Manuel Vías, “la miniatura de Don Quijote” de la BNE
El madrileño Manuel María Vías Guitián pisó por primera vez la Biblioteca Nacional de España cuando acababa de cumplir 18 años, y ha transcurrido ya más de medio siglo desde entonces. Este guía turístico y traductor le tiene tanto apego a esta casa que no pasa un solo día sin visitarla. Según explica, “vengo a leer sobre cualquier cosa que me interese. Ahora estoy con el tema de los franceses que escapaban de la dominación nazi en la Francia ocupada. Por ejemplo, Raimundo Saporta, que fue uno de los grandes directivos del baloncesto internacional, efímero compañero mío de clase en el Liceo Francés, y que era de familia judía, tuvo que salir huyendo hacia Madrid. Y a los pocos días de llegar aquí, a su padre lo mató un camión.”
- Se autodenomina usted como “la miniatura de don Quijote”.
- Es que me parezco mucho al caballero de la triste figura, bueno, a mi edad, a la momia del personaje. Y no me pregunte los años que tengo, porque lo dejo para mis biógrafos.
- ¿Nunca le ha dado por investigar al personaje y a Cervantes, su creador?
- Pues no. Me ha interesado más investigar otras cosas, por ejemplo, el origen de mis apellidos. El Vías tiene su origen en un pueblo del sudeste de Francia, del Languedoc. En 1270, el alcalde de la localidad se apellidaba como yo.
- ¿Qué balance hace de este medio siglo en la BNE?
- Recuerdo todo con cariño. Vengo aquí a amamantarme de las ubérrimas ubres de la Biblioteca. A ver si se me pega algo de tanta cultura. Entre estas paredes he visto de todo.
- ¿Le viene a la cabeza algún hecho insólito?
- Bueno, ha pasado por aquí gente muy rara.
- ¿Cómo quién?
- Había un individuo joven que se sentaba en el salón central. De pronto se levantaba y cogía todos los libros de libre disposición que podía abarcar con sus dos manos. Abría un ejemplar y pasaba cada hoja casi con mimo. Inesperadamente, soltaba una risotada, y seguía pasando las páginas. Nos dejaba alucinados. Y luego recuerdo a un tipo que venía muy desaliñado, sucio y con barbas descuidadas, y que se sentaba siempre al lado de las chicas guapas. Cogía cualquier libro grande, eso sí, que tuviera muchas fotografías, y simulaba que leía. Pero lo que realmente hacía era observar detenidamente a las muchachas.
Manuel no olvida cuando “en el Mesetón había una escalera de caracol. Y un día estaba hablando con algunos de los trabajadores de la BNE y, de repente, llegó otro usuario muy alterado y gritando que había un tío haciendo gimnasia en medio del salón central. Fuimos corriendo y, efectivamente, el individuo se encontraba entre dos filas de pupitres, haciendo torsiones… En la BNE he visto gente disparatada. Como un “tosedor oficial” que debía fumar demasiado y al que le daban en el salón unos ataques tremendos de tos. Era tremendo. Hace mucho que no le vemos. Otro señor, se quedaba dormido en el pupitre y no vea como roncaba. Le tenían que echar a la calle. Hay mucho raro suelto, como yo, que soy raro, pero absolutamente inofensivo”.
- En una ocasión tuvo que esperar más de cinco horas para que le sirvieran un libro.
- Fue por un cúmulo de circunstancias adversas. Pedí el libro y me sirvieron uno que no era. Porque el que yo quería y el otro tenían la misma signatura. Luego, en aquella época, de una y media a tres y media quedaba suspendido el servicio de entrega. Y más tarde se quedaron sin luz eléctrica. Al final, y debe ser todo un record, me tiré esperando el libro cinco horas y media. Pero es un hecho aislado, porque mis recuerdos de tantos años como usuario de la BNE son muy buenos. Y aquí he hecho muy buenos amigos entre los visitantes veteranos. Tenemos nuestro grupo, cambiamos impresiones, hablamos mucho… Hay muy buena relación. De vez en cuando se muere alguno, como ocurrió en el 2012, que un amigo dejó de venir, preguntamos por él, y nos dijeron que había fallecido.
Un abrazo, de sus amigos de Santiago de Compostela, a tan egregio caballero.