Lectoras rompiendo límites. Su presencia a través de los fondos documentales del Archivo de la BNE
La Biblioteca Nacional de España, además de conservar el legado de la historia escrita, tiene su razón de ser por el servicio que ofrece a sus usuarios. La forma de acceder a este templo de la sabiduría, así como el perfil de los estudiosos, lectores e investigadores o investigadoras, ha evolucionado al compás de los tiempos.
Con el nacimiento de la Real Biblioteca Pública iba a comenzar una de las aventuras culturales más ambiciosas en esa época: un proyecto de almacenamiento del conocimiento, de crecimiento ilimitado, con la voluntad férrea de protegerlo, de custodiarlo y de ponerlo al servicio de los estudiosos.
Felipe V [1] quiso contar con una Librería muy cerca de su palacio, con la idea de preservar manuscritos, libros impresos, instrumentos curiosos, monedas y medallas. Todo ello como huella de su reinado y de tiempos pretéritos. Esta empresa, que más de trescientos años después fue un hito, dispuso al alcance de algunos de sus súbditos el conocimiento, y abrió el camino a otras iniciativas ilustradas. En el primer documento fundacional de 1711, el cuidado y la custodia fueron asuntos trascendentales incidiendo en dos máximas, la imposibilidad de sacar ninguna obra sin licencia y el registro en los índices y catálogos de los nuevos libros que llegaran a las anaquelerías de aquel recinto.
Fueron las Constituciones de Juan de Santander (1712-1783), publicadas en 1762 bajo el reinado de Carlos III, las que establecieron por primera vez detalladas recomendaciones para evitar que se viera alterado el cuidado de la Real Biblioteca y la custodia de sus fondos. Los días de apertura, el horario, el control sobre los documentos, la observancia para impedir copias de cualquier libro sin tener la licencia real, el sello que identificaría la procedencia de los libros y otros asuntos de orden interno quedaron recogidos en un documento estructurado en dieciséis capítulos.
En el Capítulo I dedicado a la Conservación y aumentos de la Real Biblioteca se reseña la existencia de un cuerpo de guardia que, siguiendo las instrucciones del Bibliotecario Mayor, tenía la responsabilidad de registrar a los que entraren o salieren de ella, no dejando sacar libro alguno, y si hubiese quien lo intentare le detendrán y dará cuenta al Bibliotecario Mayor o a alguno de los quatro Bibliotecarios. El apartado séptimo recoge otros elementos de control de acceso referidos a la forma de ir vestidos, no exentos de interés [2]. Por si fuera poco, queda esclarecido un derecho de admisión que privaba a la mujer del acceso en días y horas de estudio. Excepcionalmente, podían ingresar para su visita en los días de fiesta y con el permiso del Bibliotecario Mayor. Excesiva prevención, si pensamos que el número de mujeres instruidas e ilustradas era ciertamente limitado [3]. En cualquier caso, se cortó de raíz cualquier voluntad femenina de ingresar en un espacio destinado tradicionalmente al crecimiento intelectual de hombres insignes, de estado, ciencia y religión.
No sabemos si la misma Josefa Amar y Borbón (1749-1833) u otras bachilleras se plantearon solicitar el acceso a la Real Biblioteca como hizo María Antonia Gutiérrez Bueno y Aoiz (1781-1874), siendo hasta la fecha la primera mujer que manifestó alguna inquietud por entrar a este lugar más allá de los días feriados [4]. Las Constituciones de tiempos de Carlos III [5] tuvieron que ser modificadas para poder satisfacer su solicitud, dirigida al “Ministro de la Gobernación de la Península” el 12 de enero de 1837, siendo Bibliotecario Mayor Joaquín María Patiño (1775-1848) [6].
