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Los archivos personales: una puerta a la intimidad
La colección de archivos personales del Servicio de Manuscritos e Incunables abre una puerta a la intimidad de los autores que les dieron vida.
Cuando Pandora recibió de Júpiter una caja cerrada para que se la entregara como regalo de boda a su esposo Epimeteo, la curiosidad que le invadió fue tan grande que no pudo resistirse a destaparla a pesar de las advertencias. No me atreveré a equiparar la curiosidad de Pandora con la que llega a sentir un bibliotecario, cuando llega a sus manos el arcón desordenado de una existencia humana”, o lo que es lo mismo, un archivo personal. El bibliotecario sentirá deseos de adelantarse a la presentación” del nuevo huésped, para que antes de que empiece a hablar a través de los testimonios que solo él conoce, sea capaz de organizar su equipaje. No será sencillo al principio, si su autor no fue cuidadoso en organizarlo o si sus herederos no mimaron el legado que recibieron.
Pese a todo, el receptor deberá abrir el arcón para dejar salir la intimidad, la inspiración, la creatividad, que permanecían encerradas a la espera de ser descubiertas. Su correspondencia, los borradores de sus obras, las anotaciones presurosas en pequeños trozos de papel, en suma, sus recuerdos nos hablarán del paso por la vida de alguien, que quiere compartir con los demás cómo fueron sus vivencias personales y profesionales. A partir de ese momento, aparecerá la persona que está detrás del escritor, compartiendo confesiones, primero con el bibliotecario/archivero que se convertirá paulatinamente en cómplice de sus secretos y después, con el curioso/investigador que querrá descubrir lo que todavía desconoce.
Finalmente, un minucioso trabajo de organización, reflejado en ordenados inventarios o en amigables bases de datos, mostrará el hospedaje que se le ha dado al nuevo inquilino. Sin embargo, no siempre el acomodo es tan sencillo, ni los resultados satisfacen plenamente, o bien, porque ni el autor, ni sus herederos conocen el valor de su bagaje, o por un excesivo pudor por parte de su entorno, que quiere proteger su intimidad. La madre de Julio Cortázar decidió quemar casi todas las cartas de su hijo y lo justificaba de la siguiente manera: Lo que teníamos que decirnos en nuestras cartas a lo largo de tanto años fue dicho, y los dos recibimos nuestros mensajes que eran solamente para nosotros”. También el miedo puede llevar a los herederos de un archivo personal a destruir documentación que consideran espinosa, por no haber olvidado las secuelas del destierro. Gabriel Alomar, ensayista, político mallorquín y autor muy comprometido con la Segunda República, sufrió el exilio en soledad, separado de su familia, al acabar la guerra civil. Al estudiar su archivo, conservado en la Biblioteca Nacional, no encontramos más que una veintena de anotaciones presurosas, imposibles de asociar a una obra determinada, textos mecanografiados incompletos y algunos borradores de artículos de escaso interés por su nulo compromiso ideológico. Ante este panorama es inevitable preguntarse si hubo expurgo previo a la entrega de su archivo. Desconocemos la respuesta, pero lamentamos que estas lagunas abran una brecha en nuestro acercamiento a la figura de Gabriel Alomar.
Se podrían seguir enumerando ejemplos de legados que bajo el marbete de archivo personal reúnen un conjunto deslavazado de documentos. El bibliotecario contemplará entonces desilusionado cómo su trabajo queda incompleto y, en un esfuerzo por reconstruir ese archivo personal, iniciará la búsqueda interminable de lo que no tiene, en muchas ocasiones, sin resultados. Pero también habrá momentos de sorpresa, fascinación y, en especial, de profundo agradecimiento. Amigos leales que recuperaron el legado de su compañero, olvidado y abandonado en manos de sus herederos, y que no escatimarán en pagar lo que se les pide, para lograr que se conserve en mejores condiciones (Archivo de Edgar Neville), o aquella viuda obligada por la situación política del momento a vivir en el exilio y que no dudará en hacer llegar a España el archivo de su marido, cuando las circunstancias lo permitan (Archivo de Gabriel Alomar) o aquel nieto que cuando se entera de que la Biblioteca Nacional conserva parte del archivo de su abuelo, inmediatamente decide enviar gratuitamente los manuscritos autógrafos que conservaba celosamente en su hogar, en un acto de absoluta generosidad (Archivo de Juan Luis Estelrich), etc.
Gracias a todos ellos, la colección de archivos personales del Servicio de Manuscritos e Incunables de la Biblioteca Nacional reúne algo más que simples papeles, al ofrecer al investigador una puerta abierta a la intimidad de los autores que les dieron vida.