Un momento, ¿por qué estamos cantando?
Como cada año, pasadas las iniciales euforias navideñas y el sabor dulce de los primeros turrones, entre Año Nuevo y Reyes algunos empiezan a acusar el hastío tras la omnipresencia navideña, los colores rojo, verde y blanco por doquier y la insistente aparición de ciertas músicas. Para aquellos que ya están saturados de que Mariah Carey nos diga que All I want for Christmas is you, de escuchar esas tintineantes Jingle Bells, de imaginarnos a ese Santa Claus coming into town y de otros tantos hits navideños, se me ocurre recordar que la música de estas fiestas ha sido tradicionalmente mucho más rica y profunda que estos machacones estribillos.
Revista gráfica La Esfera (1914-1931). Rey Baltasar, 12/01/1918
Imbuidos como estamos en el trasiego y el feroz consumismo de luces de colores de estas fechas, vale la pena rememorar a los orígenes de la Navidad. Independientemente de las creencias que tengamos hoy en día unos y otros, innegablemente nuestra cultura occidental es heredera de la tradición católica. Como sucede con otras tantas festividades y contextos, alrededor de la celebración religiosa del nacimiento del Mesías se estimuló la creación de obras de arte y se erigieron auténticos paradigmas de belleza. Pinturas, esculturas, frescos o retablos reflejan este momento clave en el calendario litúrgico a lo largo de los siglos, y lo mismo sucede, cómo no, con la música. Omnipresente en la iglesia y en las celebraciones, la música ha sido (y, de alguna forma, sigue siendo) una de las protagonistas de los festejos de este tiempo en distintos lugares y épocas. No sólo en la tradición (mal llamada) culta, que es sin duda alguna la que nos ha legado un mayor patrimonio de colosal valor, sino también en todo ese conocimiento que nos brinda la tradición oral y la cultura popular. Sea en el marco de la eucaristía de la Navidad o alrededor de una hoguera que emula a aquellos pastores que fueron a Belén, distintos seres se han servido de diversas músicas para poblar de gozo los días en los que demostrar esa alegría era (es) casi una prescripción.
La celebración de la Navidad comienza oficialmente el 24 de diciembre según el calendario litúrgico, y terminará el domingo después al día de los Reyes Magos (último jalón de la festividad navideña, correspondiente al bautismo de Jesús). En la Biblioteca Nacional se conservan manuscritos como éste que recogen la liturgia (y, por tanto, la música) correspondiente al tiempo de Adviento (las cuatro semanas anteriores a la Navidad) y las fiestas sucesivas hasta el 6 de enero, día de la Epifanía.
Por ese carácter manifiestamente festivo de la Navidad, que celebra el advenimiento del Salvador, la música ha sido históricamente elemento vertebral de la celebración, y la Navidad, el más musical período en la vida religiosa de las pasadas centurias.
Félix Persio, Juan de Osuna, La harpa de Belen, 1655
En España, alrededor de la liturgia del oficio de maitines de Navidad se desarrolló toda una tradición musical arraigada en torno al repertorio de villancicos (valga aquí recordar brevemente que el concepto actualmente extendido de villancico, entendido como “canción navideña”, es una moderna acepción de un término que, en origen, designaba a composiciones polifónicas en castellano destinadas a diversos eventos, y en absoluto ligados de manera indisoluble a estas fechas que ahora nos competen). El repertorio de villancicos polifónicos tanto de la Península como de la América colonial es vastísimo y de gran riqueza. En el caso de la música de Navidad, esto es así con especial intensidad; los grandes maestros y compositores al servicio de las principales catedrales españolas y americanas, o de la propia Real Capilla, escribieron maravillosas músicas para estas festividades de las cuales afortunadamente conservamos bastantes joyas que demuestran lo riquísima que era esta tradición, en la que además se desarrollaron personajes por medio de diálogos cantados (pastores, portugueses, gallegos, asturianos, negros… fueron algunos de estos estereotipos recurrentes).
Además de nuestra valiosa tradición hispana, siempre son referencias de obligada escucha algunas músicas foráneas que reflejan lo exultante de esta festividad con clamorosa maestría, como la Cantata n. 1 del Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach. Su inicio, Jauchzet frohlocket (“Alegraos, cantad felices…”) es una bellísima muestra de la fuerza expresiva que lograba transmitir en su música el compositor de Eisenach.
Avanzando en el calendario, y tras los importantes días de la navidad, San Esteban o los Santos Inocentes, otro hito en las celebraciones litúrgicas de este período era el de la circuncisión de Jesús. Tan peculiar como pueda llegar a parecer a un lector contemporáneo, éste era otro de los momentos de especial relevancia en las celebraciones litúrgicas. Este día, según el calendario gregoriano, estaba fijado como siete días después del día de Navidad, es decir, coincidente con nuestro actual primer día del año. Si bien las celebraciones de año nuevo actuales están muy desligadas de esta primigenia celebración ligada al calendario religioso, es curiosa la coincidencia con esta fecha de más reciente celebración. Nuestro Tomás Luis de Victoria compuso para este día de la Circuncisión su maravilloso O Magnum Mysterium, una prueba más de su genialidad compositiva.
Crispijn van de Passe, La adoración de los Magos(1564-1637)
En esta semana última de las fiestas, no podemos, por último, olvidar la celebración de la llegada de los Reyes Magos. Esta última etapa de las festividades navideñas corresponde realmente con la Epifanía del Señor (es decir, la llegada de los tres magos de Oriente al portal del Belén para la adoración del niño Jesús);también en este contexto de la fiesta de los reyes debían de interpretarse villancicos en las iglesias españolas. Y, de nuevo, poniendo el foco más allá de nuestra música, también recomiendo especialmente escuchar el motete Pour la feste de l’Epiphanie, H. 395, del francés Marc Antoine Charpentier (quien tiene, además, otras muchas composiciones de intensa belleza dedicadas a estas fiestas, como su Pastorale de Noël).
Pero quizá algo que nos es familiar a todos, en este país en el que la figura de estos tres Reyes Magos es tan relevante, es la representación de la famosa epifanía. Mucho más allá de las cabalgatas que año tras año pueblan nuestras ciudades, en la Edad Media, fue esta conmemoración la que estimuló las primeras creaciones teatrales. La representación del Auto de los Reyes Magos (así denominado por Menéndez Pidal), recogida en un manuscrito del siglo XII, constituye una de las primeras muestras conocidas del teatro hispano. Alrededor de estas celebraciones litúrgicas se desató un profano acercamiento que aglutinaba a los distintos estratos sociales en torno a un mismo motivo, que es, al fin, otra de las características de las visitas a ese bíblico pesebre, en el que pastores, reyes e incluso animales compartieron su regocijo por la llegada de la luz y la esperanza.
Para cerrar este recorrido, volvamos la vista a nuestras propias experiencias para recordar esos momentos en los que la música se convierte en necesaria actriz principal de las fiestas; sigamos esa estrella providencial y, sobre todo, recojamos las luces y destellos que otras grandes mentes han regalado a lo largo de los siglos a nuestros privilegiados oídos, sea con este fin o con otros. Conviene recordar que la música es uno de las poderosas herramientas que nos permite llegar a estremecer el alma o llenarla de esperanza, sea por la Navidad, o por cualquier alto fin que visite nuestras vidas. Y es que el papel de regalo, el brillo de una bengala o el sabor de todos estos dulces es efímero… pero el arte, al fin, es lo que permanece.
Clara V.
Muchas gracias por este post. He descubierto piezas musicales que desconocía