En una nota marginal de la solicitud se insta a que el Bibliotecario Mayor haga un informe, que Joaquín Patiño remitirá el 16 de febrero al Secretario de Estado. En otro apunte marginal del oficio firmado por el Bibliotecario, se hace todo un alegato en favor del acceso de las mujeres frente al argumento de Patiño, que se remite a las Constituciones, que no permitían dicho ingreso: No alcanza la masa que razón pudieron tener los reglamentaristas de la Biblioteca para cerrar las puertas a las mujeres: los nombres de una Genlis, de una Stäel y otros infinitos son suficiente respuesta a esa práctica monacal. No parece sino el genio del oscurantismo derrotado ya por el hombre aún conserva su imperio sobre la mujer: esta mitad del pueblo tiene todavía en España convento donde encerrarse y no bibliotecas donde instruirse. La ilustración de V. E. podía desterrar este precepto bárbaro, mandando que así en la Biblioteca Nacional como en las públicas del Reino puedan entrar las mujeres de igual modo que los hombres. El informe redactado por el Bibliotecario alude a la imposibilidad de sacar libros, también reflejado en las Constituciones, y en la necesidad de buscar un espacio segregado [7] del de los hombres, para cumplir de esta manera con el espíritu de los Estatutos y complaciendo al mismo tiempo a una persona doblemente recomendable por el sexo a que pertenece y por el útil empleo que hace de sus ocios [8].
Por Real Orden de 27 de febrero de 1837 la Reina María Cristina [9] concedió el permiso para que tanto María Antonia Gutiérrez Bueno, como otras mujeres que lo solicitasen, pudieran traspasar ese umbral. Sin embargo, el Bibliotecario continuó poniendo de manifiesto algunos inconvenientes [10] que, no obstante, fueron solventados [11].
De repente, se abrió un compás de espera en el que el silencio y la sombra del tiempo ahuyentaron cualquier otra noticia sobre la presencia femenina en esa sala o en cualquier otra estancia del palacio del marqués de Alcañices [12]. Por lo tanto, no resulta una tarea fácil rastrear los días que pudo acudir o si el camino abierto por ella, fue transitado por alguna otra mujer de forma silenciosa.
Desde aquel momento hasta la entrada en vigor del Reglamento de 1858 [13], no aparece ninguna mención específica referida al acceso femenino a la Biblioteca Nacional. En dicho texto, el Título I recoge el genérico “uso público” [14]. Dicho reglamento regula el régimen interior detallando las obligaciones de los empleados, el ingreso de los mismos en sus diferentes categorías [15] y la necesidad de mantener actualizados los índices. En el Título XIV “Del servicio público” se establece el horario y los días de cierre, y el control del acceso del público por parte de los porteros, eludiendo cualquier referencia más concreta a la presencia femenina.
En esta búsqueda por comprender cómo se pudo producir esa gradual apertura, es necesario tener presente la situación política y social. La coyuntura proporcionada por los gobiernos liberales brindó la posibilidad de romper las barreras ideológicas más tradicionales y abrir de forma pausada el acceso al conocimiento, a la instrucción y educación de las mujeres. En este sentido, la legislación fue avanzando lentamente desde los años veinte y treinta del siglo XIX. Sin embargo, este proceso tuvo que esquivar obstáculos, como la falta de recursos económicos para llevar a cabo las reformas y la dificultad para transformar las mentalidades y romper con la bien anclada y ancestral idea de que la mujer no estaba dotada para las empresas intelectuales, salvo casos excepcionales que contaron con apoyos concretos. Al fin, el siglo XX recogerá las experiencias anteriores y apadrinará nuevas iniciativas, definiendo una nueva realidad, atendiendo al ritmo que las instituciones políticas fueron marcando.
La documentación que se conserva en los archivos de algunos de los establecimientos culturales, como el que nos ocupa, puede arrojar alguna luz para desenterrar los nombres de algunas mujeres que siguieron la estela de aquella heroína decimonónica. Los libros administrativos pueden ser esta brújula que nos ayude a desbrozar el camino. La documentación conservada en el Archivo de la Biblioteca Nacional [16] está muy segmentada, no siendo fácil definir un panorama uniforme. Sin embargo, algunos datos pueden sentar la base para establecer algunas coordenadas respecto a las inquietudes de las mujeres para conseguir una formación más sólida y defender su entrada en los templos de la cultura.
