Las mujeres vindicadas: autoras españolas hasta el siglo XVIII

Las mujeres vindicadas: autoras españolas hasta el siglo XVIII
15 de Octubre de 2021

Ca los varones hazer libros e aprender çienciçias e usar dellas, tiénenlo así en uso de antiguo tiempo que paresçe ser avido por natural curso e por esto ninguno se maravilla. E las hembras que no lo han avido en uso ni aprenden çiençias ni tienen el entendimiento tan perfecto como los varones, es avido por maravilla.

Teresa de Cartagena

 

 

Durante gran parte de la historia, las mujeres escritoras han sido vistas por la cultura dominante como una anomalía, casos excepcionales que desde las posiciones más recalcitrantes se tomaban como aberraciones que debían ser silenciadas. Poco estudiadas, cuando no despreciadas, hasta muy recientemente apenas se ha prestado atención a la creatividad femenina. Las circunstancias sociales hicieron casi imposible para las mujeres llevar una carrera en las Letras, por lo que antes del siglo XIX hay pocos nombres de autoras conocidos. Pero, sin pretender reescribir la historia, se hace necesario reivindicar y dar a conocer la obra de unas autoras que durante demasiado tiempo han sido pasadas por alto, para así descubrir una perspectiva múltiple, enriquecedora y en muchas ocasiones fascinante.

 

 

Si nos remontamos a la Antigüedad, ya nos encontramos con unas mujeres relegadas, que sin embargo tuvieron un papel determinante en la propagación del cristianismo, como fue el caso de Egeria. Aunque escribiera en latín y sería un anacronismo hablar de España en el siglo IV, se la puede considerar la patrona de las autoras hispánicas. Nacida en Gallaecia, provincia romana correspondiente al noroeste de la península ibérica, los datos sobre su vida son escasos y discutidos, pero lo excepcional de su trayectoria, el peregrinaje a Tierra Santa que recogió en Itinerarium ad Loca Sancta, ha despertado el interés de múltiples estudiosos y lectores, atraídos por una obra original y un personaje misterioso y muy adelantado a su época.

 

 

Se debe tener en cuenta que durante la Alta Edad Media el tipo de creación predominante era oral y anónimo, a lo que habría que añadir la misoginia imperante, tomada como norma, por lo que no es de extrañar que apenas haya autoras conocidas. Es cierto que la lírica popular, manifestada en jarchas, cántigas de amigo o cantares castellanos, a menudo tiene a mujeres como protagonistas, pero es difícil saber si las voces femeninas que cantan estos puros poemas pertenecieron realmente a mujeres o eran impostadas.

 

 

Excepcional es el caso de Ende, la iluminadora del reino de León, autora del Beato de Gerona (siglo X) y considerada como la primera artista europea de la que se conoce el nombre. Mientras que la única escritora cristiana de la época de la que se tiene constancia es la calígrafa gallega Leodegunda (s. X), en la España musulmana sí que abundaron las autoras, como las poetas Wallada, Lubna de Córdoba (s. XI) o Hafsa (s. XII). Una de las pocas juglaresas cuyo nombre se conoce es María la Balteria (s. XIII), de gran fama durante el reinado de Alfonso X, pero cuya obra se ha perdido.

 

 

En la Baja Edad Media, con el surgimiento del amor cortés, la figura de la mujer sufre un cambio radical. De demonio a ángel, la visión sigue siendo condescendiente y patriarcal, pero al menos entre la nobleza se abre cierto margen para una nueva consideración hacia las mujeres. Así podemos encontrar a figuras como Violante de Vilaragut (s. XIV), reina consorte de Mallorca a la que se ha atribuido el Cançoneret de Ripoll. Por su parte, en la corte castellana de Catalina de Lancaster la singular doña Mayor Arias (s. XV) compuso un sentido poema dedicado a la partida de su marido Ruy González de Clavijo como embajador en el reino de Tamorlán. También perteneciente a la corte de Catalina fue Leonor López de Córdoba, valida de la reina, que cayó en desgracia y como desagravio escribió unas Memorias consideradas como uno de los primeros escritos autobiográficos europeos.

