Tesoros antiguos para violín
21 de marzo de 2018, Día Europeo de la Música Antigua
Un tesoro puede estar escondido en cualquier sitio, o al menos eso dicen las novelas de aventuras. Puede estar a la vista de todo el mundo, o incluso dentro de un envoltorio muy vistoso, pero aun así pasar desapercibido. El envoltorio puede ser tan llamativo como el palacio que alberga la Biblioteca Nacional, ese enorme edificio que estamos acostumbrados a ver al pasar por Recoletos. La primera vez que te acercas a las escalinatas te das cuenta de lo imponente que es, y te sientes pequeño junto a esas estatuas de literatos y pensadores que parecen mirarte (o, mejor dicho, no mirarte) con superioridad. También el interior es imponente, con techos tan altos que casi no se percibe el eco al caer un lápiz. En un escenario como este, es difícil sentirse una “rata de biblioteca”, por muchas horas que pases dentro y mucho que te llegues a despeinar. Más bien, te sientes un invitado en un club de sabios coleccionistas de tesoros. Porque lo más imponente de toda la biblioteca no son los espacios y las decoraciones, sino los fondos que alberga en sótanos y depósitos mucho menos glamurosos.
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Algunos de los tesoros menos conocidos son los de la sala de música o Sala Barbieri, casi escondida en una esquina de la planta superior. Aunque su nombre haga referencia a un célebre músico del siglo XIX, allí se pueden consultar fondos de prácticamente todas las épocas, incluida esa “música antigua” que conmemoramos cada año en este 21 de marzo, y que otros llaman “música temprana” (como nos recordaba Pepe Rey el año pasado). Generalmente, el término se utiliza para denominar los repertorios anteriores a 1800, especialmente intrigantes para la investigación, ya que se conservan muchos menos testimonios escritos que de épocas posteriores, y desde luego ninguna grabación sonora. Al menos a mí me resulta intrigante. Por eso hace ya muchos años que visito la Sala Barbieri, los suficientes para haber completado una tesis doctoral basada en gran medida en sus fondos, y para haber realizado algún estudio más después. A pesar de ello, aún me resisto a ver lo que hay en la Sala Barbieri como algo normal, especialmente cuando se trata de los fondos de música para violín, verdaderos tesoros para quienes amamos este instrumento.
El lector aventajado ya estará pensando en José Herrando (hacia 1720 - 1763), uno de los primeros violinistas-compositores españoles cuyo nombre conocemos. Es el autor de dos primicias: Arte y puntual explicación del modo de tocar el violín (1757), primer tratado extenso en castellano sobre la técnica de este instrumento, y Tres dúos nuevos a dos violines (1760), primera colección impresa en Madrid de este género musical, peculiar porque está pensado para instrumentos melódicos sin acompañamiento. El tratado de Herrando contiene además otra “antigüedad” valiosa: el primer retrato conocido de un violinista español, realizado por Luis Velázquez y Manuel Salvador Carmona, y que hoy es imagen de portada de los folletos de la propia Sala Barbieri. No cabe duda de la gran importancia histórica de estas dos “fuentes musicales” (como decimos los musicólogos), aunque la BNE alberga tesoros para violín aún más antiguos y asombrosos.
Un lector todavía más aventajado puede estar pensando ahora en el breve método para violín del impresor Pablo Minguet (activo entre 1733 y 1778), que, por muy poco, es anterior al de Herrando. Minguet, sin duda un hábil comerciante, tuvo la idea de ofrecer a los aficionados de Madrid métodos de música y danza simplificados que se vendían por fascículos, de manera que se podían encargar combinaciones personalizadas. Su tratado para violín, de solamente 8 páginas, forma parte de Reglas y advertencias generales que enseñan el modo de tañer todos los instrumentos mejores, y más usuales (hacia 1754). Una de las estrategias de Minguet para producir libros rápidamente era traducir o plagiar a otros autores (sin citarlos), algunos de ellos “antiguos” incluso para su época. Por ejemplo, algunas de las Reglas […] para tañer la guitarra se basan en la conocida Instrucción de música sobre la guitarra española de Gaspar Sanz (1674). No obstante, en el caso de las Reglas […] para tañer el violín no ha sido identificado un posible modelo, por lo que, hasta que se demuestre lo contrario, tendremos que considerar a Minguet inocente. En cualquier caso, este librito es revelador sobre la manera en que los violinistas principiantes que desconocían el lenguaje musical aprendían a tocar en el siglo XVIII: la música no está escrita en pentagrama, sino en tablatura, el mismo sistema que se utiliza todavía hoy para aprender instrumentos como la guitarra. Una tablatura no representa algo abstracto como las notas, sino algo mucho más concreto: las cuerdas del instrumento, mediante líneas horizontales, y los dedos que el intérprete debe poner sobre ellas, mediante números. Las tablaturas de Minguet son muy precisas, pues especifican el ritmo, las alteraciones (sostenidos y bemoles) y hasta la dirección del arco (abajo o arriba).