En este intento nos hemos fijado en los Libros de registro de préstamo de obras solicitadas para su consulta y en los Libros de registro de la solicitud de tarjetas o carnés, así como en los Libros de registro de carnés temporales o Libro de registro de volantes [17].
En el caso de los Libros de registro de préstamo recogen información referida al solicitante, su dirección, las fechas de salida y devolución de la obra, el libro solicitado, el autor y signatura. Desde el punto de vista sociológico resulta muy revelador conocer qué tipo de libros solicitaban las lectoras y sus intereses frente a los de sus compañeros. En el Archivo de la Biblioteca Nacional se conservan algunos de estos registros. Uno de ellos, contiene referencias de finales del siglo XIX [18], comienza con un primer asiento del 23 de febrero de 1899 y abarca hasta 1925. De un total de 196 asientos, solo ocho solicitudes fueron de usuarias. Hasta 1913 [19] no queda consignado el nombre de una mujer, siendo dos las solicitantes en ese año. Pilar F. Campón, que el 6 de septiembre de 1913 solicitaba la obra publicada en 1888 Gramática Española [20], teniéndola que devolver el 2 de octubre de ese mismo año [21]. Un tratado de estadística fue la solicitud de Obdulia Martin con un mes para su estudio. En el apunte no se indica la signatura pero en el catálogo de la BNE se registran tres volúmenes del autor de la obra: Manuel Mínguez y Vicente [22].
Tres años más tarde, el Tratado de pintura [23] de Pacheco de 1866 fue pedido por Zoleida Ofelia de la Peña. Al año siguiente, Pura Vielau consultó por espacio de un mes la obra de Josefa Amar y Borbón Discurso sobre la educación física [24].
En 1921 María Gloria Manero consultó Historia de la vida del hombre de Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809), jesuita filólogo y lingüista además de estudioso de las matemáticas y astronomía. En el mes de marzo de ese mismo año, Emilia Latorre consultó Boy, del jesuita padre Coloma [25], novela publicada en 1910.
Estas peticiones se cursaban por medio de una papeleta dirigida al Director de la Biblioteca [26]. En este libro se conserva suelto un volante de María Larrica fechado en1923 solicitando otra novela de Luis Coloma, Pequeñeces.
Esta tímida y casi testimonial presencia femenina en la Biblioteca Nacional se fue haciendo cada vez más persistente a lo largo del siglo pasado. A ello contribuyó que el horizonte de la educación se viera fortalecido, al menos, en los grandes núcleos urbanos. La enseñanza para adultas, la institucionalización de los estudios complementarios [27] y su ingreso en la universidad canalizaron y ampliaron la oferta educativa. Por otro lado, un nuevo clima de reformas durante la República proclamada el 14 de abril de 1931 y el nuevo texto constitucional garantizaron, al menos por un tiempo, una nueva realidad. Esta coyuntura se vio reflejada en las reformas educativas llevadas a cabo en la primera y segunda enseñanza junto a una paralela política bibliotecaria, preferentemente encaminada hacia el campo de la lectura pública, como pone de manifiesto Pilar Faus [28].
Fiel a esta idea, la Biblioteca Nacional, a comienzo de los años treinta, [29] ofreció un aumento de servicios ampliando días y horarios de apertura, así como la apertura de una Sala General con fondos a propósito para estudiantes de segunda enseñanza, obreros, lectores de novelas y libros de amena literatura. Con la inauguración de esta Sala General, se ha resuelto uno de los problemas más graves de la Biblioteca [30]. En definitiva, una Biblioteca abierta, pensada para eruditos pero también para obreros [31]. Los primeros tendrían su espacio en la sala de Estudio, denominada en la actualidad Sala María Moliner [32], alojada en el corazón del edificio y con una disposición de 280 pupitres.
La nueva sala se instaló en la planta baja con una capacidad para trescientos lectores.