 

 

Libro de devociones y oficios de Constanza de Castilla. Signatura: Mss/7495

 

 

En la corte de Juan II nos encontramos con María Sarmiento, autora de un poema y convertida en personaje literario por Tirso de Molina; y Enrique IV tuvo entre sus allegadas a Constanza de Castilla, que escribió un devocionario, mientras que a la reina doña Juana se le atribuye un poema dedicado a Juan Rodríguez del Padrón, una supuesta muestra de sus veleidades que tanta repercusión tendrían en la historia de España. Pero sería con Isabel la Católica cuando las mujeres de la corte pudieron realmente tener su propio espacio y, dentro de las limitaciones obvias, dedicarse a la creatividad y el estudio. Personalidad relevante de este nuevo estado fue Beatriz Galindo, conocida como la Latina por su dominio de este idioma. Autora de algunos poemas en latín y de unos comentarios a Aristóteles lamentablemente perdidos, como maestra de Isabel y de sus hijas, su figura da testimonio de la importancia que dio la reina a la educación y de su papel como promotora de las artes.

 

 

Como cuenta Margarita Nelken en su todavía imprescindible Las escritoras españolas, fue en este contexto en el que aparecieron las conocidas como puellae doctae, mujeres cultivadas que, impulsadas por los nuevos aires que llegaban de Italia y Flandes, pudieron expresarse con una libertad y un conocimiento nunca antes consentidos. Era habitual que estas mujeres instruidas participaran de una poesía colectiva y pública difundida en fiestas y juntas caballerescas como las famosas de Valladolid en 1475. Una de ellas fue Florencia Pinar, autora de seis o siete canciones, que participó con éxito en diversas justas poéticas, siempre con el amor como tema principal. Otras poetas ocasionales fueron Leonor Centellas, marquesa de Cotrone, Catalina Manrique o Marina Manuel.

 

 

Las autoras de la corte, pues, fueron fundamentales en la historia de la literatura medieval, pero no menos importante fue el papel de las religiosas, el único otro ámbito en el que las mujeres tenían algún resquicio para expresarse individualmente. Entre ambos mundos se movió Isabel de Villena, educada en la corte de Aragón y que ingresó en un convento de clarisas. De su obra se conserva una Vita Christi escrita en valenciano que recoge una vindicación de las mujeres. Entre las escritoras religiosas también destaca Teresa de Cartagena, de origen judeoconverso, perteneciente a una poderosa familia que contaba entre sus miembros a un obispo. Se trata de una autora mística que posiblemente estudió en la universidad de Salamanca pese a que padecía sordera, lo que no le impidió firmar Arboleda de los enfermos y Admiraçion Operum Dey, considerada como el primer texto feminista escrito en castellano, en el que defiende la educación de las mujeres y su equiparación con los hombres. Otras relevantes escritoras místicas fueron las beatas María de Ajofrín y María de Santo Domingo, quien no escribió de su puño y letra, pero que dictó su Libro de Oración y sus Revelaciones.

 

 

Casos todavía más excepcionales fueron los de las intelectuales humanistas, mujeres cuyos logros todavía hoy sorprenden y se ven envueltos en la polémica y la especulación. Así, nos encontramos a Luisa de Medrano, poeta que según se dice fue catedrática de Humanidades y Derecho en la Universidad de Salamanca en sustitución de Antonio de Nebrija, cuya hija, Francisca de Nebrija, colaboró en su Gramática y que también ocuparía su puesto en la cátedra de Retórica de la Universidad de Alcalá.

