron en identificar, correspondían a la versión española de las aventuras de Tristán, el Tristán de Leonís, y no sólo mostraban, a pesar del deterioro de los siglos y del estado en que se habían conservado, una bella escritura precortesana, sino también un gran número de miniaturas de gran tamaño en principio infrecuentes en las novelas de caballería de la época. Del códice, que debió tener unas 250 hojas en folio escritas a dos columnas en tinta negra y con las rúbricas y capitales en rojo, sólo se conservaban 59, algunas muy recortadas, como puede apreciarse en la versión digital disponible en la Biblioteca Digital Hispánica (BDH). El estudio, tras una introducción sobre los principales elementos constitutivos de los fragmentos, se centraba en un acercamiento textual a los mismos.
Unos años más tarde, en 2005, apareció el estudio de Lucía Mejía sobre las miniaturas, esta vez publicado en e-Humanista: Journal of Iberian Studies con el título "El "Tristán de Leonís" castellano: Análisis de las miniaturas del códice BNM: ms. 22.644". En él, Lucía Mejía pone de relieve la especificidad del manuscrito en el contexto de los textos caballerescos hispánicos, y en especial de las versiones peninsulares de la Materia de Bretaña, difundidos generalmente con una sencilla tinta negra, epígrafes en rojo y, en ocasiones, color en los calderones e iniciales. A diferencia de estos textos, de los que desgraciadamente pocos han llegado a nuestros días (no se conserva ni un solo códice artúrico completo, y lo poco que conservamos ha pervivido principalmente como parte de encuadernaciones de otras obras), en el Tristán la imagen ocupa un lugar central. La importancia de la imagen en el mundo medieval, no subordinada al contenido textual sino con vida propia, se refleja aquí. Así, en palabras de Lucía Mejía: “Los iluminadores, más allá de intentar reflejar en sus detalles el texto, se empeñan en ofrecer una imagen llena de significados, plena de contenidos; frente a la anécdota, lo sustancial”. Las visiones que nos ofrecen las miniaturas del códice dan una idea clara de ello.
La peripecia histórica de los fragmentos sería interesante, pero no extraordinaria, si en los primeros años del siglo XX el filólogo Adolfo Bonilla y San Martín no hubiera encontrado un fragmento del mismo manuscrito igualmente en la Biblioteca Nacional, esta vez envolviendo unas notas del que fuera director de la institución, Agustín Durán, al Diablo cojuelo de Luis Vélez de Guevara conservadas actualmente con la signatura Mss/13881. El fragmento fue estudiado por Bonilla en los Anales de la literatura española de los años 1900-1904 y posteriormente editado por él mismo, en 1912, en la edición del Tristán de la Sociedad de Bibliófilos Madrileños. Este fragmento, una única hoja en un estado de conservación relativamente bueno, corresponde al capítulo que en la versión impresa se tituló “De como el cavallero anciano, por ruego de una donzella, fue en socorro de un su castillo que le tenia cercado un conde, y se lo fizo descercar” y cuenta con una de las miniaturas mejor conservadas, la que representa a un caballero armado y a dos damas, todos a caballo.
Al margen de las publicaciones académicas correspondientes, la importancia y el interés de los fragmentos hicieron que se expusieran pocos años después de su aparición en la exposición Amadís de Gaula 1508: 500 años de libros de caballerías, celebrada en la BNE entre octubre de 2008 y enero de 2009. Como puede apreciarse en la visita virtual a la exposición, así como en el catálogo de la misma, junto a la primera publicación de algunas de las miniaturas descubiertas, se destaca ya la relevancia del códice, como único testimonio ilustrado de un manuscrito castellano del ciclo artúrico. Es sólo un ejemplo del valor y la singularidad de los fragmentos, que ahora pueden consultarse en Biblioteca Digital Hispánica desde cualquier rincón del mundo dando una imagen más precisa al aficionado y al investigador de cómo se transmitieron, en una fecha tan remota, las novelas de caballerías.
Un artículo muy interesante. Felicidades, Adelaida.