Las solicitudes en la sala de consulta también se realizaban a partir de unas papeletas como la que sigue a continuación, fechada el 28 de junio de 1934 y en la que se incluye la petición de datos personales con fines estadísticos [33].
Fue precisamente en estas fechas cuando se incorporó el control de acceso mediante un carné o tarjeta de lector:
Se comprende que para frecuentar esta Sala donde el lector maneja y consulta libros sin limitación en el número y con absoluta libertad, hay que exigir de parte de los lectores ciertas garantías. Siguiendo el ejemplo de otras Bibliotecas, se ha establecido la tarjeta de lector, en la que consta el nombre y apellidos, el domicilio y la firma autógrafa. Una pequeña fotografía va pegada en uno de los ángulos. La adquisición de la tarjeta es gratuita; pero es indispensable para obtenerla ser el solicitante persona dedicada al estudio, poseedora de algún título universitario o conocida como cultivadora de la ciencia. Otra tarjeta semejante queda en el archivo de la Secretaría para comprobar en cada caso los datos que sean necesarios. Había quien creía que la novedad de esta reforma, los trámites y requisitos previos enojarían a los futuros lectores y que no serían muy numerosos los que los cumpliesen. Los pronósticos fallaron esta vez y las tres mil quinientas tarjetas que van expedidas son claro testimonio del éxito de esta reforma [34].
El Libro de registro de carnés (1931-1936) [35] es uno de los instrumentos documentales para conocer cuándo se comenzaron a expedir las tarjetas.
En 1931 se autorizaron 159 carnés, con validez para un año. Y solo un año después, en 1932 se anotaron un total de 2567 tarjetas. En 1935 se procedió a publicar las Instrucciones para la obtención de la tarjeta de lector [36], recogiéndose que hasta ese momento se habían expedido más de diez mil carnés lo que provocó “desorden y dificultades”, teniendo que arbitrar algunos criterios para la concesión de las mismas. Entre las normas que se establecieron: acreditar su personalidad por medio de un documento oficial, designar a personas de autoridad científica por si la Biblioteca solicitara algún informe de la persona solicitante, acreditar sus estudios por medio de sus trabajos, investigaciones o publicaciones, entregar dos fotografías y, por último, aceptar y cumplir el Reglamento de la institución.
Sabemos que la primera tarjeta solicitada por una mujer se registró el 29 de octubre de 1931 a nombre de Alice B. Gould [37], norteamericana con residencia en el hotel Victoria. Las dos primeras del año 1932 fueron las tarjetas con número 226 y 227 con fecha 23 de enero [38]. Naturalmente el número de usuarias fue creciendo, como también se refleja en los Libros de registro de tarjetas temporales [39]. Archiveras, conservadoras de museos, escritoras, filólogas, profesoras accedieron a la Biblioteca del paseo de Recoletos. Su huella ha quedado recogida en los renglones de estos libros. De algunas de ellas es posible conocer su trayectoria profesional, en muchos de los casos de gran valía y repercusión en el ámbito cultural: María Brey Mariño, Juana Quílez Martí, Francisca Bartolozzi, Adela Tejero Vedate, Francisca Palau Casamitjana, Pilar y Enriqueta Hors Bremes, María Celarain Otermin, Pilar Oliveros Rives, María Luisa Herrera Escudero [40]. En esta nómina cada vez más extensa queremos resaltar la presencia de estudiantes de otras nacionalidades, fundamentalmente francesas, inglesas y, en número significativo, norteamericanas: Jane Whitehill, Marjorie Mott, Margaretta Johnston, Susana Dobelmann, Jacquelin Chaumié [41], y la mencionada Alice Gould.
