Música de la joven Europa
En un ensayo de Umberto Eco –de cuyo título no consigo acordarme– se expone una idea tan sorprendente como atinada: si queremos escuchar la música europea más fresca y joven, deberemos buscarla en las épocas en que Europa estaba creando e inventando su cultura musical propia y característica, no en las últimas producciones del presente que, si bien se mira, son resultado de una cultura envejecida y un tanto resabiada tras siglos y siglos de innovaciones y retrocesos. Según ese perspicaz punto de vista, el marbete música antigua estaría tan desacertado como otros que nos hemos acostumbrado a emplear –por ejemplo: gótico, medieval o barroco– sin darnos ya casi cuenta de que en su significado llevan implícito un cierto menosprecio hacia aquello que intentan señalar. Obsérvese que expresiones como “un niño gótico”, “un hombre medieval” o “un discurso barroco” tienen un carácter más despectivo que elogioso.
Hay que reconocer que la lengua inglesa y la alemana han tenido mucho más acierto con sus early music y frühe Musik que el español o el francés con nuestras música antigua y musique ancienne. La idea de algo temprano, fresco, madrugador resulta mucho más sugerente y más de acuerdo con la realidad histórica que la de algo antiguo y viejo. Quizás ya sea tarde, desgraciadamente, para cambiar nuestros hábitos de lenguaje, pero así y todo no está de más señalar de vez en cuando la incongruencia, para pasar la bayeta y quitar un poco el polvo secular que parece querer cubrir a nuestra querida música antigua.
La oportunidad viene servida hoy por la celebración del Día Europeo de la Música Antigua, festividad promovida por la REMA (Red Europea de Festivales de Música Antigua), asociación que reúne a 75 organizaciones de 20 países europeos. Es un acierto, sin duda, haber escogido la fecha del comienzo de la primavera, que además coincide con el aniversario del nacimiento de Johann Sebastián Bach.
[bctt tweet="La música es un arte esencialmente efímero, 'Los sonidos perecen', decía san Isidoro "]
Para que los actuales habitantes de este viejo continente podamos hoy disfrutar con las creaciones musicales de aquella Europa juvenil han sido necesarios –y lo siguen siendo– los esfuerzos y aportaciones de muchas personas y entidades a lo largo del tiempo, desde los compositores que en el pasado las crearon hasta los intérpretes que en el presente las re-crean para que lleguen frescas y lozanas a nuestros oídos. Y en esa larga cadena cultural las bibliotecas ocupan un lugar importante. La música es un arte esencialmente efímero, como todo el mundo sabe. “Los sonidos perecen”, decía san Isidoro allá por el siglo VII, “porque no se pueden escribir”. Y llevaba más razón que un santo. Pero después de él la cultura europea se las ingenió hasta encontrar el modo de trazar en el pergamino y más tarde en el papel una especie de planos o guiones que llamamos partituras y que permiten reorganizar de nuevo los sonidos para que se re-produzca el milagro de la música cuantas veces queramos. Más aún: desde hace un siglo y pico la tecnología ha inventado y perfeccionado ingeniosos artilugios que capturan los sonidos con tan sorprendente fidelidad, que han conseguido desmentir por completo la afirmación del venerable Isidoro. En la tradición europea las bibliotecas han sido las entidades encargadas de guardar y preservar estos soportes escritos y en los últimos tiempos también los soportes grabados que la música ha ido generando en cada época.
Pero en la actualidad y en consonancia con los rápidos avances de la tecnología digital y de Internet, las bibliotecas han dejado de ser un elemento pasivo, encargado solamente de guardar y conservar documentos, para pasar decididamente al ataque llevando sus fondos de partituras y grabaciones hasta cualquier lugar y en cualquier momento del día y de la noche en que un posible usuario quiera consultar los tesoros que reposan en sus estanterías. Y ya no se trata solamente de facilitar la tarea a los sesudos investigadores –en el caso que hoy nos ocupa, los esforzados musicólogos–, sino que las bibliotecas se dirigen a ese público variopinto que circula por el mundo virtual por entretenimiento, curiosidad, disfrute o elogiable deseo de aumentar sus conocimientos.
Para conmemorar adecuadamente la fiesta de la música antigua no se me ocurre nada mejor desde esta página de la BNE que proponer al curioso visitante tres actividades que le resultarán agradables a la par que provechosas.
La primera de ellas consiste en echar una ojeada a un precioso manuscrito de gran interés musical, aunque no tiene pentagramas y notas, sino bellos dibujos a color.
El “Triunfo del Emperador Maximiliano I, Rey de Hungría, Dalmacia y Croacia, Archiduque de Austria…” es una copia hecha a mano y coloreada de una famosa serie de grabados encargados por el abuelo de Carlos V a Hans Burckmaier, discípulo de Alberto Durero. El códice es todo él un completo disfrute para los ojos, pero, además, algunas de sus miniaturas representan conjuntos de instrumentistas y cantores que participan en el cortejo imperial. Puede verse de dos maneras: en el clásico formato pdf o por medio de un programa diseñado para visualizarlo de forma interactiva.
Un viejo proverbio castellano dice que “no hay más cera que la que arde ni más música que la que suena”, así que mi segunda propuesta no va dirigida a los ojos, sino a los oídos del visitante. Entre las grabaciones históricas que ofrece la BDH se recogen algunas efectuadas a mediados del siglo pasado por la Capilla de Música del Monasterio de Montserrat con motetes de Josquin Desprez, Tomás Luis de Victoria, Giovanni Pierluigi da Palestrina y otros autores posteriores. Aunque sería insensato afirmar que en Montserrat se haya conservado intacto el estilo de interpretación de la época dorada de la polifonía, sí puede decirse que algunos elementos estilísticos perduraron allí a pesar de las modas que se fueron sucediendo con el correr de los siglos. En el panorama español constituye una rareza, porque las capillas de las catedrales desaparecieron antes de que el fonógrafo pudiera captar su arte. Por eso merece la pena detenerse un rato en la escucha de estas grabaciones.
[bctt tweet="Mañana se podrá escuchar la retransmisión del Concierto monográfico dedicado a Barbieri"]
Mi tercera propuesta no es para hoy, sino para mañana. En efecto, mañana se podrá escuchar la retransmisión en directo del Concierto monográfico dedicado a Francisco Asenjo Barbieri, a cargo de la Agrupación Coral de la BNE, dirigida por Ramón Clemente. El concierto es una ilustración sonora ligada a la exposición Barbieri. Música, fuego y diamantes, que se puede –y se debe– visitar en el Museo de la BNE. Barbieri fue la personalidad musical más influyente de nuestro siglo XIX y, desde luego, eslabón fundamental en la cadena de transmisión que he glosado más arriba. Su biblioteca reunida con tesón a lo largo de toda su vida y sus partituras autógrafas constituyen el núcleo más importante del fondo musical de la BNE, razón por la que la sala de consulta de obras musicales se denomina Sala Barbieri. El Maestro Bandurria, como le gustaba llamarse con su peculiar sentido del humor, se impuso la tarea de escribir una completa historia de la música española. Semejante empeño quedó inacabado, pero los apuntes reunidos para ello –conocidos como “papeles Barbieri” y guardados en la sección de Manuscritos– siguen siendo consultados con provecho por cuantos tras él han intentado conocer nuestra historia musical. Por eso con todo derecho merece que la BNE le dedique un recuerdo especial en esta fiesta europea de la Música Antigua.
Pepe Rey Musicólogo
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