 

 

Retrato de Santa Teresa de Jesús. Signatura: INVENT/22743

 

 

Las musas se adueñan del Parnaso

 

 

Pese a que el Siglo de Oro vivirá un considerable florecimiento de las mujeres escritoras, la llegada de esta esplendorosa cosecha, que tiene sus máximos exponentes en santa Teresa de Jesús y sor Juana Inés de la Cruz, tendrá que esperar a finales del siglo XVI, pues las primeras décadas del siglo suponen una continuidad de la mentalidad medieval y en España incluso se produce cierto retroceso en la visibilidad de las mujeres con la instauración de los Austrias. Durante esta época, la creciente pero todavía escasa educación femenina se dirigirá hacia la formación doméstica y la crianza, con el objetivo de enseñar a la “perfecta casada” cuáles son sus obligaciones. En este contexto, las autoras son vistas como una ruptura respeto al poder dominante, un fenómeno curioso y excepcional. Como dijo Mariló Vigil “aquellas mujeres probablemente lucharon y opusieron una resistencia, no muy sonora, pero sí efectiva a los hombres de su entorno”.

 

 

Un signo de continuidad fue la participación de mujeres en fiestas conmemorativas. Estos poemas eran recogidos en compendios gracias a los cuales conocemos nombres como los de Hipólita de Narváez o Cristobalina Fernández de Alarcón. En todo caso, se puede rastrear la huella de las mujeres escritoras en diferentes ámbitos, que van de lo privado a lo público. Así, podemos leer las cartas de un preciso estilo literario de Estefanía de Requesens, aya de Felipe II; las guías de María de San José, discípula de santa Teresa, para aconsejar a otras monjas, y a la que no se debe confundir con Mariana de San José, autora de una interesante autobiografía; los sermones de sor Juana de la Cruz, una de las pocas mujeres que tuvo calidad de párroco y fue santa súbita; los poemas locales y familiares de Catalina Clara Ramírez de Guzmán; o las glosas de Isabel Ortiz, que fue juzgada por la Inquisición no por su obra, irreprochable, sino por haberla escrito siendo mujer.

 

 

Poesías castellanas varias de Catalina Clara de Guzmán. Signatura: Mss/3884 v. 1

 

 

No es de extrañar que si estas autoras, que se movían en un círculo reducido, eran vistas con reticencia, las pocas escritoras que se atrevieron a dar el paso a la esfera pública fueran recibidas con suspicacia y rechazo. Tal fue el caso de Oliva Sabuco, autora del libro Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre, en la que hacía gala de extraordinarios conocimientos filosóficos y científicos, lo que llevó a Lope de Vega a considerarla como la décima musa. Sin embargo, su padre reclamó su autoría y aún hoy defensores de una y otra asignación mantienen una disputa irreconciliable. Menos dudas hay sobre la atribución de Cristalián de España a Beatriz Bernal, único libro de caballería compuesto en castellano por una autora femenina conocida. Se trata además de la primera novelista cuyo nombre nos ha llegado, pero es posible que el Palmerín de Olivia y el Primaleón también fueran obra de una mujer, aunque se desconoce su identidad. Un personaje que de tan extraordinario parece ficticio es Catalina de Erauso, conocida como la Monja Alférez, quien con 15 años se fugó del convento en el que estaba internada y tras varias peripecias llegó a América disfrazada de hombre. Allí participó en diversas batallas en las que mostró una gran crueldad y tras ser condenada a muerte por una trifulca confesó su verdadera identidad para obtener el perdón. De regreso a Europa obtuvo permiso del papa para seguir vistiendo de hombre y volvió a cruzar el Atlántico para morir años después en México. En 1829 se publicó por primera vez su autobiografía, aunque su autenticidad ha sido puesta en duda. Otra figura singular fue la de Luisa Sigea, filósofa, políglota (dominaba desde el italiano al francés y del latín al árabe, hasta diez idiomas), y autora del alabado poema Syntra. La admiración que despertó tuvo su contrapeso en la envidia provocada, lo que hizo que tuviera que enfrentarse a la publicación apócrifa de un texto erótico bajo su nombre. De igual manera, María de Guevara tuvo que demostrar un gran coraje para cuestionar la política del mismísimo Felipe IV. Feminista con todas las letras, en obras como Desengaños de la corte y mujeres valerosas defendió la capacidad intelectual de las mujeres y su independencia.

