El desvelado cantaor Manuel Torres
Desde su origen, el flamenco ha pivotado sobre dos estéticas musicales bien diferentes, pero absolutamente complementarias para aquellos aficionados que no se mueven en el terreno de los prejuicios y la estrechez de miras. De un lado, el flamenco interpretado por cantaores de amplio registro, versátiles, de generosa musicalidad; y de otra, artistas de voces oscuras y magnéticas, con una innata capacidad de emocionar. Entre los primeros, Antonio Chacón destaca como el papa flamenco que fue; entre los últimos, Manuel Torres, el más adorado referente del cante gitano.
Manuel Torres
Fallecido en 1933, quienes deseen valorar el arte de este último solo podrán recurrir a sus grabaciones en discos de 78 rpm (conocidos como discos de pizarra) y a los testimonios de sus coetáneos. Pero, ¿cómo hacerlo cuando reina el exceso y la contradicción en torno a su figura?, ¿cómo esclarecer un misterio flamenco como este?
Comencemos con algunas de las valoraciones que recibió por parte de destacadas personalidades del mundo literario y flamenco.
Fernando el de Triana:
[…] desde hace cuarenta años a la fecha el mejor cantador fue Chacón, pero el que más gañafones le tiraba a uno al alma, era Manuel Torres. Porque este artista era sencillamente inimitable el día que le echaba carbón a sus duendes […]
Rafael Alberti:
Aquella misma noche, y con seguridad y sabiduría semejantes a las que un Góngora o un Mallarmé hubieran demostrado al hablar de su estética, nos confesó Fallecido en 1933, quienes deseen valorar el arte de este último solo podrán recurrir a sus grabaciones en discos de 78 rpm (conocidos como discos de pizarra) y a los testimonios de sus coetáneos. Pero, ¿cómo hacerlo cuando reina el exceso y la contradicción en torno a su figura?, ¿cómo esclarecer un misterio flamenco como este? Comencemos con algunas de las valoraciones que recibió por parte de destacadas personalidades del mundo literario y flamenco. a su modo que no se dejaba ir por lo corriente, lo demasiado conocido, lo trillado por todos, resumiendo al fin su pensamiento con estas magistrales palabras: —En el cante jondo —susurró, las manos duras, de madera, sobre las rodillas— lo que hay que buscar siempre, hasta encontrarlo, es el tronco negro de Faraón [1].
Federico García Lorca, que se refirió a él como «el hombre de mayor cultura en la sangre» que había conocido, dijo también:
Vamos a oír al duende de los duendes, al de los sonidos negros: a Manuel Torres, que ha subido al cielo hace dos meses y sobre cuyo ataúd pusieron unas rosas con mi nombre. Este es, señores, el gran estilo. Manuel: aquí en la hermosa Argentina pongo hoy tu voz, captada en la dramática luna negra del disco de gramófono. Quisiera que, rodeado del inmenso silencio en que estás ahora, oyeras el tumulto de dalias y besos que quisiera poner a tus pies de rey del cantar [2].
Domingo Manfredi Cano:
Hay un poco de mitología con Chacón. Si usted me pone a mí como ejemplo a Manuel Torre yo le diré a usted: Manuel Torre era un tipo humano tan fabuloso y tan grande, que si hubiera nacido en tiempos de los romanos hubiera ido a Roma de cónsul. Y si hubiera nacido en tiempos de los moros, hubiera ido a cualquier parte de embajador de los moros a Castilla. Porque era un tipo humano fabuloso [3].
Antonio Mairena, egregio cantaor pero defensor de una teoría gitanista excluyente, quiso justificar la discografía de Torres (¿qué discografía puede estar a la altura de un mito?) alegando que sus grabaciones fueron realizadas «en un estado de inconsciencia» [4].
En contraposición, José Blas Vega, el más destacado representante de la flamencología moderna, sentenció desde la otra (¡ay!) trinchera:
[...] aunque Antonio Mairena con toda su desbordante imaginación quiera salvar los nefastos discos de Manuel Torres. [...] Aunque dudamos mucho de esa habitual inconsciencia en las numerosas y variadas grabaciones de Manuel Torres, apreciamos algo del más allá que reflejan sus discos, al margen de que la bulería que canta sea la peor que hemos oído a un jerezano [5].
Afortunadamente, otro jerezano, Manuel Ríos Ruiz, aporta algo de sensatez a esta absurda lucha fratricida:
[...] cuantos le escucharon me dijeron siempre que no me fijara de los discos de Manuel Torre, porque no tenían nada que ver, ni por asomo, con su grandiosidad cantaora en una noche de inspiración. Sin embargo, en algunos momentos de su discografía se vislumbra, al menos para mí, su genialidad, la causa de ser un mito partiendo de la realidad [6].
Y resuelve la cuestión Manuel de Falla:
En cuanto a los discos de Diego Bermúdez y Manuel Torres, los encuentro magníficos, y además de un gran interés para el arte, pues servirán muy eficazmente para la conservación de este canto popular extraordinario que estaba en inminente peligro de desaparecer [7].
