Cuando los libros conquistaron la calle
En la primavera de 1933 los libros abandonaron su encierro en las librerías madrileñas y tomaron la calle. Salieron a lo grande, ni más ni menos que al Paseo de Recoletos, a la vera de la Biblioteca Nacional. No era la primera vez que salían, pero lo habían hecho de manera tímida. El Día del Libro se había instituido en toda España unos años antes y el Ayuntamiento había permitido a los libreros que ocuparan esa jornada las aceras de sus establecimientos. Era algo, pero no suficiente. Barcelona llevaba ya ventaja, dado que allí los puestos de libros se desparramaban por Las Ramblas. Ahora era Madrid la que inauguraba la Feria del Libro, una costumbre que con el tiempo se ha convertido en una de las grandes fiestas anuales de la cultura.
El ministro Fernando de los Ríos y el alcalde Pedro Rico, en la inauguración de la I Feria del Libro, en Ahora
Aunque interrumpida primero por la Guerra Civil y luego por la posguerra, dado que no se reanudó hasta 1944, la primera Feria y las siguientes hasta 1936 fueron un completo éxito para todo el mundo: para los editores y libreros que aumentaron sus ventas y sobre todo para los lectores. Muchos de éstos aprendieron a familiarizarse con los libros nuevos, a perderles el respeto al verlos en las casetas de madera expuestos como frutas en el mercado.
Los madrileños ya estaban acostumbrados a los libros de viejo o de segunda mano de las casetas de la Cuesta Moyano, abiertas una década antes, pero ahora era diferente. Ahora las casetas de diseño se llamaban ‘stands’, ocupaban la arteria principal de la ciudad y los libros tenían el inconfundible aroma del papel y la tinta fresca.
La primera Feria, de una semana de duración, empezó con 20 ‘stands’, descuentos del 10% en las compras y el atractivo de la música que salía por los altavoces, a través de los cuales también se oían discursos y charlas con los autores, algunas de ellas retransmitidas por Unión Radio.
Esta primera Feria fue inaugurada por el ministro de Instrucción Pública, Fernando de los Ríos, y el alcalde de Madrid, Pedro Rico, que pronunciaron discursos y a quienes se les ve delante del micrófono y en otros momentos de su recorrido en una página dedicada al evento por el diario Ahora.
El mismo periódico informaba de un dato curioso. El primer autor que firmó libros en la Feria no fue español, sino un escritor alemán, Emil Ludwig, autor de ‘El Hijo del Hombre. Vida de Jesús’. Estaba de visita en España, pasó por Recoletos y llegó a firmar unos cien ejemplares de su obra.
En el diario La Voz y junto a una fotografía de una mujer parada ante uno de los stands de la Feria, la gran periodista Josefina Carabias escribió un artículo destacando cómo estaba creciendo la afición de las mujeres a lectura. Su estilo es ágil y directo, propio de una reportera de raza que, a tantos años de distancia, nos recrea el ambiente de la Feria como si lo estuviéramos viviendo nosotros mismos.
Una mujer observa los libros de un stand de la Feria, en el diario La Voz
La primera Feria del Libro está concurridísima. Da gusto pasear por Recoletos en estas mañanas de primavera y ver cómo la gente se arrima a los puestos en busca de alimento espiritual. Hay de todo. Hombres, mujeres, niños... La música de los altavoces anima mucho. Mientras oye un pasodoble, una jota o el himno de Riego, la gente suelta los cuartos sin sentir... De cuando en cuando la música se acaba, y entonces se oye una voz potentísima y desconocida, que parece la voz de nuestra conciencia, que nos grita: "Acérquese usted al puesto de la Sociedad tal y compre las obras del eximio escritor Fulano de Tal... ¡Luego será tarde! ¡Apresúrese!...”
La periodista entabla conversación con la cajera de uno de los puestos, que le habla de lo bien que van las ventas:
—¿Qué clase de público es el que más compra?
—No es posible determinarlo. Abundan mucho los estudiantes, y en proporción son casi los que más libros adquieren…
—Además de estudiantes...
—Lo que más se nota es la gran afición a la lectura de las mujeres. No hay hora del día en que no haya cuatro o cinco pegadas al puesto. Y son mujeres de todas las clases sociales. Desde las modistillas que se dan una vueltecita por aquí antes de entrar y después de salir del taller, hasta las damas elegantes que se apean de unos magníficos automóviles. Sin que falten tampoco las mujeres del pueblo, que si no pueden otra cosa compran una novela de treinta céntimos..
Entre estas novelas baratas de 30 céntimos, además de autores poco conocidos, se podían adquirir obras como ‘Sonata de estío’, de Valle-Inclán o ‘La ilustre fregona’, de Cervantes. En general, los libros baratos de cualquier temática fueron los de mayor éxito. Interesaban mucho las obras sobre sexualidad, las biografías (la más vendida fue una de Pío Baroja sobre la vida del militar Juan Van Halen) y las obras de autores como Lenin y Marx, muy en boga en esos años en toda Europa tras el triunfo de la revolución soviética.