 

 

Catalina de Erauso Retrato de Catalina de Erauso. Signatura: IH/2776/1

 

 

Esta constelación dispersa, nebulosa y lejana de escritoras, con tantas historias ocultas y ocultadas, tantas obras olvidadas y silenciadas, tuvo su primer momento de verdadero apogeo con la aparición de santa Teresa de Jesús, a quien ya nadie pudo ningunear y que desde sus primeros escritos y hasta la actualidad ha sido considerada como una de las más importantes autoras en lengua castellana. A lo largo de su vida dejó una obra literaria imponente, llegando a escribir 437 episodios, obras místicas y numerosos poemas, cantares y villancicos. Destacan cuatro grandes libros: Libro de Vida, Las Moradas, Camino de perfección y Fundaciones. En ocasiones tuvo que enfrentarse a la censura, como ocurrió con la primera versión de Camino de perfección, considerado por algunos como un manifiesto prefeminista, un escrito dirigido a las monjas para animarlas a orar y que fue rechazado por hacer apología de la mujer, “no hay virtud de mujer que no se tenga por sospechosa” opinaba ella.

 

 

La otra gran escritora mística del Siglo de Oro español fue María de Jesús de Ágreda, prolífica autora de obras como Mística Ciudad de Dios, y que además tuvo una prolongada correspondencia con Felipe IV. En la misma línea se sitúa sor Teresa de Jesús María, sabia bíblica que escribió sobre temas eruditos y tuvo tiempo de dedicar unas páginas a su propia vida, al igual que hizo la monja pintora Estefanía de la Encarnación en una Vida en la que relató sus experiencias trascendentales. De la misma manera, la misionera sor Jerónima de la Asunción, fundadora del primer convento femenino en Oriente, dictó su autobiografía. Por su parte, Cecilia del Nacimiento tuvo una amplia producción poética que incluyó obras ascéticas, teológicas y místicas, pero sus libros no empezaron a editarse hasta casi el siglo XIX. Otra mística, y con vocación de mártir, fue Luisa de Carvajal y Mendoza, quien viajó a Inglaterra para defender a los jesuitas en el periodo más turbulento en contra de los católicos y que escribió numerosas cartas y poemas religiosos de gran virtuosismo compositivo.

 

 

A la altura estelar de Teresa de Jesús, y ya en pleno siglo XVII, se encuentra otra religiosa, sor Juana Inés de la Cruz, quien ocupa uno de los puestos más destacados en el Parnaso de las letras castellanas. Nacida en México, precoz y de una inteligencia que despertaba sospechas, quiso ir a la universidad, aunque para ello tuviera que disfrazarse de hombre. Pero su ambición no pudo cumplirse y después de una época en la que deslumbró a la corte virreinal con su brillantez, decidió ingresar en el Convento de San Jerónimo. Su obra pertenece claramente a la mejor estirpe del barroco español, estilo en el que se inscribe su amplia y diversa obra, que incluye poesía de diversos géneros; teatro, con obras maestras indiscutibles como Los empeños de una casa; y prosa, en la que da cuenta de su ingenio y asombrosa cultura. Quizá su obra más conocida, y ello pese a su dificultad, sea El sueño, largo poema alegórico que sigue desafiando al lector actual.

 

 

Novelas amorosas y exemplares de María de Zayas. Signatura: R/1542

 

 

Otra autora de gran vuelo fue María de Zayas, novelista, poeta y dramaturga que pese a ser una de las escritoras españolas más leídas del siglo XVII, quizá con una popularidad solo comparable a la de Cervantes o Quevedo, posteriormente quedó relegada en las historias de la literatura y en el conocimiento de los lectores. Su título más representativo es Novelas amorosas y ejemplares, colección de novelas cortas en la estela del Decamerón. Siempre muy adelantada a su tiempo, además de mostrar un erotismo que se consideraba impropio de su género, se erigió en una gran defensora de la libertad y de la instrucción de las mujeres. Otras prosistas singulares fueron Mariana de Carvajal y Saavedra, que escribió novelas “comerciales” para ganarse la vida después de enviudar y Leonor Meneses, que se ocultó tras el seudónimo de Laura Mauricia y obtuvo un importante éxito con sus novelas cortesanas.