Alameda Cristina. Jeréz de la Frontera
Por todo lo expuesto, era imprescindible analizar profundamente la vida y obra del jerezano, a fin de desentrañar todos sus periodos vitales y las razones últimas de su arte.
El Jerez de la Frontera que se encontró Manuel Torres al nacer en 1880 fue de una importante actividad flamenca. Muchas de las grandes figuras de finales del siglo XIX seguían en activo, por lo que los ecos seguiriyeros y soleareros estuvieron muy presentes en su formación. Si a este bagaje le añadimos su relación con el gaditano Enrique el Mellizo, uno de los más grandes creadores flamencos, podemos colegir que el corpus de músicas flamencas que llevaba en su cabeza era muy relevante cuando decidió instalarse en la Sevilla del nuevo siglo.
En esa primera etapa profesional, junto a las seguiriyas o soleares, albergó en su repertorio una buena muestra de los cantes más en boga: malagueñas, tangos, tarantas, peteneras, guajiras, farrucas, etc. En su primera incursión discográfica en 1908 para la compañía Odeon, registró veintiún cantes en diez discos de doble cara (uno de ellos fue compartido con María Valencia ‘La Serrana’), perpetuando buena parte de ese catálogo de cantes. Contó con el acompañamiento del guitarrista gaditano Juan Gandulla ‘Habichuela’, de virtuosa técnica para la época.
Su segundo periodo profesional tuvo mucho que ver con el Concurso de Cante Jondo celebrado en Granada en 1922, impulsado por Manuel de Falla y Federico García Lorca, entre otros intelectuales. Bajo la premisa de que el verdadero cante andaluz, una colección de tonadas flamencas denominadas «cante jondo», estaban en trance de desaparición, se celebró un concurso en la Alhambra limitado a los no profesionales. Entre los artistas invitados fuera de concurso, estuvo nuestro personaje.
Este hito en el calendario flamenco no solo propició su segunda sesión de grabación con el acompañamiento guitarrístico de Hijo de Salvador (cuatro cantes en dos discos: dos soleares y dos seguiriyas), sino que le vinculó definitivamente con un grupo de influyentes intelectuales que descubrieron, gracias a su particular forma expresiva, ese flamenco conectado con los sentimientos más profundos del alma humana. En la consecución de estas grabaciones y las de Diego Bermúdez ‘El Tenazas’, fueron fundamentales las gestiones de Manuel de Falla con la compañía Odeon.
Estas dos primeras sesiones discográficas, de carácter acústico, serían ampliadas con tres nuevas visitas al estudio de grabación en 1928, 1929 y 1930, para las compañías Odeon, Gramófono y Parlophon. Realizaría doce registros (seis discos), diez (cinco), y cuatro (dos), respectivamente. La gama de cantes evolucionaría en la línea marcada en 1922, experimentando una mayor presencia los cantes por soleá y seguiriya, y aportando una variedad de cantes que con los años se han convertido en referencias para muchas generaciones de artistas.
Es necesario destacar que, a lo largo de su trayectoria profesional, Manuel Torres mostró dos vertientes bien distintas. De un lado, la del cantaor presente en multitud de escenarios: cafés, celebraciones privadas, teatros o plazas de toros, mostrando una faceta profesional de su arte; y de otro lado, la del genio ensimismado, en continua búsqueda de ese clímax emocional en el que la seguiriya consigue desarrollar toda su carga magnética.
Sirvan, a modo de ejemplo, estos recuerdos de Antonio Díaz Cañabate:
Un cuarto de un colmao sevillano. Por los años de mil novecientos veintitantos. Media noche. Acabamos de entrar en la estancia. Ignacio Sánchez Mejías, un par de franceses amigos suyos, Manuel Torres, otro cantaor y una bailaora y un guitarrista. Íbamos a escuchar al famoso gitano Manuel Torres. Ignacio, gran admirador suyo, nos había estado ponderando su arte durante toda la cena: “Es algo que se estremece. Es algo único. Le oyes una “siguiriya” y ya no te importa morirte. Ya no puede uno encontrar en el mundo una belleza que iguale el cante de Manuel Torres”. El cual se sentó en un rincón y empezó a beber vino, callado, como ausente de la reunión. El otro cantaor, cantó. La bailaora, bailó. Manuel Torres ni miraba la danza ni escuchaba el cante. Ignacio nos informa: “Hay que dejarle. Es un gitano puro”. Y lo dejamos. El otro cantaor, cantaba. La bailaora, bailaba. Nosotros comíamos jamón y pescadito frito y bebíamos manzanilla. Las tres de la madrugada. Manuel Torres pidió aguardiente. Ignacio nos dijo: “Buena señal. Dentro de poco empezará a cantar”. Manuel Torres se bebería sus treinta copas de aguardiente. Empezó... ¿a cantar? No. A hablar. Habló de galgos. Hasta las cinco de la mañana se estuvo hablando de galgos sin parar. Los franceses se durmieron borrachos perdidos. Ignacio y yo, a medios pelos, indignábamos a Manuel Torres con las herejías que decíamos sobre los galgos. Entraron en la habitación las claras del día. Bajito le pregunté a Sánchez Mejías: “¿Tú crees que cantará?”. Y me contestó muy compungido: “Me temo que no. Cuando la toma con los galgos, a lo mejor no canta hasta las dos de la tarde”. Me espanté. “¿Pero nos vamos a estar aquí hasta las dos de la tarde?”. Ignacio, con toda naturalidad, repuso: “¡Ah, claro! Tú no sabes lo que es una “siguiriya” cantada por este hombre”. Lo supe exactamente a las nueve y media de la mañana. De pronto, Manuel Torres empezó a cantar. Realmente era algo impresionante. Los dos franceses despertaron. Los otros artistas oían como en éxtasis. Ignacio Sánchez Mejías, aquel hombre tan hombre, lloraba. Yo tenía la carne de gallina. Recorría mis nervios el escalofrío de la más intensa emoción [9].