El citado libro de registro aporta otra información destacada que invita a reflexionar sobre el círculo de amistades o el entorno cultural con el que estaban conectadas las solicitantes de los carnés. Una de las condiciones para solicitar la tarjeta suponía nombrar a algunas personas de reconocida autoridad científica a las cuales pueda dirigirse la Biblioteca en demanda de informes acerca del solicitante y sobre los estudios y trabajos que necesita realizar [42], como profesores y catedráticos de la Universidad Central, de la Junta de Ampliación de Estudios, del Centro de Estudios Históricos, diputados, archiveros y archiveras, bibliotecarias, cónsules y embajadores. Personalidades de la talla de Américo Castro, Pedro Salinas, José Ferrandis, Gregorio Marañón, (como miembro del Patronato de la BN), Miguel Artigas, (Director de la BN), Armando Cotarelo, Elena Páez o María Brey Mariño actuaron como representantes de las solicitantes.
En paralelo a las noticias que aportan estos repertorios documentales, hemos dejado para el final otra categoría que nos arroja algunos datos más. En la Memoria citada se anunciaba la puesta en marcha de los carnés siguiendo el ejemplo de otras Bibliotecas. Una tarjeta gratuita que debía incluir una fotografía y cuyo requisito era tener algún título universitario o acreditar su perfil investigador, como diríamos ahora. La Biblioteca Nacional conserva algunos de estos carnés [43] emitidos en los años treinta y cuarenta, si bien de lectoras, por el momento, solo podemos dar noticia de la tarjeta con número 7420, expedido el 15 de noviembre de 1947 [44].
A pesar de tratarse de unas simples tarjetas de cartón con unos escuetos datos personales, resultan lo suficientemente interesantes para la investigación. La circunstancia de que se incorporen una fotografía ayuda a visibilizar a la persona y a consolidar los datos aportados. La fotografía y la firma se reservaban en el reverso de la tarjeta, indicando en la parte inferior Tarjeta personal e intransferible que será presentada a todo funcionario de la Biblioteca que lo solicite.
No resulta tarea fácil rastrear y recuperar estos documentos. Tenemos noticias de la solicitud de María Ángeles del Río en 1933 de la que se conserva su tarjeta identificada con el número 3198, cuyo registro aparece en el Libro correspondiente de emisión de carnés, donde queda recogida su condición de “Funcionario del Ministerio de Instrucción Pública [45].
Al expedirse estas tarjetas, quedaba en la Secretaría el duplicado o volante, además de su registro en el libro correspondiente. No nos consta la existencia de estos tarjetones ni de los documentos asociados, al menos entre los años treinta y cuarenta. No obstante, no damos por zanjada la posibilidad de que la investigación, a veces caprichosa, nos brinde la posibilidad de explorar este camino.
En este sucinto recorrido hemos querido mostrar cómo la presencia de la mujer en la Biblioteca Nacional fue una realidad palpitante. A pesar de la dificultad de trazar un panorama más esclarecedor, hemos aportado algunas líneas que posteriores investigaciones esclarecerán y ayudarán a erigir la historia de las mujeres lectoras con mayor profundidad. Mujeres que accedieron a la universidad que tuvieron carreras profesionales en diferentes ámbitos y que llegaron a desempeñar cargos importantes. Otras mujeres, veladas por el anonimato, nutrieron centros educativos, trabajaron en archivos, bibliotecas y museos, formando a otras mujeres desde sus respectivas responsabilidades, contribuyendo así a diversificar su presencia en la sociedad.
El 30 de julio de 2019 fueron inauguradas las salas María Moliner y la sala de prensa y revistas Larra.
La Biblioteca dejó de prestar servicio a los lectores el 12 de febrero de 1937. Véase: Panizo Santos (2020), El cierre de la Biblioteca Nacional en su contexto histórico y administrativo. https://www.bne.es/es/blog/blog-bne/el-cierre-de-la-bne-en-su-contento-historico-y-administrativo
BIBLIOGRAFÍA
- Cabanillas Casafranca, África y Serrano de Haro, Amparo 2019), “La mujer en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando (1873-1967)”, Academia, Boletín de la Real Academia de San Fernando, Nº 121, pp.111-136, Madrid.