Reglas y advertencias generales para tañer el violín (sign. M/891(6))
Minguet anunciaba a bombo y platillo la novedad de sus métodos…. pero las tablaturas para violín ya se empleaban en España al menos un siglo antes. Así lo testimonia el que es por ahora el tesoro para violín más antiguo de la BNE, y también el más enigmático, tanto por sus circunstancias de conservación como por su contenido. Hasta hace muy poco, este tesoro había pasado tan desapercibido que ni siquiera tenía nombre propio, pero resulta ser la fuente española de música para violín más antigua localizada. Se trata del Manuscrito de Salamanca, que he denominado así porque procede seguramente de dicha ciudad: contiene un fragmento de un documento legal fechado allí en 1659, el símbolo de vítor con el que se identificaban los titulados de la universidad salmantina y un repertorio musical que encaja muy bien con ese lugar. Uno de los motivos por los que la información sobre esta fuente no pasaba de referencias muy breves en el catálogo de la biblioteca y en un par de estudios es que consiste en tres hojas sueltas guardadas dentro de una colección musical de época posterior, el Manuscrito M/ 2618 (1737), en sí mismo muy relevante para la historia de la cantata en España. Estas tres hojas más antiguas, guardadas en una especie de sobre pegado a la tapa, son de tamaño pequeño (menor a un A5), están deterioradas y acumulan contenidos diversos, escritos por cuatro manos diferentes. Una de esas manos parece haber sido la de un aprendiz de violín anónimo que reaprovechó los huecos libres de unos papeles usados para anotar diez fragmentos melódicos en forma de tablatura de cuatro líneas. Sabemos que son tablaturas para violín no sólo por las líneas y números empleados, sino también porque el propio copista dejó una pista inequívoca: un par de párrafos sobre cómo afinar el violín con la guitara.
Jácara, chacona castellana, “Quiereste…” (canción), zarambeque y canario, folio 2v.
La asociación de estos dos instrumentos no es casual: ambos se utilizaban para tocar música popular, íntimamente ligada al canto y al baile. De esta práctica se conservan algunos testimonios iconográficos, como Los tres músicos de Velázquez (hacia 1617), pero apenas se conocen testimonios escritos de la música, que se transmitía sobre todo de forma oral. En este sentido, el Manuscrito de Salamanca cubre una laguna, pues las melodías que contiene, que el copista identificó con sus títulos (otro regalo para los investigadores), son casi todas de géneros populares. No sólo hay música procedente de España, como una “chacona castellana”, un canario y una jácara; sino también de Portugal, como una “chacona portuguesa” y un folijón; de Italia, como una gallarda; e incluso de Latinoamérica, como un zarambeque (o sarambeque o çarambeque), baile atribuido a los esclavos africanos que solía llevar el estribillo “Teque, teque, teque, lindo zarambeque”. Hasta ahora no se conocían ejemplos melódicos tan tempranos de la mayoría de estos géneros musicales. Como mucho, se conservaba algún acompañamiento para guitarra, como los del mencionado método de Sanz, o versos para la parte cantada, como las chaconas que aparecen en las obras teatrales de Miguel de Cervantes o del portugués Francisco Manuel de Melo, que testimonian cómo este baile, inicialmente despreciado por lascivo, terminó convirtiéndose en un auténtico hit en toda Europa.
En otras palabras, el Manuscrito de Salamanca era la pieza que faltaba para completar el puzzle de estos géneros musicales populares. Sin embargo, había un problema: las diez tablaturas que contiene no indican el ritmo, ni las alteraciones, ni cómo sigue la música después de unos pocos compases… más que un puzzle, era un verdadero rompecabezas. Alguien tenía que intentar resolverlo. Así que hace unos meses me puse manos al violín y cabezas a romper, y me metí a “compositora históricamente informada”. El resultado ha sido un artículo que contiene un estudio codicológico del manuscrito y una propuesta de transcripción para sus diez melodías, estudio galardonado recientemente con el Premio Internacional de Musicología Otto Mayer-Serra 2017. Aunque breves, estas melodías constituyen verdaderas joyas de ese patrimonio musical antiguo que por ahora sólo conocemos de forma fragmentaria, pero que podemos seguir interrogando gracias a los tesoros que nos ofrece la BNE.
Ana Lombardía Musicóloga. Investigadora posdoctoral “Juan de la Cierva” (Programa del Ministerio de Economía y Competitividad) en el Instituto Complutense de Ciencias Musicales. Investigación enmarcada en el Proyecto de I+D "MadMusic. Espacios, géneros y públicos de la música en Madrid, siglos XVII-XX" (Comunidad de Madrid, S2015/HUM-3483)
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Un post estupendo. Enhorabuena a la autora por su brillante investigación.