 

 

En el terreno teatral destacó Ana Caro de Mallén, con comedias como El conde Partinuplés. Su obra fue recogida en antologías en las que apareció junto a los nombres más importantes de la época: Lope de Vega, Calderón de la Barca o Tirso de Molina. Por cierto que la hija de Lope, Marcela de San Félix, sin llegar a la prolijidad de su padre, tuvo una amplia obra, aunque en su mayor parte fue quemada por recomendación de su confesor. También escribió varias comedias Ángela de Azevedo, que se caracterizó por su gusto por lo excesivo. Además de por su correspondencia con Uztarroz, María Nieto de Aragón es conocida por su obra poética, dedicada a acontecimientos como la muerte de la reina Isabel o la boda de Felipe IV. Dentro de la filosofía, aunque difícil de clasificar, se encuentra Luisa de Padilla, autora de manuales para el buen comportamiento de los nobles. Un caso peculiar es el de Isabel Correa, autora sefardí que vivió en Ámsterdam, gran conocedora de idiomas y traductora, cuya obra escrita en castellano se ha perdido.

 

 

El conde Partinuplés de Ana Caro Mallén. Signatura: MSS/17189

 

 

De la celda al salón

 

 

El siglo XVIII supondrá un cambio radical en los usos y costumbres españoles. Con la instauración de la dinastía borbónica, el país empieza a mirarse en Francia, de donde se importan modas y estilos artísticos. Este giro se ve reflejado en la situación de las mujeres, que adoptan un nuevo papel social, pasando el centro intelectual femenino de los conventos a los salones. Aunque la educación y la cultura siguen estando restringidas, cada vez son más las mujeres que pueden acceder a una formación que va más allá de su rol tradicional como amas de casa. Especialmente a partir del reinado de Carlos III, surgen diversos grupos de creadoras y estudiosas, mayoritariamente pertenecientes a la nobleza, que se organizan alrededor de tertulias y asociaciones benéficas, y en algunos casos incluso pueden ingresar en Academias, particularmente en la de Bellas Artes de San Fernando. Sin embargo, las nuevas ideas no son adoptadas sin recelos y también hay un fuerte movimiento de rechazo que se opone a cualquier cambio en el statu quo.

 

 

La transición en los modos literarios se ejemplifica en la evolución de la poesía. Aunque todavía existen muestras de un estilo tardobarroco, acabará por imponerse el neoclasicismo. Particular es el caso de Josefa de Jovellanos, hermana de Gaspar Melchor, autora de una poesía principalmente en asturiano en la que trasladó los ideales ilustrados al verso. La inmensa mayoría de las poetas pertenecen a la aristocracia, y en casos como Mariana Alderete, Ana María Espinosa y Tello y María Egual practican una lírica artificiosa y de escaso vuelo, aunque Egual tiene el mérito de ser una de las dos únicas novelistas del siglo XVIII junto a Clara Jara de Soto, autora de El instruido en la corte y aventuras del extremeño y de una continuación que fue prohibida por la censura. Por su parte, se considera a María Gertrudis Hore como una de las mejores escritoras de su época, en la misma categoría que los más importantes poetas varones del siglo XVIII. Hija de irlandeses y nacida en Cádiz, su vida se convirtió en leyenda. Tan admirada por su belleza que era conocida como “Hija del Sol”, se cuenta que unos desconocidos asesinaron a su amante y pese a que con la ayuda de su criada escondió el cadáver, al día siguiente lo vio paseándose por la calle. Aterrorizada, pidió perdón a su marido y decidió ingresar en un convento para expiar sus pecados. Desde allí colaboró asiduamente con el Diario de Madrid, donde pudieron leerse algunos de sus grandes poemas.