- Carrión Gútiez, Manuel (1999), La Biblioteca Nacional, Biblioteca Nacional, Biblioteca Nacional, Madrid.
- Colloque international: “La place des femmes dans l’hispanisme: les pionnières”; “Ser mujer e hispanista: el papel de las pioneras”. Universidad Sorbonne Paris Nord-Paris 13 y Universidad SorbonneNouvelle-Paris 3, 6 y 7 de octubre de 2022.
- Constituciones de la Real Biblioteca mandadas guardar por el Rey Nuestro Señor D. Carlos Tercero, Madrid, en la Imprenta de Antonio Pérez de Soto, 1762.
- Faus Sevilla, Pilar (1990) La lectura pública en España y el Plan de Bibliotecas de María Moliner, Colección Documentos ANABAD, Asociación Española de Archiveros, Bibliotecarios, Museólogos y Documentalistas, Madrid.
- Fernández Quintanilla, Paloma (1981), La mujer ilustrada en la España del siglo XVIII, Madrid, Ministerio de Cultura.
- Fundación y Estatutos de la Librería Pública de el Rey D. Phelipe V, Madrid, en la Oficina de Francisco de el Hierro, 1716.
- García Jiménez, Antonio (2022), Tiempo de hambre de libros y se de lectura, Blog BNE. https://www.bne.es/es/blog/blog-bne/tiempo-de-hambre-de-libros-y-sed-de-lectura
- Hernández Carralón, Gema (2012), Eva en la BNE, Blog BNE. https://www.bne.es/es/blog/blog-bne/eva-en-la-bne
- -La Eva Bibliotecaria: Ángela García Rives, primera bibliotecaria española (1913), Blog BNE. https://www.bne.es/es/blog/blog-bne/la-eva-bibliotecaria-en-los-100-ano…
- Instrucciones para la tarjeta de lector. Patronato de la Biblioteca Nacional (1935), Madrid.
- Moleón Gavilanes, Pedro (2012), De pasadizo a palacio. Las casas de la Biblioteca Nacional, Biblioteca Nacional, Madrid.
- Panizo Santos, Ignacio (2020), El cierre de la Biblioteca Nacional en su contexto histórico y administrativo, Blog BNE. https://www.bne.es/es/blog/blog-bne/el-cierre-de-la-bne-en-su-contento-historico-y-administrativo
- Pozo Andrés, María del Pilar del, (2022), “Clara Campoamor y la educación de la nueva mujer madrileña”, Clara Campoamor Rodríguez. Mujer y ciudadana, 1888-1972, Madrid, Ministerio Cultura y Deporte.
- Poveda Sanz, María, (2013), Mujeres y segunda enseñanza en Madrid (1931-1936), Tesis Doctoral, Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Educación, Centro de Formación del Profesorado.
- Ramos Ruiz, Carlos (1963), Nuevo Catálogo de la documentación no incluida con posterioridad, referente a la Actuación General del Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos de la Sección Correspondiente del Ministerio que se custodia en el Archivo General del Ministerio de Educación General, Madrid.
- Reglamento de la Biblioteca Nacional dados por S.M. en 3 y 7 de enero de 1857.
- Reglamento para el Régimen y Servicio de las Biblioteca Públicas del Estado regidas por el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, aprobado por Real decreto de 18 de octubre de 1901.
Fondos documentales. Archivo BNE
- BNE-A, BN L. 036 (1941)
- BNE-A, BN L. 037 (1942)
- BNE-A, BN 0104/06
- BNE-A, BN L. 054
- BNE-A, BN L. 174
- BNE-A, BN L. 201
- BNE-A, BN L. 436
- BNE-A, BN L. 442 L. 455
- BNE-A, BN 2909/0088. Expediente Personal de Clotilde Íñiguez Galíndez
- BN-A, BN 0154/001. Fundación y Estatutos de la Librería Pública de el Rey D. Phelipe V
Fondos documentales. Museo BNE
- BNEM CE0040
- BNEM FD0062
Estupendo artículo. ¡Muchas felicidades!