De libros prohibidos y bibliotecas digitales (IV)
El impacto inquisitorial sobre Literatura y Ciencia
En torno a la cuestión literaria existen dos opiniones histórico-filológicas opuestas: la corriente tradicional (Marcelino Menéndez y Pelayo) defiende que la influencia de la Inquisición no fue en demasía negativa: “Nunca se escribió más ni mejor en España que en los dos siglos de Oro de la Inquisición”. Por el contrario, la moderna (Américo Castro) postula que los españoles prácticamente dejaron de pensar y escribir por la coerción inquisitorial y la autocensura personal.
Marcelino Menéndez y Pelayo –Escultura sita en la BNE y obra de Lorenzo Coullaut Valera (1912)- y Americo Castro –programa del Congreso Internacional celebrado en la BNE, 14-16 octubre, 2009-
Basculando entre ambas posturas, Henry Kamen asegura que ni los Índices ni el sistema de censura llegaron a crear una maquinaria adecuada de control: la mayor parte de los libros prohibidos no llegaron a estar siquiera al alcance de los lectores peninsulares. Los Índices son buenos repertorios bibliográficos para conocer qué les hubiera gustado prohibir a los inquisidores, pero el impacto real sobre los lectores hispanos debió de ser mínimo. Eran demasiado voluminosos, enseguida quedaban obsoletos y los libreros los criticaron con dureza por lo que fueron, en consecuencia, difíciles de conseguir en sus establecimientos. La literatura científica aplicada y la literatura de creación a la que tenían acceso los españoles no fueron incluidas en los Índices. Tampoco fueron prohibidos los libros de caballería -los bestsellers de la época-, aunque sí que fueron criticados, entre otros, por el cronista de Aragón Jerónimo Zurita. Por su parte, el hispanista francés Joseph Pérez opina que “no fue la creación literaria la que se vio afectada por la censura inquisitorial, sino la crítica en todas sus vertientes: social, política, anticlerical, filológica. La inquisición procuró deliberadamente que los intelectuales no se dedicaran a la crítica y les obligó, por así decir, a consagrarse a temas puramente estéticos”.
El contenido de los últimos Índices revela un papel limitado y nimio de su influencia: Góngora tendrá pequeños roces con un censor (1627), y llegará a afirmar que “más vale pasar por libertino que por hereje”. Cervantes verá mínimamente castigado su Quijote en sólo una línea del Capítulo 36: “las obras de caridad que se hacen tibia y floxamente no tienen mérito ni valen nada” (Índice de Zapata, Apéndice, 980). Por su parte, Quevedo verá prohibidas “varias obras que se intitulan y dicen ser suyas, impresas antes de 1631, hasta que por su verdadero autor y corregidas, se vuelvan a imprimir (Índice de Zapata, 399). El control sobre los libros y la censura eran sistemáticamente eludidos en todos los países europeos.
Por su parte, el impacto en la ciencia fue indirecto. La contribución hispánica a la navegación, la Geografía, la Historia Natural y la Medicina fueron muy valorados en el resto de Europa. Según Joseph Pérez, “el retraso de España en el desarrollo científico se debe al hecho de haber descuidado la investigación básica en beneficio casi exclusivo de la investigación aplicada”. Los interesados en la materia científica habían de marchar a estudiar a Italia, pero a pesar de todo, los conocimientos tecnológicos continuaban fluyendo: se traducían tratados extranjeros, el gobierno contrataba ingenieros foráneos y técnicos católicos emigraban a la península aportando sus conocimientos. Felipe II hubo de confiar en los conocimientos de italianos, belgas y alemanes, mientras la península permanecía al margen de las principales corrientes filosóficas y científicas. Ya a mediados del XVII los intelectuales hispanos se quejan de que la Inquisición obstaculiza el saber. A finales del mismo, alemanes, suizos, flamencos e ingleses eran ya los pioneros en la investigación científica y médica, pero también eran auctores damnati protestantes, y sus obras estaban por tanto prohibidas de forma preventiva hasta su pretendido expurgo, con el consiguiente recelo anticientífico.
Hasta aquí nuestra incursión “digital” en los libros prohibidos por la Inquisición Hispana, deseando fervorosamente que el control de las ideas sólo retorne a nuestros días en forma de broma infinita de los Monty Python.
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