 

 

El Príncipe de Abisinia
Signatura: U/2636

 

 

Otra gran poeta contemporánea fue Margarita Hickey, también de orígenes foráneos. Dedicó versos durísimos a los hombres (son monstruos inconsecuentes, / altaneros y abatidos), lo que seguramente explica que fuera silenciada en la historia de la literatura. En su faceta como traductora, introdujo el teatro de Racine y Voltaire en España, aunque era proclive a acomodar los textos originales a sus gustos personales. Precisamente la traducción fue un campo muy transitado por las mujeres ilustradas, que a través de sus versiones de algunas de las obras más innovadoras de otros países pretendían la modernización de España. Tal fue el propósito de Inés Joyes y Blake, quien tradujo El príncipe de Abisinia de Samuel Johnson, al que añadió una reivindicativa Apología de las mujeres. Igualmente defensora del derecho de las mujeres a participar en la vida cultural fue Joaquina Basarán, una de las primeras traductoras nacionales, que vertió al español Historia de Gil Blas de Santillana antes de que lo hiciera el padre Isla.

 

 

Extraordinaria fue la carrera de Maria Catalina de Caso, erudita de una inmensa cultura que destacó en el conocimiento de idiomas (dominaba seis), la música, la pintura, las matemáticas y la arquitectura, llegando a idear una admirada fortaleza militar. En su traducción de Rollen también incluyó sus propias opiniones que, por si hiciera falta añadir palabras a los hechos, defendían el valor de las mujeres. La misma técnica de utilizar los prólogos de las traducciones para exponer ideas propias y feministas la utilizaron Josefa Ceballos en su versión de Zanetti, María Romero Masegosa y Cancelada, persona de gran cultura, preocupada por la educación de las mujeres y traductora de Cartas de una peruana; y María Antonia de Río y Arnedo, autora de exitosas versiones Saint-Lambert y Beaumont a las que añadió presentaciones para expresar sus propios pensamientos. Fue además la madre del importante bibliófilo Luis de Usoz, a quien inculcó su pasión por los libros.

 

 

La pensadora gaditana de Beatriz Cienfuegos. Signatura: 2/5109 V.1

 

 

 

 

 

Josefa Amar y Borbón no solo está considerada la mejor traductora de la época, sino también una de las mejores escritoras. Educada en lenguas clásicas y modernas, realizó versiones del italiano y del inglés, pero también firmó obras propias en las que defendió a su sexo, como en su Discurso de 1786, convertido en un clásico del feminismo español. Sin embargo, ni tan siquiera todas las mujeres estaban de acuerdo con otorgar a sus congéneres los mismos derechos que a los varones, lo que veían como un peligro para la sociedad tradicional. Así, María Egipcíaca Demaner y Gongoreda escribió varios artículos en el Diario de Barcelona en contra de la libertad de las mujeres, mientras que Beatriz Cienfuegos utilizó su tribuna en La Pensadora de Cádiz, cuya fundación había promovido, para exponer unas ideas que abogaban por el cambio, pero desde una posición muy religiosa, lo que no es de extrañar ya que según informadas fuentes en realidad se trataba del seudónimo de un clérigo.

 

 

Junto a Hickey y Amar y Borbón, se considera a la dramaturga María Rosa Gálvez como la tercera gran escritora española de la Ilustración. Con una controvertida vida personal, amante de Godoy y tenida por libertina entre los elementos más recalcitrantes de la sociedad, fue objeto de críticas y descalificaciones durante mucho tiempo, siendo uno de los objetivos preferidos de Menéndez y Pelayo, quien la acusaba de haber introducido una ideología nociva en España. Sin embargo, ya en su época también tuvo destacados defensores, como Jovellanos, y en la actualidad se han reivindicado sus obras de teatro. Acusadas de obscenas y censuradas, sus comedias son sin embargo un valiente alegato feminista en las que aboga por la sororidad y la libertad. Entre sus dieciocho títulos destaca Los figurones literarios, que sigue la estela de Moratín. También escribió poesía, género en el que se mostró más comedida y reflexiva. Amiga íntima de Gálvez fue la bilbaína Rita de Barrenechea, autora de varias comedias de riguroso estilo neoclásico. A la misma escuela pertenece Isabel María Morón, de la que se ha conservado una única obra, Buen amante y buen amigo. También autora de un solo título, el sainete Las mujeres solas, fue Mariana Cabañas, aplaudida como una de las mejores actrices de su época, quien también ejerció de empresaria teatral.