Como comentaba al inicio, además de analizar todos estos testimonios, y muchos más, era necesario profundizar en el conocimiento de su vida y obra. Para ello, y con el objetivo de reunir todo este material en un libro-disco titulado Manuel Torres, Colección Carlos Martín Ballester [10], he realizado un seguimiento exhaustivo de toda su trayectoria vital, descubriendo numerosos datos y documentos inéditos. Este trabajo, denominado Vida y obra, da pie a otro igualmente fundamental titulado Análisis del cante y de la guitarra, en el que Ramón Soler Díaz y Norberto Torres Cortés realizan un estudio pormenorizado de todos los registros discográficos localizados. Por último, José Manuel Gamboa estudia la presencia musical de Manuel en los repertorios de artistas posteriores en un artículo titulado Del idolatrado al despistado genio eterno. Estos escritos se complementan con un magnífico prólogo de José Manuel Caballero Bonald: Manuel Torres en su cima.
En lo que se refiere a su obra, he logrado recopilar la práctica totalidad de su legado en discos de 78 rpm, la mayoría de ellos en un estado de conservación excepcional, lo que ha permitido que la intervención digital haya sido mínima, respetando absolutamente el registro original, de manera que la voz y la guitarra llegan al oído con una naturalidad sorprendente, sin perder toda la riqueza de armónicos presente en el soporte original.
Finalmente, quiero destacar que ha sido de gran ayuda el servicio de Hemeroteca Digital de la BNE, gracias al cual he localizado varias referencias en prensa de nuestro protagonista, ampliando el número de las que ya tenía localizadas y pudiéndolas incorporar al capítulo de Vida y Obra, referido anteriormente. Los recursos localizados en la página de Hemeroteca Digital de la BNE han sido: Heraldo de Madrid (28 de septiembre de 1926), La Lidia (27 de junio de 1927), Heraldo de Madrid (12 de marzo de 1931), y de nuevo Heraldo de Madrid (5 de diciembre de 1934). También consulté el ejemplar que se halla en la BNE (por depósito legal) de la biografía de Ignacio Sánchez Mejías, de Andrés Amorós y Antonio Fernández Torres [11]. Los cuatro discos conservados en la Biblioteca Nacional de España (Gramófono AE 2.487 y 2.540, y Odeon 182.287), no fue necesario consultarlos [12].
Carlos Martín Ballester Presidente del Círculo Flamenco de Madrid
[1] Rafael Alberti, La arboleda perdida, Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora, 1959. (Edición de consulta Seix Barral, 1976, págs. 258-261).
[2] Conferencia Arquitectura del cante jondo impartida en Argentina en octubre de 1933.
[3] Conferencia impartida en la Sociedad de Amigos del Cante Flamenco, 1962.
[4] Antonio Mairena y Alberto García Ulecia, Las Confesiones de Antonio Mairena, Sevilla: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla, 1976, págs. 71-72.
[5] José Blas Vega, Vida y cante de don Antonio Chacón, Córdoba: Ayuntamiento de Córdoba, 1986, págs. 141-142.
[6] José Blas Vega y Manuel Ríos Ruiz, Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Flamenco, Madrid: Editorial Cinterco, 1988, pág. 764.
[7] Carta de Falla a Engelbrechten, conservada en el Archivo Manuel de Falla con signatura 6.942-019.
[8] Catálogos originales de las casas discográficas que forman parte de la colección del autor, al igual que el resto de fotografías e imágenes que aparecen en este artículo.
[9] ABC, 26 de octubre de 1963.
[10] Carlos Martín Ballester, Manuel Torres (Colección Carlos Martín Ballester), Madrid: Carlos Martín Ballester, 2018.
[11] Andrés Amorós y Antonio Fernández Torres, Ignacio Sánchez Mejías, El hombre de la Edad de Plata, Córdoba: Editorial Almuzara, 2010.
[12] Referencias DS/15545/11, DS/15545/10, DS/15549/4 y DS/9356/13 (hay dos ejemplares del último disco).