Primeros años

En 1923 convenció a su reticente padre para irse a estudiar a Madrid, y aunque supuestamente iba a prepararse en funciones de secretaria, su verdadero interés estaba en el mundo del arte. Primero se alojó en el colegio de monjas de San Luis de los Franceses, pero enseguida consiguió una beca para instalarse en la Residencia de Señoritas, dirigida por María de Maeztu, donde se respiraba un ambiente liberal en el que se podía disfrutar de conferencias de importantes personalidades de la cultura de la época y de excursiones al aire libre, siguiendo el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza. Allí se hizo amiga de la que se convertiría en destacada periodista Josefina Carabias y de Marina Romero, a quien ilustró su libro Poemas. A. (1935)

En 1925 comenzó a estudiar en la Escuela de Artes y Oficios, donde aprendió la aplicación práctica de la pintura, más allá de su función decorativa. A partir de 1926 compaginó su asistencia a estas clases con su inscripción en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde coincidió con la que sería su gran amiga Francis Bartolozzi y tuvo como profesores a destacados artistas como Julio Romero de Torres o José Moreno Carbonero.

Inicio de su carrera

1930 es un año importante para su trayectoria. Ya con el nombre artístico de Delhy, participó con sus ilustraciones en el Salón de Humoristas (donde coincide con Remedios Varo), comenzó su colaboración con la revista Macaco, para la que ilustró obras infantiles, y fue seleccionada para la Exposición Nacional de Bellas Artes, la misma en la que dos años más tarde ganará una medalla por su tríptico Castilla. Además, a partir de ese año inició su colaboración con las cabeceras de Presa Gráfica, entre las que destacaban La Esfera y Crónica, para la que ilustrará folletines como La Venus Bolchevique (1932), obra de El Caballero Audaz.

En 1931 fue nombrada profesora de pintura mural de la Escuela de Artes y Oficios, lo que le permite ganarse la vida. Dos años después, el Circulo de Bellas Artes de Madrid organizó una amplia muestra de su obra, que incluía distintas técnicas y donde abundaba la temática oriental y zamorana, y aparecieron sus famosas brujas, seres que convirtió en personajes simpáticos que ayudan a los demás. En 1934 se encargó de realizar el mural de los cines situados en el Palacio de la Prensa (edificio en el que ella misma vivió), una obra que se ha perdido.

La mezcla de pertenencia a su tierra y de ansias de cosmopolitismo la llevó a realizar viajes por Bélgica y Francia, donde mejoró su formación. En uno de estos viajes, cuando estaba en Marruecos, le sorprendió el estallido de la Guerra Civil. Hasta entonces había llevado una vida desacomplejada e independiente, caracterizada por su interés por las corrientes más vanguardistas del arte y su forma de vestir desenfada; era una mujer moderna que simbolizaba el avance de la condición femenina de los años 20 y de la República. La nueva situación política la angustiaba y en 1937 consiguió irse a Florencia para ampliar sus estudios, aprovechando para viajar por el sur de Italia. Un año después se instaló en París, donde se movió entre los círculos teósofos y surrealistas, haciéndose muy amiga de Óscar Domínguez y participando en una exposición con los máximos exponentes del movimiento surrealista.

De regreso en España, en los años 40 trabajó principalmente como muralista. Tras su conversión religiosa, que la acercó a personajes de acérrimo catolicismo, renegó de su obra anterior y se volcó en creaciones que ponían el foco en la espiritualidad. Durante años siguió ilustrando libros y participando en exposiciones, como la celebrada en Santander en 1952 sobre arte abstracto, en la que fue la única mujer representada. En los años 60 se dedicó sobre todo a la decoración de iglesias y se mantuvo trabajando hasta el último momento.

(Servicio de Información Bibliográfica)