Una buena imagen del ambiente de la Feria se puede ver en Nuevo Mundo, bajo una crónica en la que se resalta el cambio que por unos días había experimentado el Paseo de Recoletos:
Nuestro Paseo de Recoletos—que estaba entre lo burgués y lo frívolo—se ha intelectualizado. Por siete días nada más; pero algo es algo... Hasta ahora, juegos de chiquillos, paseos de burguesitas, tertulias en las noches de verano. Cafés nuevos surgían muy frecuentemente. En cuanto el buen tiempo asomaba, la planta más abundante de los jardines de Recoletos era el velador. Sin embargo, en todo este paisaje urbano no había una sola librería. La gran mole de la Biblioteca Nacional, apartada, como al margen, no lograba intelectualizar el Paseo: su vida callada y erudita—allá, al fondo del enorme edificio—permanecía ignorada de la multitud. Y he aquí que en este Paseo sin librerías, el libro llega de pronto y planta sus tiendas a lo largo de un buen trecho. Llega el libro alegremente, vocingleramente. Le acompañan elogios v músicas…
Ambiente en el Paseo de Recoletos durante la I Feria del Libro, en Nuevo Mundo
En la siguiente Feria, en mayo de 1934, hubo 40 stands, el doble que el año anterior, uno de ellos de una editorial mexicana, además de otras novedades. Los discursos de inauguración se dieron por los micrófonos instalados en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional, hubo conciertos nocturnos de la Banda Republicana, dado que se podían comprar libros hasta la medianoche, y en las casetas podían verse carteles contra el libro prestado entre particulares, costumbre muy arraigada que naturalmente hacía que bajaran las ventas.
En esta fotografía de la revista Crónica podemos ver la fachada de la Biblioteca Nacional tras los stands.
La fachada de la Biblioteca Nacional tras los stands de la Feria del Libro, en Crónica
Y en esta otra publicada por Mundo Gráfico vemos, sobre la imagen de una joven con un libro, la entrada a la Feria entre altas columnas junto al Palacio de Linares, lo que hoy es la Casa de América. Los stands se prolongaban hasta Colón.
Fotografía de la entrada a la Feria junto a la imagen de una joven con un libro, en Mundo Gráfico
En el diario republicano Luz, auspiciado por José Ortega y Gasset, podemos leer una curiosa noticia sobre el primer día de la Feria de 1934:
Como récord de venta en el primer día puede señalarse el obtenido por el stand donde se expendía la Biblia, editada por la Sociedad Bíblica. Entre ejemplares completos y porciones (Nuevo Testamento, etc.) se calculan aproximadamente 13.000 los que el público madrileño adquirió en el día de ayer. Cuantos se aproximaban a la caseta contemplaban con gran curiosidad las ediciones en idiomas extranjeros, algunos tan extraños como el siriaco, el malagasi, el ila y otros, de los cuales había expuestos gran cantidad de volúmenes
El poeta y dramaturgo Manuel Machado, hermano mayor de Antonio Machado, escribe en La Libertad, uno de los periódicos de mayor difusión, un suelto en el que dice:
Difícilmente se encuentra un librero español, en grande o en chico, que manifieste de un modo, siquiera pasivo u ocasional, el más mínimo amor de las Letras ni de las Artes…
Duras y sorprendentes palabras que Manuel Machado lima al final de su artículo diciendo que hay excepciones a esa regla general:
Y una de esas excepciones —alabada sea—la constituye el meritorio grupo de editores y libreros iniciador, mantenedor y propulsor de la Feria del Libro que se está celebrando en Madrid.
En la revista Estampa podemos ver otra crítica, pero esta en forma de caricatura y dirigida a los nuevos ricos. En el texto que acompañada la viñeta se lee el siguiente diálogo entre el librero y el comprador:
-Este libro es, seguramente, el que ha obtenido más éxito este año.
-¡Ah! ¿Sí? Entonces, póngame media docena.
Viñeta satírica de los nuevos ricos comprando libros, en Estampa
Los discursos radiados fueron en aumento en esta edición. Hablaron por los micrófonos de Unión Radio, entre otros, el doctor Gregorio Marañón, que dio una conferencia sobre el libro y la juventud y el escritor Benjamín Jarnés, que lo hizo sobre la mujer y el libro. El director de la Biblioteca Nacional, Miguel Artigas, por su parte, en una intervención que reprodujo el diario El Sol, dejó constancia de cómo había crecido el afán de leer:
…En la mayor parte de las bibliotecas públicas de Madrid, empezando por la Nacional, a la cual acuden más de tres mil lectores diariamente, todos los días y a todas las horas se llenan las salas de lectura, y los lectores tienen que esperar pacientes a que algunos asientos queden vacíos…
La II Feria del Libro fue de nuevo un gran éxito de público, como se ve en la revista Diablo Mundo
Por los altavoces situados en el recorrido de la Feria también se pudo escuchar la voz de la actriz Carmen Ruiz Moragas leyendo poemas. La actriz, amante del rey Alfonso XIII, con quien tuvo dos hijos, repitió al año siguiente recitando poesías de Lope de Vega.
