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Una niña lectora

Una niña lectora
20 de Julio de 2010

¿Sabía la Virgen leer ya antes de nacer o tuvo que aprender las letras como cualquier niña? Todos hemos visto estos días en la prensa el descubrimiento de un Velázquez en los sótanos de una Universidad americana, el cual trata precisamente de ese tema: Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Se trata de un magnífico lienzo que, pintado o no por el artista, se revela como la obra de un gran maestro: la tensión de las miradas, el clima tenebrista, el intimismo de la escena, la hermosa dignidad de la mujer madura…

Pero dejemos de lado la divertida novela de la atribución en la que todos los especialistas andan enzarzados y volvamos nuestros ojos hacia el propio cuadro. La escena nos muestra un ambiente doméstico y humilde, en el que, observadas por el padre, una madre enseña a su hija las primeras letras, seguramente sobre unas Escrituras hebreas. La imagen capta, como en Las Meninas, un misterioso momento de suspensión en la actividad en que la mirada de ambas se detiene, mientras sus dedos apuntan sobre el mismo renglón del libro que tienen delante.

Virgen2El tema es relativamente frecuente en el barroco de la Europa católica, aunque bajo una estricta vigilancia censora por parte de la Iglesia que, tras la Contrarreforma, examinó muy de cerca cómo debía tratar el arte los asuntos religiosos. Y en particular lo relativo a la Virgen, que era minuciosamente auscultado, habida cuenta, por un lado, de los ofensas de los protestantes a María, y, por otro, de la popularidad de una figura que encarnaba la sublimación de la belleza femenina y la comprensión hacia las debilidades humanas. En particular, el tema del aprendizaje lector de la Virgen fue muy debatido, pues rozaba la heterodoxia, como una extravagancia «indecorosa». Pero a los pintores y a sus clientes les gustaba: Rubens, La Tour, Guido Reni, Murillo, ahora Velázquez… Y también a los escultores. El Museo Nacional Colegio de San Gregorio, en Valladolid, que contiene una excepcional colección escultórica, conserva algunos excelentes ejemplares del tema, pertenecientes ya al barroco tardío, como la Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, una pieza realizada por Juan Porcel.

En la Sevilla del siglo XVII, el tema fue discutido. El gran teórico de su tiempo, Francisco Pacheco, en su Arte de la Pintura, preocupado por la dimensión teológica del tema —no en vano era censor para la Inquisición—, se mostraba totalmente contrario: aunque reconoce que es un tema "abrazado del vulgo", argumenta que la perfección de la madre de Dios no podía necesitar del magisterio de las criaturas normales. La Virgen tuvo, desde el instante de su concepción, perfecto uso de razón y le fue infundida más ciencia que a Adán y a Salomón juntos. Tuvo don de lenguas, comprendió sin ayuda los misterios de la Trinidad y la Encarnación, y fue maestra de los ángeles, de los Apóstoles y hasta del mismo Cristo. ¿Cómo iba a necesitar aprender a leer? Recibir lecciones de su madre habría revelado un analfabetismo inadmisible… Pero los argumentos de Pacheco no lograron impedir la difusión del gusto por esta escena, que tanto complacía a los contemporáneos, pues apreciaban en ella la idea humana de un ser celestial, pero a la vez ignorante y obligado al esfuerzo y la disciplina. El motivo artístico no deja de representar, por lo demás, el creciente papel del libro en la sociedad europea.

VirgenEn el siglo XVIII el tema cobró nuevo auge, pero con un matiz claramente distinto. Después del "siglo del infierno", la nueva sociedad se toma un respiro de placer y emerge una nueva sensibilidad estética que permite conciliar, en los temas religiosos, goce mundano y moral cristiana. El tema de la Virgen aprendiendo a leer adquiere, en una sociedad obsesionada por el tema de la educación, nuevos vuelos. La Ilustración permitirá la entrada en la escena social de dos nuevos actores decisivos en la modernización cultural. Uno, la mujer, que se convierte en el centro simbólico del siglo: su cultura se feminiza y, de hecho, las más poderosas alcanzaron un insólito ascendiente sobre la vida pública, interviniendo en política, dirigiendo salones, mandando en las costumbres e imponiendo un gusto por lo blando, lo ligero, lo curvilíneo y los colores suaves y apastelados. El otro es el niño, un verdadero "descubrimiento", entendido como un ser necesitado de atenciones específicas (es el siglo que inventa el biberón), un sujeto que debe ser instruido para alcanzar autonomía en la sociedad humana.

¿Qué duda cabe de que esta celebración de la femineidad y el valor dado a la instrucción infantil no podían sino conjugarse y dar nueva vida al tema de esta excepcional niña lectora?

María Bolaños Atienza Directora del Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid

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