 

 

Retrato de María Isidra Quintina Guzmán y la Cerda. Sig ER/578 (100)

 

 

La crítica literaria, incluida la feminista, no hay sido benevolente con el legado de María Isidra de Guzmán y La Cerda, “la doctora de Alcalá”, que sin embargo fue una precoz autora, instruida en idiomas, retórica y filosofía. Famosa por sus discursos, contó con el favor de Carlos III y fue la primera mujer académica de la Lengua, aunque solo en calidad honoraria. Ajena a la corte y a los círculos ilustrados, la canaria María Viera y Clavijo defendió en sus escritos una postura opuesta a los cambios modernizadores. También alejada de los centros de poder se encontró la notable fabulista Rafaela Hermida, de la estirpe de Samaniego.

 

 

Guzmán y La Cerda perteneció a la Junta de Damas de Honor y Mérito, una importante institución que reunió a mujeres de la nobleza interesadas en la reforma social. Su primera presidenta fue María Josefa Alfonso-Pimentel y Borja Benavente, duquesa de Osuna, personaje ilustrado por antonomasia, afrancesada y promotora de las artes y de las ayudas sociales, gran parte de cuya excelente biblioteca se encuentra actualmente en la BNE. Otra directiva, María Lorenza de los Ríos y Loyo, marquesa de Fuerte-Híjar, que se volcó en la asistencia social de ayuda a los desfavorecidos, escribía y traducía siempre con la finalidad de reformar las instituciones del país. Secretaria de la Junta fue María del Rosario Cepeda y Mayo, quien aunque tampoco se dedicó profesionalmente a la escritura, combinó sus labores de mecenazgo social con obras poéticas y textos como Las mujeres vindicadas, cuyo título explicita su finalidad. Completa este grupo de nobles ilustradas María Francisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, gran personalidad del siglo, anfitriona de un importante salón, luchadora por la humanización de las cárceles y traductora.

 

 

En el siglo en el que la ciencia cobra impulso en su lucha contra la superstición, tampoco faltan algunas mujeres interesadas por la naturaleza y la física. Tal es el caso de la eminente Luisa Gómez Carabaño, beneficiada de una educación francesa y experta botánica, catedrática del Jardín Botánico de Madrid; de María Pascuala Caro, doctora en Filosofía que escribió un Ensayo de Historia, Física y Matemáticas editado por Monfort; de María Andrea Casamayor, quien quiso hacer accesible el conocimiento al pueblo llano al explicar de forma sencilla las cuatro reglas básicas de la aritmética; o de Teresa González, la “Pensadora del cielo” astrónoma y autora de un almanaque que incluía una apología de las mujeres en la que se mostraba “partidaria en la gloria de las mujeres, las indico claramente por dónde pueden volver a cobrar sus legítimos derechos de hacer un papel de mucha gravedad y honor en el mundo”.

 

 

Mapa de semblanzas de autoras - BNE

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

 

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https://e-revistas.uc3m.es/index.php/FEMERIS/article/view/4573

Comentarios

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Sonia

¡Muchas felicidades al autor! Estupendo artículo

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Juana

Gran artículo, y muy útil de cara a la docencia en enseñanzas medias. Me va a ayudar para un trabajo, así que, ¡muchas gracias!

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BIESES

Excelente trabajo para la difusión de las escritoras de la primera modernidad. Gracias. Saludos. Equipo Bieses

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