En resumen, la Feria de 1934, como se puede apreciar en esta fotografía de la revista Diablo Mundo, fue un éxito completo con el público llenando a diario el Paseo de Recoletos.
La edición de 1935 se caracterizó por la lluvia, que estuvo cayendo durante la mayor parte de los días de la Feria. Algún periódico llegó a decir que mayo parecía noviembre, porque además la temperatura fue anormalmente más baja de lo normal.
Una de las novedades de este año fue el tablado montado en la plaza de Colón para los niños, que fueron los grandes protagonistas dado que cientos de ellos abandonaban la escuela durante unas horas para desfilar por los stands junto a sus maestros. Cada día unos cuantos colegios madrileños visitaban la Feria.
Además de actuaciones de corales y de las Bandas Republicana y Municipal, en el tablado de Colón estaba programada la actuación durante varios días del grupo de guiñol La Tarumba. La primera obra de las cuatro previstas era el Retablillo de Don Cristóbal, de Federico García Lorca.
En el diario Ahora del 8 de mayo podemos leer que algunos muñecos del guiñol iba a moverlos el propio autor, pero debido a la lluvia se suspendió la función y se retrasó un día y otro hasta el 12. No hay ninguna otra información al respecto, pero es de suponer que García Lorca acudió a entretener a niños y mayores.
El Sol, que daba una amplia cobertura diaria del desarrollo de la Feria, informó en titulares de las preferencias del público ese año:
Las biografías, libros de historia y de técnicas diversas se clasifican en primer término. Decadencia de la novela y exaltación de la poesía
También los libros infantiles tenían una gran venta debido a la presencia masiva de escolares con sus profesores. A la vista de ello, el diario católico El Siglo Futuro alertó del peligro que suponía para los pequeños el estar expuestos a libros de toda clase.
El periódico le dedicó la foto de portada con el titular: ¡Cuidad de los niños!
Niños ante un stand de la Feria en la portada del diario El Siglo Futuro
En la última edición de la Feria antes de la Guerra Civil, la de mayo de 1936, iba a nacer una iniciativa que es hoy una feliz realidad, la del contacto directo del autor con el lector. Meses antes de la celebración lo había acordado el comité organizador y así lo contaba el diario La Libertad (29/3/1936):
El Comité, fiel al espíritu de la misión que se le tiene encomendada, se preocupa de conseguir, dentro de lo posible, un mayor contacto entre el autor y el público, con el firme convencimiento de que, con motivo del magno certamen que representa la Feria del Libro, el autor adquirirá un conocimiento directo de las reacciones, gustos y preferencias que sus lectores tienen. Es, pues, proyecto del Comité ejecutivo de la IV Feria del Libro de Madrid dedicar uno de los «stands» a todos aquellos autores que, compartiendo la opinión apuntada, quieran vender sus obras ellos mismos al público, recogiendo cuantas experiencias vivas y provechosas proporciona ese supremo juez y crítico que es el lector.
El presidente de la República, Manuel Azaña, recorriendo la Feria en mayo de 1936, en el diario Ahora
La Feria fue inaugurada por Manuel Azaña ya como presidente de la República, cargo en el que acababa de suceder a Niceto Alcalá-Zamora, quien lo había sido desde 1931. El diario Ahora le dedicó al acontecimiento la portada y una página interior en la que podemos ver al jefe del Estado en distintos momentos durante su recorrido por los ‘stands’.
El día 28 de mayo se celebró, dentro de la Feria, el Día del Niño, con la asistencia de más de 2.000 escolares acompañados de sus profesores. El diario El Sol lo contaba así:
En la Feria del Libro cada día que pasa la animación es mayor. Ayer jueves hubo momentos en que apenas se cabía dentro del espacio que la Feria abarca. A pesar del hecho de que la bondad del tiempo no llega a ser un hecho definitivo, el público no se retrae, sino que por el contrario acude en mayor número. Ayer, pues, se celebró el Día del Niño con un éxito franco…
En la revista Estampa (13/6/1936) podemos ver unas enternecedoras fotos de niñas en la Feria hojeando cuentos y libros infantiles.
Niñas ante los stands con libros infantiles de la Feria del Libro, en la revista Estampa
La periodista ocasional, Luisa Trigo, hija del novelista Felipe Trigo, intenta entrevistar a una de las niñas:
—¡Qué cosa más linda!
Es un grupito de criaturas preciosas que curiosea en un stand con el gesto del bibliófilo que busca "su libro".
— ¡Oye, oye, gafitas!
Y Gafitas, que es una nena de película, sigue hojeando su volumen. Nos mira, al fin, y le decimos:
—¿Sabes leer?
A través de las gafas sentimos un dardo despreciativo.
— ¡Sí!, responde secamente. Y continúa con ‘Botón Rompetacones’. Nos vuelve la espalda. No nos perdona que lo hayamos dudado.
Luisa Trigo no era periodista. Actuaría en esa ocasión como tal. Fue una excelente médico puericultor. Tuve la suerte de conocerla y visitarla en su casa pues era amiga de mi padre.